Los estadunidenses instalaron una base militar con pista de aterrizaje y albergó a más de 2, 400 militares
El paradisíaco archipiélago de las Islas Galápagos, en Ecuador, alberga criaturas únicas en el mundo y es un refugio prístino de biodiversidad. Sin embargo, entre su geografía volcánica, guarda una página poco conocida de la historia: su papel clave en el tablero militar durante la Segunda Guerra Mundial, según la agencia Efe.
En 1942, cuando los ecos de la guerra llegaron al Pacífico, Estados Unidos encontró en la isla Baltra un enclave estratégico para proteger el acceso occidental del Canal de Panamá e instaló allí una base militar, que permaneció oficialmente hasta 1946.
Así nació “La Roca”, el nombre con el que los soldados estadounidenses bautizaron Baltra. En la isla se construyó una pista de aterrizaje y barracas de madera capaces de albergar a cientos de soldados y oficiales. Se estima que hasta 2.400 militares estuvieron allí al mismo tiempo.
Dado que Baltra es una isla desértica, Estados Unidos construyó un acueducto desde la laguna El Junco, un cráter volcánico en la parte alta de la isla San Cristóbal, para abastecer de agua potable al regimiento.
También estableció estaciones de radar en Punta Albemarle y Caleta Webb, en la isla Isabela (la más grande del archipiélago), así como en el lado sur de la isla Española. Además, ubicó nidos de ametralladoras en la costa norte de la isla Santa Cruz, según la Fundación Charles Darwin.

Se construyeron tanques de combustible con capacidad para 1,5 millones de galones y estaciones de bombeo en Baltra, que, a menos de 1.600 kilómetros de Panamá, ofrecía una ubicación idónea para anticipar cualquier escaramuza o posible invasión al Canal de Panamá, según el libro De 1832 a nuestros días del Parque Nacional Galápagos (PNG).
Así, Baltra se convirtió en “un gigantesco portaviones imposible de hundir”, pasando a ser la mayor instalación militar y aeronaval del sudeste del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Entre los cambios propiciados por EE.UU., Baltra se convirtió en la primera isla del archipiélago en contar con servicio de energía eléctrica, situada a unos mil kilómetros de las costas continentales de Ecuador.
La presencia militar transformó la dinámica de la isla. Mientras en otros rincones del archipiélago las tortugas continuaban su lento peregrinar, los leones marinos descansaban en las playas y los piqueros danzaban con sus patas azules, en Baltra resonaba el rugido de los motores de los equipos militares.
“Un cambio tan radical en el ecosistema perjudicó enormemente a las especies locales, hasta el punto de que es imposible determinarlo con exactitud, aun cuando existieron regulaciones que impedían lastimar a la fauna”, señala un texto avalado por el Parque Nacional Galápagos.
Con el fin de la guerra, la base militar fue desmantelada, pero su legado permaneció. Las ruinas de sus estructuras son ahora parte del paisaje que los turistas observan desde autobuses, antes de llegar al canal donde abordan lanchas para adentrarse en el archipiélago. Actualmente, el aeropuerto de Baltra es su principal puerta de entrada.
Baltra, donde habita una gran cantidad de aves, incluidos piqueros y fragatas, es una zona árida cuya vegetación está dominada por arbustos salados, cactus de tuna y árboles de Palo Santo.
