Siendo consecuente con las ideas de don Fernando, debo referirme al momento que nos toca vivir. Señalo con contundencia, que es importante que las instituciones estén preparadas para repeler cualquier acto de corrupción. No hay estado viable donde la corrupción se tolera.
Ayer se recordó con mucha alegría a uno de los fundadores y primer presidente de la Asociación Panameña de Ejecutivos de Empresa (APEDE), don Fernando Eleta Almarán, quien dejó imperecederas huellas en este gremio de empresarios y ejecutivos, al igual que en otras organizaciones como ANCON y la Ciudad del Saber, así como en la administración pública en su calidad de ministro de Relaciones Exteriores.
Se realizó la entrega de la “Medalla Fernando Eleta Almarán”, al socio y expresidente de la APEDE, Rubén Martín Castillo Gill, escogido por la Junta Directiva del periodo 20021-2022, presidida por Elisa Suárez de Gómez, cuya presentación de la trayectoria del homenajeado estuvo a cargo de ella.
Posteriormente y en nombre de la familia Eleta, habló la hija de don Fernando y expresidente de APEDE, Mercedes Eleta de Brenes, y también le colocó la medalla a Castillo Gill.
El turno le llegó al homenajeado, quien pronunció el siguiente discurso:
“Parafraseando al maestro Jorge Luis Borges, trataré que las emociones que me embargan quepan en unos pocos minutos.
Es de rigor, agradecer al expresidente Elisa Suárez y a su Junta Directiva, ya que, durante su administración, se decidió distinguirme con la medalla que hoy recibo. Asimismo, agradezco cumplidamente al presidente Temístocles Rosas y a su equipo, por la organización de este inolvidable acto. Rindo homenaje a mi familia. Ellos son la motivación de mi recorrido vital.
Hoy viene a mi memoria el día en que se instituyó la medalla Fernando Eleta Almarán.
Cuando esto ocurrió, yo era el presidente en funciones de APEDE. Debo advertir que la idea de establecerla se forjó durante la presidencia de mi amigo Roberto Alfaro. Él no pudo estar en el acto correspondiente, pero su presencia se sintió ya que, gracias a la periodista Eva Montilla se grabó un mensaje, donde se resaltaron las virtudes de don Fernando y la necesidad de inmortalizar su legado a través de la medalla que hoy recibo.
En esa noche, fueron invitadas especiales todas las emociones y todas las alegrías de nuestra Asociación. Era un homenaje a quien, junto con otros hombres y mujeres, la fundaron.
El lanzamiento de la medalla se dio en medio del proyecto de remodelación del edificio que actualmente ocupamos. Esa circunstancia hizo que el acto se desarrollara de forma modesta, pero digna, en la sede temporal que se encontraba en el área de Obarrio.
Viene a mi memoria el momento en que llegó al salón nuestro primer presidente, junto con su familia.
La audiencia los recibió con un largo aplauso. Don Fernando se me acercó, me estrechó la mano, me dio un abrazo, y me dijo con alegría, que estaba feliz porque APEDE no se había olvidado de él.
Luego de los saludos, el silencio invadió la sala y el acto comenzó.
En nombre de la familia Eleta, las palabras de agradecimiento las pronunció nuestra apreciada expresidente, Mercedes Eleta de Brenes. Sus conmovedoras expresiones se hicieron un espacio en la mente y en el corazón de los asistentes.
En ese momento realicé que el discurso que con tanto afán había elaborado, lo había dejado en el estudio de mi casa. Pensé, como diría Neruda, que iba a quedar inválido de expresiones comunicantes.
Mantuve la calma, miré a la audiencia y sobre todo a don Fernando. Mi voz se llenó del espíritu apediano reinante lo que me permitió hilvanar algunas palabras.
El acto culminó con un brindis. En medio de este y de lejos, pude observar la escena de una particular conversación entre don Fernando y el inolvidable profesor Rubén Dariío Carles. Pude ver el brillo de sus miradas y corroborar que la grandeza se cultiva con ideas y acciones. Estas dejan huellas imperecederas que no tienen plazo de caducidad.
El ineluctable agravio del tiempo, no me roba esas memorias atesorables.
Fernando Eleta Almarán fue un ser especial. Su recorrido por esta vida terrenal fue altamente fructífero: Creó empresas, asociaciones y fundaciones. Promovió la educación, el respeto a la naturaleza y, entre otras cosas, predicó de manera persistente, la posibilidad de una Panamá distinta, una donde la reflexión debe ser una constante y donde el trabajo se convierta en el santo y seña del progreso.
Hoy recibo esta medalla con la preocupación de estar a la altura de nuestro fundador.
Asumo el compromiso de promover sus ideas, su conducta ciudadana apegada a la democracia y su espíritu de perpetuo enamorado de la creatividad y de las ideas de futuro.
Estimo que quienes tenemos el honor de recibirla, debemos ser ejemplo de los valores inmarcesibles que siempre acompañaron al gran panameño que fue Fernando Eleta Almarán.
Siendo consecuente con las ideas de don Fernando, debo referirme al momento que nos toca vivir.
Señalo con contundencia, que es importante que las instituciones estén preparadas para repeler cualquier acto de corrupción. No hay estado viable donde la corrupción se tolera.
Es obvio que el clientelismo y las prácticas populistas se convierten en pesada cadena que afecta el futuro de la nación.
Promover un estado austero, implica que el presupuesto del país se dirija a salud, educación, desarrollo e innovación y no a sostener redes clientelares.
La política debe tener el aliento de las cosas nobles de la patria y no ser pesebre de las conductas ilegítimas.
Hay que promover la regeneración de nuestras instituciones para que sean eficientes y que siempre sirvan a los ciudadanos y no a una casta insaciable que no es capaz de vivir al margen de las canonjías del poder.
Queremos una democracia vibrante, donde las reglas sean iguales para todos y donde la ley se aplique sin miramientos. Esa democracia que todos anhelamos tiene muchos enemigos. Algunos que no creen en ella y cuyo autoritarismo es notorio, han decidido atacar persistentemente a las ideas de la libre empresa. De manera inaudita se plantea, como solución a nuestros problemas, la aplicación de fórmulas que tienen el sello del fracaso.
Los problemas del país no se resolverán con pócimas mágicas ni con utopías regresivas.
Es imprescindible que recuperemos la determinación ciudadana para construir el país que todos nos merecemos. La ruta hacia ese objetivo debemos transitarla promoviendo una educación que se conecte con el futuro y que sea auténtica plataforma para la igualdad de oportunidades.
No podemos consentir que el déficit de ciudadanía haga que se desdibuje la democracia y se afecte la convivencia societaria.
En democracia, la justicia es esencial. Sin justicia expedita e independiente, no se podrá generar la confianza necesaria para que impere la paz social.
Los ciudadanos no sólo debemos preocuparnos por exigir derechos, sino que tenemos que cumplir escrupulosamente con nuestras obligaciones.
Debe quedar claro que, la cohesión social sólo se garantizará con una economía moderna que produzca empleos y no con dádivas que son insostenibles.
Es hora de que, desde las organizaciones del sector productivo del país, transmitamos el orgullo de promover la libertad de crear, innovar y de producir un entorno que determine la posibilidad de la auto realización.
Necesitamos que la libre competencia sea real. Que no exista economía de amiguetes. Es esencial quebrar la columna vertebral a cualquier forma de monopolio y de oligopolio. Hagamos que la vida de personas como Fernando Eleta Almarán sea estímulo y ejemplo para las nuevas generaciones, a quienes debemos demostrarles que no merecemos vivir en el invierno de la incertidumbre, sino en los espacios de la esperanza, y los propósitos grandes, como grande es Panamá.
Al recibir esta medalla, siento, como diría el célebre Jack London, la inmensa felicidad de un peregrino de las estrellas.