Algunas llamadas a la unidad de un país que admite dividido y polarizado, llamadas que en todo caso no fueron lo más sustancial de su monólogo
Donald Trump dio este jueves el discurso más largo de aceptación de una candidatura de la historia de Estados Unidos. Una hora y cuarto de voz baja, lenta y monótona, como de homilía.
Ese fue el único cambio real del nuevo Trump, redivivo tras un intento de asesinato sufrido hace seis días que falló por los pelos. Ese, y algunas llamadas a la unidad de un país que admite dividido y polarizado; llamadas que en todo caso duraron solo unos pocos segundos y no fueron ni de lejos lo más sustancial de su monólogo, informó el diario catalán El Periódico.
El Trump de este jueves en la convención demócrata de Milwaukee sonaba bastante al de hace ocho años. No parece haberse producido un gran cambio tras el intento de magnicidio. Formas más suaves, tal vez.
Tiene el republicano una auténtica obsesión con la inmigración, que él considera una “invasión” en toda regla.
Para Trump, los “invasores” extranjeros son los responsables de casi todos los problemas del país. Especialmente de la presunta falta de trabajo y oportunidades para la clase obrera estadounidense.
El republicano parece convencido de tocar la misma tecla que tan bien le sonó en el 2016: La de la clase obrera.
Enfrentar a los de abajo contra los de arriba (de Washington), y a los de abajo contra los de fuera (de China o de México).
Porque los estados clave volverán a ser este año los del cinturón obrero de Michigan, Wisconsin y Pennsylvania. Unos pocos centenares de miles de votantes le dieron allí la victoria en el Colegio Electoral de delegados, a pesar de su derrota en votos totales frente a Hillary Clinton.
El Medio Oeste como bisagra, que pasó entonces de votar como casi siempre, demócrata, a hacerlo por un líder mesiánico que prometía reindustrializar el país y devolver empleo y gloria a una clase media empobrecida. ¿Por qué cambiar ahora?