El otro gran apoyo de la felicidad es el amor, la vida afectiva. Ambos, amor y trabajo, conjugan el verbo ser feliz
La felicidad es aquel estado de ánimo en el cual me encuentro satisfecho de lo que hasta ese momento he hecho con mi vida, de acuerdo con lo que proyecté, analizó en un artículo en el diario digital El Confidencial, es siquiatra y sicológo médico español, Enrique Rojas.
Explicó que el que me sienta feliz no implica la culminación de mis propósitos. El hombre es como una sinfonía siempre incompleta, se está haciendo a sí mismo continuamente, siempre es superable, de ahí que no pueda considerarse nunca como definitiva. Su trayectoria personal y la vida son azarosas, y puede que mañana cambie el rumbo de los acontecimientos y estos se tornen difíciles y hagan mi vida casi imposible.
En el fondo, la expectativa de vida, en alusión a la edad, califica muy bien lo que realmente sucede, ya que a medida que se tienen más años decrece la expectación respecto a los acontecimientos venideros, exceptuando la muerte, y se vive más hacia atrás, en un repaso minucioso de la propia biografía.
Soy feliz cuando mi vocación como persona -en mi trabajo, en mis afectos y en el plano cultural- se va desarrollando positivamente, y en tanto en cuanto he sabido aceptar los cambios, las modificaciones y la acción de diversos aspectos inesperados que han recaído sobre ella.
Quizá el ingrediente más importante a priori para el desarrollo de una vida feliz sea el haber escogido una profesión u oficio con el que uno se sienta identificado. Esta afirmación hay que matizarla mucho, ya que, a posteriori, el otro gran apoyo de la felicidad es el amor, la vida afectiva. Ambos, amor y trabajo, conjugan el verbo ser feliz.
Viene bien aquí aquella fórmula de San Juan de la Cruz, cuando hace alusión al baremo que se nos aplicará en los momentos postreros: “En el atardecer de nuestra vida seremos examinados de amor”.
De acuerdo a Rojas, la felicidad es una vocación general a la que se siente llamado todo ser humano. En cada persona, esta afirmación, un tanto etérea, cristaliza de un modo individual y toma un perfil concreto. Se siente feliz aquella persona ocupada en desarrollar esa vocación singular, luchando por superar todas las dificultades y contrariedades de esa empresa, mientras que no naufrague ante las tempestades naturales que habrán de venir.
La felicidad se basa en encontrar un programa de vida que nos satisfaga lo suficiente como para ser nuestro acompañante permanente a lo largo de toda la existencia. En esa línea, la vocación profesional constituye un eje primordial; una persona con una profesión que le guste y con la que se sienta pleno tiene grandes posibilidades de poder sentirse feliz en muchos momentos de su vida.
Ese sentirse feliz no es otra cosa que una experiencia subjetiva de satisfacción, que casi nos seda y nos aboca a un letargo delicioso. Como decía Confucio: “Si amas lo que haces, nunca será un trabajo”.