No es ni la población latina ni el Gobierno de Panamá el que tiene que pagar por lo que hicieron los españoles. No estamos en la época de la construcción de la Muralla China; no podemos heredar las consecuencias de malas acciones de nuestros antepasados.
Leí una vez que la Muralla China, obra admirada por toda la humanidad, se construyó con el concurso de condenados a realizar trabajos forzados como parte del castigo. Lo más interesante era que el condenado moría antes de concluir su condena, y un familiar tenía que finalizar esa pena.
Me pareció una barbaridad propia de la época, pero a lo mejor algún sustento tenía, porque esa sociedad se cuidaba de que los familiares no delinquieran, ya que corrían el riesgo de tener que pagar por algo que personalmente no habían hecho.
Hago referencia a esta anécdota porque en la actualidad se dan comportamientos y actitudes que nos llevan a escenarios que nos ponen, prácticamente, en esa misma situación por parte de dirigentes al fundamentar sus luchas sociales.
La conquista y colonización por parte de los españoles fue y es un acontecimiento que no podemos borrar de nuestra historia, la cual no podemos revertir, aunque quisiéramos. Con lo bueno y malo, la colonización trajo desplazamientos de los aborígenes, y hay que reconocer que, lograda la independencia, este grupo fue condenado a vivir aislado y con el mínimo desarrollo en educación, salud e infraestructuras.
Sin embargo, los gobiernos, finalmente, debido a las políticas universales de protección y desarrollo de las minorías, le han dedicado muchos recursos a ayudar solidariamente a los grupos originarios. Desde Torrijos, donde se dio una inclusión de estos grupos, se ha avanzado mucho, con independencia administrativa y una red de infraestructuras a veces mucho mejor que en las zonas latinas.
Incluso, en el área del Oriente Chiricano, se traspasó el sistema de seguridad y de salud a las autoridades comarcales, disminuyendo de hecho estos servicios a la población latina.
Sin embargo, la población latina, que ha sido respetuosa de todas estas medidas, aunque haga falta más, es posible, pero tampoco se puede dirigir toda la ayuda para un sector en detrimento de otro porque la nación panameña es solo una. Nunca ha habido conflictos con los aborígenes en el Oriente Chiricano.
No obstante, desde la administración de Martinelli se ha producido un fenómeno: los cierres de la carretera Interamericana como herramienta de fuerza de algunos grupos que ni siquiera están reivindicando problemas propios. Estos grupos se dejan manipular por dirigentes con otras agendas que ni siquiera ellos conocen.
En este sentido, se convierten en los grupos más intolerantes al ser los que llevan estos cierres hasta límites que afectan la salud de los pobladores, sumados a los otros problemas que causan esas acciones de fuerza. Cuando no les quedan argumentos sólidos, estos dirigentes asumen una actitud de grupos discriminados, resaltando lo que sus líderes les inculcan, de que todo el territorio latino fue de ellos y, por tanto, tiene que volver a serlo.
Ese resentimiento subyacente, que aflora cuando el licor les permite su liberación de sentimientos, es el ingrediente que finalmente los mantiene destruyendo a todo el sector productivo sin importar que los latinos que viven en esta región han sido y son trabajadores, y que por muchas generaciones han trabajado la tierra, de sol a sol, y que nada se les ha regalado.
Pienso que los originarios del Oriente Chiricano, muchos de los que han optado por vivir en las poblaciones latinas de San Félix, Tolé y otras comunidades, no se han dado cuenta de que estas poblaciones los han recibido y los han integrado a la sociedad local sin ningún problema.
No es ni la población latina ni el Gobierno de Panamá el que tiene que pagar por lo que hicieron los españoles. No estamos en la época de la construcción de la Muralla China; no podemos heredar las consecuencias de malas acciones de nuestros antepasados, y el presente y futuro pasan por aceptar una convivencia donde se respete el derecho de cada uno, en vez de destruir sin sentido alguno.