El crecimiento de habitantes en Santa Ana requirió la construcción de viviendas y propició el surgimiento de comercios, tiendas y abarroterías de propietarios extranjeros, en su mayoría, que prosperaron.
108 años cumplirá Santa Ana de ser un corregimiento desde que fue fundado el 29 de abril de 1915, según datos del Municipio de Panamá. Referirnos a este barrio es una invitación a hacer un retroceso hasta sus raíces, mucho más atrás.
La iglesia Santa Ana desde sus comienzos fue referencia del pasado histórico. Todo inició en el año 1568, cuando por orden de la Corona Española, se erigió una capilla en la antigua ciudad de Panamá. Según fuentes del Municipio de Panamá, se trataba de “la “Ermita” consagrada a nuestra Señora Santa Ana, madre de la Virgen María”.
Cuando la ciudad se trasladó, el nuevo lugar se habitó por negros, mulatos y mestizos en humildes viviendas construidas de paja y se creó un área con esos grupos: Santa Ana, El Chorrillo y Calidonia, que conformaban El Arrabal.
El sitio tenía una muralla que la dividía en 2, Panamá adentro y afuera. El segundo era el suburbio en donde se encontraban las personas de bajo nivel económico. En aquellos tiempos se observaba una marcada división de clases.
Escritos de Manuelita Núñez C., facilitados por la Iglesia Santa Ana, señalaron que “para atender las necesidades espirituales de los habitantes del arrabal de Malambo formado desde 1675 hacia 1677, se mandó a edificar una ermita dedicada a Nuestra Señora de Santa Ana, sobre la cual se levantó más tarde la Iglesia de Santa Ana”. Llamaban ermita a una pequeña capilla con su altar.
De acuerdo al historiador Juan Antonio Susto, esta se procedió a reconstruir en 1751. Fue inaugurada en 1764, pero por siniestros acaecidos y el pasar del tiempo fueron requeridas posteriores restauraciones y mejoras.
El crecimiento de habitantes en Santa Ana requirió la construcción de viviendas y propició el surgimiento de comercios, tiendas y abarroterías de propietarios extranjeros, en su mayoría, que prosperaron. En el área se extendieron 2 grupos, los orientales y negros, principalmente al lado oeste, en el sitio donde se ubicaba el antiguo mercado municipal. Allí también se creó el Barrio Chino.
Frente a la iglesia había una plaza donde se edificó el Parque Santa Ana, que se inauguró en 1890. De acuerdo a Manuelita de Núñez, “una de las primeras obras de la República fue la de embellecer las plazas de la ciudad, incluyendo la de Santa Ana. Se construyeron bancas, un kiosco para las bandas de música, se sembraron árboles y luego las estatuas”.
El libro “Panamá en sus usos y costumbres”, de Stanley Heckadon Moreno, señaló que, “la Avenida Central desde Plaza Santa Ana hasta la Estación del Ferrocarril o el Barrio de Guachapalí, cuenta en ambos lados de la calle con una serie de establecimientos chinos, japoneses e hindúes. Uno camina a lo largo de este trayecto con la idea de que este es el Oriente trasplantado a la América tropical”. Se introdujeron bancos, hoteles y bares.
Este era un lugar de convergencia de panameños y extranjeros, como los inmigrantes que se encontraban en el país por la construcción del Canal de Panamá. Fue núcleo de reuniones, trascendencia política y luchas por la soberanía. Personas de todos los niveles concurrían a conversar entre el agitado entorno. Efectuaban allí muchas actividades sociales y culturales.
La emblemática zona se puede recorrer agradablemente, ya que es un paso peatonal. El cierre de la calle permite realizarlo de forma tranquila y sin aglomeración. Se tiene acceso a tiendas con precios económicos, restaurantes, supermercados, farmacias y puestos de buhonería, vendedores informales que ofrecen objetos de mucha utilidad.
Durante la semana caminaba por la Avenida Central y me detuve a ver la estructura que queda de un antiguo edificio que se encuentra a la altura de Calle H, que siempre me ha gustado, así que me decidí a conocer sobre este. Pregunté a 3 personas sin resultados, pero coincidieron en que un señor a quien llamaban “Chirín” podría ayudarme, debido a que tenía mucho tiempo de vivir en el corregimiento de Santa Ana y de tener puesto de buhonería.
Así encontré a Andrés Lee González (Chirín), un señor alegre y amable, quien estaba en una pequeña mesa que mostraba: cartuchos plásticos para basura, alcanfor, gomas, corta uñas, navajas, baterías, añil, mentolato chino, bálsamos de varios tipos, mascarillas y más. No tenía necesidad de pregonar. Las personas se acercaban con mucha familiaridad, colocaban en una bolsa lo que necesitaban y pagaban.
Nació en el año 1937. Vivió en Santa Ana desde muy pequeño, debido a que sus padres tenían una abarrotería en la Avenida Ancón, frente al Oratorio Festivo, al lado de donde se encontraba la oficina del equipo Ancón de fútbol.
El Oratorio Festivo tenía una capilla y campo de juego, lo cual pertenecía al hospicio de la Iglesia Don Bosco, donde era muy conocido un padre llamado “Manian”. Cerca se encontraba la farmacia del “señor Jurado”. Chirín, luego de vivir allí, se mudó para Avenida B.
Tuvo 12 hijos, a los cuales educó dedicándose a la buhonería. “Todos tienen un diploma universitario y trabajé duro para ellos al igual que la mamá”, manifestó con orgullo.
Con respecto al edificio en ruinas que siempre al pasar me había llamado la atención, que, si sus restos son hermosos, me imagino como habría de ser en sus tiempos de esplendor, indicó, “allí funcionaba la Sociedad Española y realizaban notables reuniones y elegantes fiestas. Tenía un extenso balcón que en 1939 ordenaron tumbar para ampliar la avenida”.
El señor Chirín y yo entramos en confianza y surgió una placentera conversación que fue como hacer un viaje en el tiempo.
Contó que hace muchos años en ese tramo estaba el Teatro Cecilia, donde después se encontraba el Almacén Taboga y actualmente el Restaurante Wendys; y que oficinas de la Compañía de la Fuerza y Luz, que prestaba el servicio de electricidad, quedaban al lado del actual Banco Nacional.
Me habló más de él. Dijo que fue dirigente de los buhoneros y dio paso a sus memorias.
“Todo lo que logré para los buhoneros fue a través del general Omar Torrijos Herrera”, señaló. En aquellos tiempos no se podían tener puestos de buhonerías. “Yo era el único que lo hacía. Por eso, muchas veces me llevaron a dormir 5 días a la Cárcel Modelo y tuve que pagar multas”, agregó. Ese centro penitenciario estaba ubicado en El Chorrillo.
Conoció al general Torrijos e hicieron amistad. “Esto fue cuando él estaba recién llegado y yo a mi corta edad vendía buhonería”, dijo. Con voz entusiasta, el señor Chirín inició su relato.
“Un día yo estaba vendiendo buhonería y el general Torrijos me paró y dijo: “Jovencito, usted sabe que es prohibido hacer eso aquí. Yo le respondí: Mire, yo estoy estudiando, saqué mis cuadernos y se los mostré. Mi papá murió y lo hago para ayudar a mi mamá y terminar la escuela. El general Torrijos revisó las páginas y respondió: Se ven muy buenas notas, sigue así, pero para vender ve al mercado”.
Otro día, volvió a pasar el general Torrijos y me encontró allí nuevamente. Apenas me vio me dijo: “Buenos días joven, cómo está, permítame los cuadernos para ver cómo van las notas. Se los entregué, los revisó y dijo: Siguen las notas bien, pero recuerde, aquí no se puede tener buhonería, por favor vaya a hacerlo al mercado”. Yo le dije: “Está bien”.
En otra ocasión, que ya era la tercera vez, volvió a pasar el general Torrijos y me dijo: “Déjame ver los cuadernos. Repasó con atención sus páginas y dijo: Sigues estudiando bien, pero, ¡Qué vamos a hacer contigo! Esto lo vamos a resolver ahora mismo. Mira, hagamos una cosa, si tú estás aquí y ves que mi patrulla viene, mejor recoge todo y guárdalo, para que cuando algún oficial o yo pasemos no te veamos. Ya sabes, hazlo así”.
Desde ese día, cuando yo estaba allí y venía la patrulla, rápidamente entraba al Almacén 5 y 10, así el general Torrijos no me veía. Ese era un almacén que estaba al lado del almacén de zapatos BBB”.
Luego de un tiempo, el señor Chirín se cambió para Salsipuedes, con los años fue dirigente del sindicato y se presentó donde el general Torrijos para hacerle una petición.
El señor Chirín continuó: “Le dije que necesitaba 25 permisos de buhonería para Santa Ana y 25 para Calidonia. Torrijos llamó al coronel Florencio Flores Aguilar, quien, al verme, manifestó, “qué pasó Chirín, no me digas que estás preso”. El general Torrijos dijo, ¿Tú también lo conoces? ¡A este hombre lo conocen todos los oficiales!”. Explicó el señor Chirín que muchas personas también lo conocían debido a que era pelotero en Santa Rita.
Prosiguió: “El general Torrijos le dijo al coronel Flores, mándalo con el mayor Pittí a la Alcaldía, institución que en esos tiempos quedaba en la Plaza 5 de mayo, y le dices que coordine con él todo lo relacionado con la buhonería, porque es realmente muy conocedor de ello”.
El hombre de 86 años expresó con emoción: “Como es la vida, en el pasado había estado varias veces en el cuartel por infringir la ley realizando buhonería y después salí de jefe, pues quedé coordinando todo”.
Cuando el coronel Flores se jubiló, iba al puesto del señor Chirín en el corregimiento de Santa Ana y se sentaba con él a conversar, según nuestro entrevistado. “Pasaba por aquí luego de realizar sus ejercicios por el aprecio que me tomó desde joven”, aseguró.
El señor Chirín curiosamente sacó de una bolsa un folder que contenía copias de fotos de los coroneles de ese entonces, como las de Omar Torrijos Herrera y Manuel Antonio Noriega. Y me dijo, “aquí guardo recuerdos de mis amigos”.
Durante la plática muchas personas saludaban al señor Chirín y él respondía con cariño.
El carismático señor se descubrió un poco más. Compartió que provenía de una familia del interior y que su madre le había inculcado buenos valores y costumbres.
“Mi mamá me educó muy bien. Me ponía a aprender en la abarrotería. Eran tiempos en que la mantequilla se partía en medio y real. Cuando estaba de vacaciones, me enviaba a Pedasí donde mi abuelo para que me enseñara los trabajos de la finca”.
Comparando el corregimiento de Santa Ana de antes con el de la actualidad, el señor Chirín describió al de años atrás como calmado. “Era muy distinto. Los muchachos para ganar dinero llevaban la portaviandas que las esposas preparaban a los señores que trabajaban y recibían 10 centavos por cada una que repartían. Era totalmente tranquilo. La delincuencia ha venido ahora. La juventud no era así. Algunos solo piensan en la bala. ¡Hasta que me da lástima! Las autoridades tienen que hacer algo. No me refiero a reprimir, pero sí educar”.
El señor Chirín expresó serenamente: “Deseo para Santa Ana que lleguen autoridades más conscientes. Que le presten atención a los reprimidos económicamente y los encaminen a avanzar. A la juventud que lo necesite, ¡que se los lleven como cuando yo era joven! Antes había muchas cosas positivas para la juventud, hasta recuerdo las hortalizas de las escuelas.
Para culminar, subrayó: “Ojalá llegue una buena autoridad aquí a Santa Ana y se hagan cosas buenas, principalmente para los muchachos”.
¡Los mejores deseos para el corregimiento de Santa Ana!