Estados Unidos enfrentó dividido las elecciones de este martes. El diario El Periódico habla con votantes en Nueva York, Filadelfia y otras ciudades
La última vez que Caitlin votó en unas presidenciales, en 2020, en 10 minutos estaba fuera de su colegio electoral de Brooklyn.
Este martes, esta maestra pastelera de 34 años aguantaba en su nuevo centro de voto en el East Village, en Manhattan, una larga cola al mediodía, una espera a la que no estaba acostumbrada en Nueva York y a la que quería verle el lado positivo.
“Me da esperanza de que aumente la participación”, decía esta votante de Kamala Harris, que explicaba que los principales motores de su apoyo a la candidata presidencial demócrata eran “los derechos de las mujeres y la decencia moral”. Mientras que para su pareja, Ben, lo importante era “intentar acabar con la división”.
Poco más atrás en esa misma cola, en una soleada mañana neoyorquina, estaba Milán, de 40 años, criado entre Argentina y Miami y que por primera vez iba a votar a Donald Trump.
Él también hablaba de división y decencia moral, pero con una visión radicalmente opuesta. “Aquí en Nueva York mucha gente es republicana a escondidas por la cantidad de demócratas que hay acá y porque el Partido Demócrata está bien lleno de odio”, aseguraba.
“Mis amigos demócratas me llaman ignorante, tengo amigas que han cortado relaciones conmigo y amigos que pierden también amigos, novias que están dejando a sus novios. El país entero está dividido”, analizaba.
Unas horas antes, en el centro de voto instalado en el teatro Filmore de Filadelfia, gran bastión demócrata en el trascendental estado bisagra de Pensilvania, Megan Mazur hacía también algo de cola para emitir su voto a favor de Harris.
“Mi razón principal es la falta de carácter moral de Trump”, aseguraba esta pastora de la iglesia episcopaliana de 39 años, que tras ejercer su derecho se dirigía a su iglesia, donde planeaba dedicar su sermón a “hacer una llamada al diálogo”.
El proselitismo lo ha realizado de otra manera también Gabriel Freedman-Naditch, un joven de 20 años de Boston, que votaba por primera vez en unas presidenciales (aunque lleva haciendo voluntariado para campañas demócratas desde que tiene 12 años, cuando empezó a tocar puertas a favor de Hillary Clinton en New Hampshire).
Él se mostraba satisfecho porque había contribuido a convencer a un amigo conservador en Georgia, uno de los estados bisagra, a cambiar su voto de Trump a Harris. “Estoy esperanzado pero también ansioso”, decía el joven el lunes por la noche en el mitin de cierre de campaña de Harris en Filadelfia.
Allí también estaba Jessica Moreno, nacida hace 50 años en Guatemala pero que lleva 45 en Estados Unidos y que trabaja con una organización que ayuda a inmigrantes, en muchos casos indocumentados.
Este martes daba “emocionada” su voto a Harris. “Es una mujer de padres inmigrantes, como yo; una mujer de color, una mujer muy competente y preparada. Representa todo lo contrario que Trump”.
“Tengo miedo, si ganamos nosotros, de que se levante la otra parte del pueblo”, decía. “Pero también tengo miedo si ganan ellos. ¿Qué vamos a hacer entonces nosotros?”.