Mi más reciente libro, ¿Quién mató a José Ramón Guizado?, contiene datos que confirman que la muerte del presidente José Antonio Remón Cantera el 2 de enero de 1955, no fue investigada seriamente, tal como debería suceder en un país civilizado, tras el primer magnicidio en la historia de Panamá
Quienes deberían haber tenido mayor interés en descubrir a los responsables del crimen del mandatario, se convirtieron en los principales obstáculos para que se supiera la verdad. Querían enterrarlo todo y, cuánto más rápido lo hicieran, mejor. El encubrimiento, no conoció límites.
Ahora que investigo la muerte del general Omar Torrijos Herrera, ocurrida el 31 de julio de 1981, en Cerro Marta, a minutos de Coclesito, en la provincia de Coclé, donde se dirigía el avión que conducía al comandante militar a ese sitio, me percato de lo mismo ocurrido con Remón.
Quienes más interés debieron tener para descubrir e investigar a profundidad lo que realmente le sucedió al mítico militar, fueron los mismos que quisieron cerrar el caso cuanto antes. Por órdenes superiores, se dictaminó que el avionazo fue un accidente y que no había nada que investigar.
En el crimen de Remón, el principal entorpecedor de las investigaciones fue el hermano del asesinado. Alejandro Remón Cantera, más conocido como Toto Remón. Depuesto el primer vicepresidente José Ramón Guizado a los 12 días de haber reemplazado al presidente fallecido, asumió como ministro de Gobierno y Justicia, el poderoso Toto Remón, quien expulsó de inmediato del país a los investigadores extranjeros contratados durante los 12 días que Guizado estuvo en la Presidencia de la República.
Toto, una vez muerto su hermano, logró la aprobación de un préstamo de $450,000 en la Caja de Seguro Social, equivalente hoy a más de $5 millones, que su hermano en vida evitó aprobar porque no estaba de acuerdo con esa transacción. Guizado se negó a dar su autorización. Tras el magnicidio, personas que el presidente Remón no quiso nombrar en el cuerpo diplomático, de inmediato fueron designadas al frente de diferentes embajadas.
En el caso de Torrijos podría haber pasado algo parecido. Al igual que con las aprehensiones que tenía el presidente Remón de que intentarían asesinarlo, Torrijos sentía que lo acechaba la muerte, no por que estuviese en nada malo, sino porque sabía que al tomar algunas iniciativas políticas en la región y en Panamá, con el tema de las negociaciones del Canal, pisaba callos de gente importante como Fidel Castro o de algún presidente estadunidense, acostumbrado a manejar Panamá como una colonia gringa.
Eran los tiempos de revoluciones en Centro América, pero también de las difíciles negociaciones con Washington para poner fin a la presencia estadunidense en suelo panameño.
Torrijos decía manejar información, corroborada por distintas fuentes, al igual que el presidente Remón, de que intentarían asesinarlo. Por ello, evitaba desplazarse con familiares y amigos cercarnos para protegerlos si alguien le ocasionaba algún daño a él.
Marcel Salamín, el politólogo y diplomático muy cercano al general, dice en su más reciente publicación, “Camino a Cerro Marta. El Asesinato de Omar”, que el 1 de agosto de 1981, en que se anuncia a los altos oficiales del gobierno que el avión de la FAP-205, donde viajaba el general se había estrellado y que no había sobrevivientes, él preguntó a un miembro del Estado Mayor de la Guardia Nacional, si el presunto accidente se investigaría.
Recibió una sorpresiva respuesta: “No habrá ninguna investigación. Esto fue un accidente. Y es una orden”.
El gran amigo del general Torrijos, el presidente Demetrio Basilio Lakas, junto con Ricardo de la Espriella, quien era vicepresidente en 1981 -también íntimo de Torrijos- buscaron un investigador estadunidense experto en accidentes aéreos. A los dos días de estar en Panamá, Lakas desistió de su esfuerzo. De la Espriella consideró que le pidieron a su amigo Lakas que dejara eso.
Los detalles de ambos casos son similares. Nadie puede concluir que Toto Remón fuese parte del complot para asesinar a su hermano, pero nadie puede negar que obtuvo grandes réditos políticos y económicos tras su muerte.
Igualmente, sería irresponsable señalar a algún miembro del Estado Mayor o de la inteligencia de Estados Unidos como autores directos o indirectos de la muerte de Torrijos. Pero, tampoco es un secreto que, tras la inesperada muerte del jefe militar, hubo muchos que le sacaron provecho a lo ocurrido.