Según la ONU, más de un millón de personas en cinco países (Etiopía, Sudán del Sur, Yemen, Somalia y Madagascar) se encuentran en condiciones catastróficas de hambruna. De esos cinco países, cuatro están en guerra civil.
Panamá desaprovechó una gran oportunidad hoy en el 77º período ordinario de sesiones de la Asamblea de Naciones Unidas, para presentar una posición consecuente sobre el tema de cambio climático, pobreza, hambre, desigualdades y migración. Las Naciones Unidas han informado que más de 300 millones de personas en todo el mundo están en grave inseguridad alimentaria. Cincuenta millones se encuentran en condiciones de emergencia, un paso por debajo de la definición técnica de hambruna.
Los efectos combinados de la crisis climática, las consecuencias económicas del COVID-19, los conflictos armados, y el aumento de los costos del combustible y los alimentos han provocado un fuerte aumento en el número de personas que necesitan ayuda. El cierre repentino de las exportaciones de trigo de Ucrania y el bloqueo por buques de guerra rusos de los puertos del Mar Negro, han impedido la salida de los cargamentos de granos, lo cual ha estrangulado la economía ucraniana y desestabilizado a las naciones importadoras de alimentos para presionar a Estados Unidos y Europa a relajar las sanciones a Rusia.
El mundo se enfrenta este año a un riesgo real de múltiples hambrunas, y el próximo podría ser aún peor. A pesar que más de cien barcos cargados con trigo ucraniano ya han zarpado desde el 1 de agosto, aún no se ha fijado una fecha para que Rusia reanude la exportación de fertilizantes. Los precios mundiales del trigo y el aceite de girasol han caído, presagiando precios más bajos de algunos alimentos y aliviando la presión sobre el presupuesto del Programa Mundial de Alimentos (PMA) para ayuda alimentaria de emergencia.
Levantar el bloqueo del Mar Negro es, de hecho, un paso importante para que los alimentos sean más asequibles para centenas de millones de personas que, antes de la reciente subida de precios, ya gastaban un tercio o más de su gasto diario en comida. Sin embargo, insinuar que solo al abrir el Mar Negro reduciría los precios de los alimentos, pondría más granos y cereales en el mercado, y también evitaría la hambruna, se está confundiendo la inseguridad alimentaria con el hambre masiva, un tipo muy diferente de crisis.
Llevar el trigo y el aceite ucraniano de regreso al mercado mundial aliviará la inseguridad alimentaria, pero tendrá poco impacto en el hambre. Esto se debe a que casi todas las hambrunas modernas son causadas por tácticas de guerra. El asedio por hambre ha sido durante mucho tiempo el arma favorita de los guerreros: es simple, barata, silenciosa y terriblemente efectiva.
Según la ONU, más de un millón de personas en cinco países (Etiopía, Sudán del Sur, Yemen, Somalia y Madagascar) se encuentran en condiciones catastróficas de hambruna. De esos cinco países, cuatro están en guerra civil. Un raro caso contemporáneo de inseguridad alimentaria extrema sin guerra civil es Madagascar, donde las sequías han dejado la isla en una situación desesperada.
Es una lástima que el vicepresidente Carrizo evitó hablar de estos crímenes de hambre. El hambre es un resultado político más que una desgracia impersonal, escribió el economista Amartya Sen en su libro “Pobreza y hambrunas”. La guerra no se lleva a cabo solo con las armas.
En 1977, después de las terribles hambrunas inducidas por la guerra en Nigeria y Bangladesh, la inanición de civiles como método de guerra se prohibió expresamente en los Convenios de Ginebra. El artículo 54(2) del primer Protocolo Adicional, adoptado ese año, especificaba: “Queda prohibido atacar, destruir, sustraer o inutilizar bienes indispensables para la supervivencia de la población civil, tales como alimentos, zonas agrícolas para la producción de alimentos, cultivos, ganado, instalaciones y abastecimientos de agua potable y obras de riego, para fines específicos con el propósito de negarlos por su valor de sustento a la población civil o a la Parte adversa, cualquiera que sea el motivo, ya sea para matar de hambre a los civiles, para obligarlos a alejarse, o por cualquier otro motivo”.
Es difícil ver claramente la posición del actual gobierno de Laurentino Cortizo sobre estos temas. Históricamente, los cancilleres y embajadores panameños no son recordados por votar a favor de resoluciones condenando enérgicamente los regímenes que bloquean y obstaculizan el transporte de alimentos. Simplemente, detener los crímenes de hambre no ha figurado en la lista de sus prioridades diplomáticas. Y, al parecer, tampoco es una prioridad cuando alegremente aquí en Panamá se bloquean calles y puertos para impedir el flujo normal de alimentos y productos.
El vicepresidente Carrizo perdió una oportunidad de proponer la creación de herramientas legales para prohibir y castigar los delitos de hambre. Los Estados podrían, por ejemplo, adoptar en sus propias leyes una enmienda de 2019 al Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional que prohíbe la inanición en conflictos no internacionales, y la inanición podría incluirse en los mandatos de los órganos de investigación de la ONU. Y en última instancia, haber sugerido (con valentía, por supuesto) la esperanza de enjuiciar a una persona por el crimen de guerra del hambre.
Entender todo esto no es fácil, pero, al menos, se debió antes estudiar y analizar con expertos algunas consideraciones de geopolítica y dinámicas sobre aspectos de seguridad alimentaria y seguridad nutricional. Seguro que hubiéramos quedado mejor ante un mundo que nos mira y escucha atentamente. Pero fue más cómodo invocar la neutralidad, pasar inadvertidos, repetir discursos dormidos y tomar posturas pusilánimes contra crímenes de hambre. El resultado, intencionado o no, es que el discurso no llenó mis expectativas y deja a Panamá incumpliendo su papel como nación de pronunciarse ante estos foros que los bloqueos y cierres del comercio son herramientas para asesinar personas.
Es hora que estas oportunidades sean evaluadas en su justa dimensión y en un futuro se aprovechen en su máxima expresión.