La elección de figuras con posturas abiertamente hostiles hacia China sugiere un enfoque de política exterior más agresivo y confrontativo
La victoria de Donald Trump establece el inicio de un periodo potencialmente más tumultuoso en las relaciones entre China y Estados Unidos Unidos.
Con ambos partidos políticos en Washington identificando a Pekín como el principal adversario estratégico, el régimen de Xi Jinping adoptó una postura cautelosa durante el proceso electoral, consciente de las implicaciones de posibles cambios, informó el diario español La Razón.
Ahora que la nueva administración comienza a consolidarse, los nombramientos recientes para puestos clave han generado inquietud en Pekín. La elección de figuras con posturas abiertamente hostiles hacia China sugiere un enfoque de política exterior más agresivo y confrontativo.
Ese equipo no solo ha comparado a los líderes comunistas con nazis, sino que también ha promovido teorías de conspiración en torno a la pandemia del Covid-19 y ha declarado de facto una nueva Guerra Fría, al mismo tiempo que refuerzan el apoyo militar a Taiwán.
Analistas advierten que estas dinámicas podrían intensificar las tensiones bilaterales y complicar aún más el ya frágil equilibrio en la región Asia-Pacífico.
Ese alineamiento estratégico se interpreta como un claro indicativo de que la nueva administración Trump está dispuesta a adoptar medidas contundentes en respuesta a lo que considera amenazas emergentes de la potencia asiática.
Los anuncios del organigrama de transición han puesto de manifiesto una notable eficiencia. Una semana después de su conquista electoral, el mandatario designó a John Ratcliffe, excongresista de Texas y antiguo jefe de inteligencia nacional, como nuevo director de la CIA.
En su papel anterior, Ratcliffe destacó a China como la “amenaza número uno para la seguridad nacional”, argumentando que “resistir el intento de Pekín de remodelar y dominar el mundo es el reto de nuestra generación”.
Por otra parte, Elise Stefanik, nominada como embajadora de EE UU ante las Naciones Unidas, identificó la lucha contra las amenazas económicas y de seguridad nacional representadas por el “gobierno comunista chino” como una de sus principales prioridades.
Asimismo, este martes Trump designó al representante de Florida, Mike Waltz, como su asesor de seguridad nacional, destacando su experiencia en las amenazas de China, Rusia, Irán y el terrorismo global.
En su momento, Waltz caracterizó la relación con Pekín como una “guerra fría”, instando a una mayor conciencia tanto en las instituciones como entre la ciudadanía estadounidense.
Hizo además hincapié en que los recientes incidentes de globos espía chinos sobre el continente deberían servir como una “llamada de atención comparable a la del lanzamiento del Sputnik”, subrayando la urgencia de una respuesta unificada ante estas amenazas.
En el centro de la nueva trama de política exterior se encuentra Marco Rubio, designado como secretario de Estado siendo el primer titular del cargo que enfrenta sanciones y una prohibición de viaje impuesta por Pekín.
En el 2020, Rubio fue uno de varios legisladores estadunidenses objeto de represalias chinas en respuesta a las sanciones contra funcionarios de la República Popular, así como por su firme apoyo al movimiento democrático en Hong Kong. Los medios chinos lo han calificado como un “pionero obsesivo y radical anti-China”.
Su nombramiento podría complicar significativamente la estrategia diplomática estadunidense, especialmente si se le continúa restringiendo el acceso a China.
Un precedente similar se observó con el exministro de Defensa chino, Li Shangfu, quien, al asumir su cargo bajo sanciones estadunidenses, optó por no dialogar con el secretario de
Defensa Lloyd Austin hasta que se levantaran las restricciones. Según Zhu Junwei, exinvestigador del Ejército Popular de Liberación y actual director de investigación sobre Estados Unidos en la Institución Grandview de Pekín, el ascenso de Rubio representa “una pesadilla hecha realidad” para el régimen chino.
Aunque los planes de Trump son inciertos, una propuesta clave de su programa es casi segura: aranceles implacables a los productos chinos, gravados al 60% o incluso al 100% en el caso de los vehículos eléctricos.
La globalización, que ha convertido a China en la fábrica del mundo, corre el riesgo de recibir el golpe definitivo, pues ya está desfallecida tras la guerra comercial lanzada por la primera administración Trump en el 2018, la pandemia del Covid-19, la dilatada guerra de Ucrania y, después, las severas medidas adoptadas por la presidencia de Biden para privar a las “tech” chinas de componentes punteros, como los semiconductores de última generación.
A pesar de todo, el máximo dirigente chino ha felicitado a Trump por su regreso a la Casa Blanca, lo que indica que el jefe del Partido Comunista busca mantener una relación cordial.
Este sábado, se espera que Xi Jinping se reúna en Perú con el presidente saliente, Joe Biden, durante una cumbre de líderes de la región Asia-Pacífico, lo que ofrecerá a Pekín la oportunidad de enviar un mensaje a la próxima administración.