Los delfines pasean sin pasaporte por el Amazonas colombiano, donde el río más caudaloso del mundo baña tres países. En uno de sus brazos, un delfín rosado muerto flota cerca de la ribera; no es el primero y se teme que sean más por la sequía que sufre la selva.
Las agrietadas playas en mitad del río Amazonas son la mejor prueba de un verano que hacía décadas no era tan seco. Las dos temporadas de este ecosistema -una de aguas altas donde se inunda la selva y otra de aguas bajas- son cada vez más largas y pronunciadas, alterando el ciclo natural.
La poca agua existente desde agosto hace que el río se caliente más rápido y tenga menor concentración de oxígeno matando a los peces, alimento para delfines y humanos. En octubre el río debería haber recuperado su nivel.
“Con estas calenturas es como si estuvieran en una olla”, cuenta a EFE Lilia Java Tapayuri, coordinadora local de la Fundación Omacha después de encontrarse con el delfín rosado muerto. La menor concentración de peces también causa más enfrentamientos entre pescadores y delfines por la comida.
Aunque los veterinarios no creen que este delfín muriera por la temperatura del río sino por un encontronazo con un pescador, la reciente muerte de 130 delfines en Brasil prendió las alarmas para evitar un suceso similar en Colombia.
“Definitivamente el cambio climático nos está golpeando en la cara”, agrega Jimena Valderrama, veterinaria de la Fundación Omacha, organización que trabaja desde 1993 por la conservación de los delfines, los manatíes y otras especies de fauna.
La preocupación es extrema por la llegada del fenómeno de El Niño, que hace prever aún menos lluvia y más sequía en los próximos meses. “El cambio ha sido drástico en el Amazonas en los últimos diez años, antes no se veían esas playas tan extensas”, explica Silvia Vejarano, bióloga y especialista en conservación de WWF Colombia.
Delfines de agua dulce
Los delfines no tienen fronteras, pero sí patrones de permanencia. En el Amazonas existen dos especies: el rosado (Inia geoffrensis) y el gris (Sotalia fluviatilis), que también están presentes en el Orinoco colombiano, ambas “en peligro” según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
El reconocido rosado que, además de su característico color, posee adaptaciones a su hábitat en los ríos y lagos amazónicos que lo hacen único, es el delfín de río más grande alcanzando una longitud de 2,8 metros y un peso de 220 kilos. Tiene un hocico largo y las vértebras cervicales libres le permiten rotar la cabeza.
Tiene además un llamado “melón” en la frente muy desarrollado que usan para la ecolocalización en un río muy turbio como el Amazonas, con visibilidad casi nula.
El delfín gris, por su parte, es uno de los más pequeños del mundo con apenas 1,60 metros y 50 kilos, más parecido físicamente a los delfines marinos con un hocico corto, aletas pectorales pequeñas puntiagudas y una aleta dorsal triangular.
No es normal o común ver delfines muertos, explica Valderrama, quien detalla que el que encontraron bajaba entre los ríos Amazonas y el Atacuari, en una zona donde hay muchos conflictos por pesca.
Tras tomarle una muestra de tejido para analizarlo en el laboratorio, el equipo veterinario concluye que no tiene sentido hacerle una necropsia por su estado avanzado de descomposición; calculan que murió hace una semana. Llegaron hasta su cuerpo después de que uno de los pescadores que faena en la zona les avisara del hallazgo.
Aunque aún se dan algunos episodios, han disminuido las muertes por ataques gracias al trabajo de concienciación de la comunidad que, sin embargo, lamenta la poca coordinación que existe a veces con el vecino Perú.
Las amenazas
“En pocos años podemos perder por completo a los delfines de río”, alerta la veterinaria de Fundación Omacha.
Contaminación por mercurio de la minería ilegal, deforestación, conflictos con pescadores, sobrepesca, caza ilegal, proyectos de infraestructura mal planificados, producción petrolera y tránsito frecuente de barcos son algunas de las amenazas que acechan a los delfines de agua dulce.
Pero sin duda, “la muerte de delfines está siendo la señal más tangible del cambio climático”, según Vejarano, con quien coincide Java: “este cambio climático se ha venido haciendo cada vez mayor (…) ya no llueve como antes, el verano es cada vez más fuerte, más largo, la calentura es mucho mayor; lo mismo con las fuertes tormentas”, que han provocado incluso huracanes, y deslizamientos que acaban con los árboles de las orillas.
Los delfines son “indicadores de la salud de los ecosistemas” porque se alimentan de lo mismo que las comunidades. A eso se suma que están en la cima de la cadena trófica, ya que controlan las poblaciones de peces, son un atractivo turístico para la región dejando beneficios económicos y son un ícono cultural.
Las comunidades y cuencas amazónicas tienen en los delfines no solo a unos amigos sino una parte importante de su cultura y cosmogonía; pero ambos enfrentan las consecuencias de un cambio climático que no les da tregua y muestra su cara más perversa, la que amenaza sus alimentos e incluso sus vidas.