Este personaje, que no es ni ingenioso ni hidalgo, pero que sí está manchado por su patanería y malintencionada actitud, ha estado viviendo como una rémora del sudor de sus congéneres. Es tan osado que cambia de partido político.
“El guabinoso intelectual” es un personaje que ha vivido toda su existencia a expensas del Estado, no porque sea malo trabajar en el sector público, sino por la actitud resbaladiza y traicionera que ha instaurado en esos puestos, donde actúa sin miramientos y sin importarle con el sentimiento de sus colegas.
Este personaje, que puede ser masculino o femenino, es tan resbaladizo como la guabina, ese pez de carne apetitosa que se consume en Panamá. Gracias a Dios, no es comestible. Pero lo cierto es que se dedica a sembrar el caos y a traicionar a todos aquellos que en un momento le han brindado su amistad y protección, y suele deslindarse del hecho simulando que no tiene participación en él.
No le importa si alguien en un momento dado lo ayuda para que no lo destituyan, porque, en vez de agradecer el gesto, sin ninguna contemplación, si es necesario, indispondrá al amigo que le tendió la mano.
“El guabinoso intelectual” se tilda a sí mismo de bien leído y cree que es más educado que sus compañeros. En una conferencia que dictó con aires de intelectualidad, señaló que el principal teórico de la anarquía italiana Errico Malatesta, era español, y también que era de esa misma nacionalidad John Dennis Profumo, secretario de Guerra inglés que protagonizó un escándalo de faldas con una espía de la KGB en 1963, lo cual le costó el cargo.
Solo cree en la amistad cuando conviene a sus intereses económicos. Es tan audaz que se aprovecha de los conocimientos de los demás para ganar posición y dinero. Por ejemplo, si le ofrecen un “camarón” y no sabe nada sobre ese trabajo, contrata a la persona que sí sabe y después se tarda meses para pagar lo adeudado. Después, cuando le reclaman el pago, le espeta al acreedor que este es un “muerto de hambre”, que le pagará cuando lo estime necesario. Y paga en cuentagotas.
Y este personaje, que no es ni ingenioso ni hidalgo, pero que sí está manchado por su patanería y malintencionada actitud, ha estado viviendo como una rémora del sudor de sus congéneres. Es tan osado que cambia de partido político cada vez, tan pronto como pueda, para realizar trabajos sucios y ganar prebendas y dádivas.
Y en cada institución donde trabaja se dedica a conspirar en la sombra, sigilosamente para sacar del camino a todo el que represente un obstáculo a sus insanos intereses de “rebuscarse”.
Cuando ocupa un puesto de jerarquía, su objetivo es ir eliminando, poco a poco, a los mandos medios para contratar a sus “amigos” y tener asegurada la situación. En esta forma, puede dominar todo el horizonte y nadar a sus anchas, cual guabina, para llevar a cabo sus negocios sin tropiezos.
Lo primero que hace es realizar reuniones individuales para saber sobre otros compañeros y empieza a tramar posibles despidos. Igual sucede con los mandos medios. Les solicita a sus subalternos que lo apoyen para tomar decisiones conjuntamente, con lo que los involucra en sus “metidas de pata”. Así se libra de responsabilidad cuando lo acusan de tomar medidas contrarias a la institución.
Los funcionarios que trabajan con “el guabinoso intelectual” deben tratar de no confraternizar con él hasta convertirse en su cómplice, porque, por lo general, no actúa por sí mismo, sino que busca colaboradores “bobos” para no cargar él solo con la culpa si la conspiración no fructifica.
Si el “guabinoso intelectual” le exige fidelidad no se la conceda, porque su intención es convertirlo en cómplice de sus maldades. Y si lo obliga a escuchar sus deseos de destituir a alguien y le pide que no comente el asunto con nadie, apenas usted salga de la oficina, cuénteselo a la víctima y a todo el mundo. No sea un tonto útil y actúe rápidamente, porque si no lo hace “El guabinoso intelectual” dirá que usted acudió a la oficina de él para conspirar contra sus compañeros, y, al fin y al cabo, será la palabra del jefe contra la de usted.