Hansi Flick logra su primer título como técnico del Barça tras firmar una oda al fútbol en el primer tiempo y acomplejar luego a su rival en inferioridad
Jugar una Supercopa de España en Arabia Saudí es una aberración que va para largo. Nadie debería olvidarlo.
Aunque el fútbol es tan grande, tan conmovedor, que en el recuerdo no quedará esa pandilla de hombres que se sientan en los tronos como si nada a la espera de que los esclavos les cambien los vasos, sino un partido legendario del Barça frente a un dramático y calamitoso Real Madrid con un primer acto que quedará ya por siempre fijado en la memoria, informó el diario español El Periódico.
El Barça de Hansi Flick, ya con su primer título como azulgrana, ya había ganado 0-4 en la Liga. Pero su triunfo en Yeda impactó por la determinación, el convencimiento, el sacrificio, la precisión y la belleza con la que culminó el equipo su gran obra de arte.
La victoria del Barça fue una oda al juego en equipo y a la cordura. Una demostración de que en este deporte chicos como Casadó valen un imperio, y que puedes amontonar cuantos cromos quieras que, aun con Mbappé, Vinicius, Bellingham y Rodrygo en un mismo once, puedes acabar descuartizado.
Las penalidades que tuvieron que superar los futbolistas de Flick, que vieron cómo se lesionaba Iñigo Martínez -sustituido por Araujo- en el primer acto y que jugaron en inferioridad la última media hora por expulsión de Szczesny tras patada a Mbappé, sirvieron para dar aún mayor valor a una victoria de la que también formó parte en el último tramo Dani Olmo, que acabó besándose el escudo como prueba de amor tras días de insoportable presión.
Porque el Madrid, la primera vez que Mbappé atrapó una contra y después de que Courtois sacara dos balones de gol con paradas inverosímiles, se puso en ventaja. Mbappé, el de los seis fueras de juego en el clásico del Bernabéu, creyó encontrar una redención que resultó de cartón piedra.
El Barça, lejos de acobardarse, en vez de preguntarse si el equipo blanco se tomaría su venganza tras el aplastamiento de la Liga, cumplió al pie de la letra con lo estudiado. No era más que evitar la precipitación y castigar una y otra vez el socavón defensivo blanco, con Tchouaméni y Lucas Vázquez, pésimos y descoordinados, convirtiendo su zona en un parque de atracciones donde los niños pudieran gozar a sus anchas.
Aunque no mejoraban demasiado sus prestaciones por el otro flanco Mendy y un Rüdiger que juega a bastonazos.
Fue una genialidad de Lamine Yamal la que abrió las puertas del paraíso para el Barça.
A partir de ahí, el Barça bailó sobre la tumba madridista, en una orgía que requería de los gritos de Siniestro Total. Camavinga soltó los tacos a Gavi y el VAR cazó un penalti coronado por Lewandowski. Y el árbitro Gil Manzano, que no había visto nada y a quien tuvieron que llamar la atención, le perdonaría después la roja al francés. Fuera a molestar a los acalorados hinchas locales.
Poco importó. Raphinha cabeceó en el 1-3 a centro de Koundé mientras Lucas cazaba mariposas. Y en el noveno minuto del añadido del primer acto, el Barça aprovechó un córner a favor del Madrid para que Lamine se echara al monte y Balde pidiera silencio a Yeda con el 1-4.
Ni siquiera debería el equipo de Flick reprocharse no haber amontonado más goles después de que tras el quinto tanto de Raphinha el Madrid arrancara la roja a Szczesny.
El Barça tomó la pelota, orgullo y fuente de vida, y estranguló la paciencia de un Madrid que ha descubierto en Flick un gran complejo.