El jobo nace en las zonas tropicales de América. En nuestro país no es muy común, pero en algunos lugares hay. Se encuentra mayormente de forma silvestre, por lo que no lo aprovechan ni le prestan mucha atención.
Hay un aroma tan fresco y agradable como no hay muchos. A quienes lo conocemos, nos hace cerrar los ojos e inspirar profundamente al identificarlo; aún más, si se percibe inesperadamente sin saber de dónde viene.
Sentir la brisa enérgica y multidireccional en nuestro rostro, que como un difusor hizo llegar a nosotros esa fragancia ácida, pero también dulce, que renueva, revigoriza y alegra, es una sensación muy especial.
Ese olor que no muchos distinguen de nuestra naturaleza, y que ya casi no se encuentra, es de una pequeña fruta llamada jobo.
Esta mide aproximadamente 1 pulgada. Es de color amarillo, y anaranjado casi fluorescente cuando está madura, al menos así vibrante la ven mis ojos asombrados al encontrarla.
Cuando se muerde su fina cáscara, brota su pulpa espesa, amarillenta, lista para saborear. Y, uno, dos, tres… comienza la cuenta de jobos de lo que solo era para degustar. Es imposible solamente probar uno, mmmm…
El árbol de jobos es bastante crecido, “alcanza alturas de hasta 25 metros de alto y 60 centímetros de ancho”, de acuerdo a lo investigado. Por eso, en el tiempo de la madurez de sus frutos, estos caen abundantemente de las ramas abiertas que forman su copa extendida, por lo que ocupan un área muy amplia.
Sus lustrosas hojas color verde están dispuestas de forma pinnada; y si las aprieta, sentirá su olor característico con lo que las podrá distinguir.
La fruta, luego de lavada, se puede comer madura, así mismo; en chichas, jugos y hacer concentrados para utilizarlos después. También es posible emplearla para preparar mermeladas, batidos, helados y gelatinas. Es ideal para salsas de repostería y rellenos.
Además, queda muy bien en postres como en la cobertura del cheesecake. Como sea que la emplee es supremamente deliciosa y su olor inconfundible. Pero, como para gustos los colores, olores y sabores, hay quienes disfrutan de ella verde con vinagre, pimienta y sal.
Mientras caminaba en el lugar de nuestra casa de campo, tomé por una ruta diferente; y deleitándome en mi mundo maravilloso y sencillo, fue como di con él: “el enorme árbol de jobo”, que a distancia me invitaba a disfrutar de su encanto.
Creo que no muchas personas pasan por donde está o quizás no saben de la existencia de su fruto. Nunca había visto uno tan frondoso y con tantos jobos. El suelo estaba lleno de ellos y se veía hermoso con cantidades de puntos de tan vivo color.
Me sentía feliz del árbol que había “descubierto” y empecé a recoger las frutas. Hacía mucha brisa y la mañana aún estaba fría aunque despejada y con rayos de sol.
El movimiento del viento hacía que cayeran jobos y más jobos, como si quisieran ayudarme en mi buena cosecha.
Solo pensaba en el buen uso que iba a darles, pues, en una investigación bibliográfica que había realizado se le atribuía una lista larga de beneficios. Cito lo que decía:
“Contiene vitamina A, del complejo vitamina B y vitamina C; así como los minerales calcio, hierro y fósforo.
Ayuda a acelerar el proceso de cicatrización de las heridas.
Combate úlceras intestinales, amenorrea e infecciones vaginales.
Ayuda a fortalecer el organismo.
Ayuda a mantener en buen estado la piel y evita el envejecimiento del rostro.
Ayuda a combatir la tos o enfermedades respiratorias.
Colabora para mejorar los problemas digestivos.
Fortalece la salud ósea y circulatoria.
Ayuda a la renovación de tejidos en el cuerpo.
Mejora la formación de colágeno.
Bueno para la vista.
Beneficioso para mantener los huesos y dientes sanos.
Se utiliza para tratar enfermedades respiratorias por su poder antibiótico.
Sus hojas en infusión para tratar inflamaciones oculares y diarrea”.
Por sí o por no, estaba frente a ellos, aunque de lo único que puedo dar fe es de su rico sabor.
Mientras recolectaba los frutos, uno cayó justo en el centro de mi cabeza. ¡Tan pequeño y que fuerte lo sentí!, quizás porque se desprendió desde muy alto. En ese instante consideré que eran suficientes y abandoné mi lugar secreto de la “fruta maravillosa”.
El jobo nace en las zonas tropicales de América. En nuestro país no es muy común, pero en algunos lugares hay.
No es frecuente escuchar sobre interés en cultivar el árbol de la familia “Anacardiaceae, especie Spondias Mombin”, aunque no es difícil hacerlo, siempre y cuando se tenga buen espacio para él.
Se encuentra mayormente de forma silvestre, por lo que no lo aprovechan ni le prestan mucha atención.
Ni en carretillas, ni mercados, ni fruterías, he visto venta de jobo, y eso que entre expertas de compras, el premio lo gano yo.
Sin embargo, si los consigue, retire su cáscara, extraiga la pulpa y aparte la semilla. Dependiendo de la cantidad que tenga, con solo hervirlos con agua, azúcar, jugo de limón y canela en raja, obtendrá una rica mermelada. Para que espesen sus cristales de jobo, cocine a fuego lento.
Guárdelo en un frasco de vidrio esterilizado y podrá disfrutar de esta fruta en una forma estupenda y natural; y lo mejor es que podrá conservarla más tiempo.
Conversé con doña “Lucía” sobre esta fruta, quien refirió entusiasta y conmovida: “Recuerdo que nosotros cuando éramos niños cogíamos jobo camino al río. Se sentía el olor fuerte por el sendero y entre las hojas del suelo encontrábamos jobos caídos. Nunca imaginé que esos grandes árboles que nos daban sombra producían esas frutitas. Cogíamos para merendar, mientras mamá se bañaba y lavaba a mano nuestra ropa en ese río”. El consumo de esa fruta se ha perdido, así como las lavadas en río.
Seguimos nuestra amena conversa, y al contarle sobre el jobo que en mi cabeza cayó, riendo y con pícara mirada me dijo: “Oye mija, esos son los duendes”.
Ojalá tengan la oportunidad de ver y reconocer al elemento principal de nuestro escrito, el jobo, una fruta singular.
Gracias a Dios tuve la gran oportunidad de disfrutar de esta maravillosa frutita. Cuando acompañaba a mi vecina a la quebrada Sorilla en Chilibre Centro en los años 50.