La devastación en Darién y en otros lugares se realiza indiscriminadamente, sin estudios de impacto ambiental, seguimiento, mitigación ni compensación alguna. Sin embargo, las voces de siempre y sus renovadas repetidoras continúan esparciendo los mismos clichés en contra de la industria minera.
En la cultura panameña ha existido desde tiempos ancestrales la costumbre de tumba y quema, con el objetivo de crear nuevos campos de cultivo y potreros que permitan la cría de animales, en especial el ganado vacuno.
Es conocido, comprobable y, además, una realidad de nuestra nación, que grandes migraciones se han dado desde provincias centrales. Los Santos y Herrera ocupan un lugar especial en estos movimientos, aunque no son las únicas provincias que han aportado a las migraciones internas en busca de nuevos bosques. Cuando los recursos locales se agotan, las nuevas tierras tienen dueños y hay que partir con toda la familia en busca de selvas para convertir en potreros y sembradíos.
Entre los impactos que estas migraciones han generado, se encuentran algunos positivos, como la transferencia cultural. El grito, la saloma, la décima y la mejorana, al igual que el pindín y la gastronomía, son elementos esenciales en todo el territorio de la República de Panamá, llegando a cada rincón gracias a nuestros migrantes del interior.
Los datos de los impactos en los bosques panameños son fáciles de obtener en el Ministerio de Ambiente, específicamente en la Dirección Nacional de Sistemas de Información Ambiental.
Paralelamente a las migraciones y sus repercusiones, que todos conocemos, también ha crecido un negocio que transita diariamente por nuestras carreteras en forma de tucas, acarreadas en grandes camiones. Las autoridades podrían contribuir dando la información sobre cada uno de los decomisos (sin contar los que se escabullen) que se llevan a cabo a lo largo de nuestras carreteras, especialmente desde el Darién y las costas de Colón, aunque no exclusivamente.
Cuando comienza la época seca o el verano, que decimos los panameños entre enero y marzo, y últimamente entre diciembre y abril, e incluso hasta mayo, se producen incendios, deforestación y la causa más importante en la actualidad es la tala ilegal.
Según las propias autoridades gubernamentales, el Darién ha perdido gran parte de su cobertura boscosa y la sigue perdiendo, alentada por el gran negocio que ya ha provocado la desaparición de especies como el cedro o el caoba; y en camino se encuentra la codiciada especie conocida como cocobolo.
Toda esta devastación se realiza indiscriminadamente, sin estudios de impacto ambiental, seguimiento, mitigación ni compensación alguna. Sin embargo, las voces de siempre y sus renovadas repetidoras continúan esparciendo los mismos clichés en contra de la industria minera.
La actividad minera sí se realiza en un área determinada y delimitada. Se monitorea en todos los aspectos: agua, aire, suelos y subsuelos; y lo más importante, se compensa por el impacto, dado que cada acción es mitigada a medida que se avanza con el cierre de mina. Este concepto no existe ni aplica en la brutal deforestación ni en el criminal negocio de la tala ilegal. Recordemos que en el Darién no hay proyectos mineros.
Debemos tomar acciones enérgicas y unir esfuerzos enfocados científicamente en los verdaderos enemigos del ambiente. Debemos legislar para hacer obligatorio reforestar al menos el 15 % de los potreros existentes y devolverle al Darién, a Azuero y al resto del país los bosques arrasados por la motosierra y la tala ilegal.
ACTA NON VERBA.