“Se muere un hombre…”.
Así me lo dijo, entre lágrimas contenidas, mi maestro Eduardo Barrios García, la mañana del 21 de julio de 1998. Aquella frase me golpeó el alma, porque no se trataba de cualquiera. Era Victorio Vergara Batista, el Tigre de la Candelaria, el ídolo de multitudes, el acordeonista que puso al pueblo a bailar con el corazón… y que ese día, dejaba este mundo para entrar en la inmortalidad.
Han pasado 27 años desde aquella mañana en que no solo dimos la noticia: Lloramos al aire. Desde el micrófono de RPC Radio, yo no hablaba solo como periodista, sino también como fanático y como panameño. Porque cuando se apaga una figura como Victorio, el país entero se queda en silencio… aunque sea solo por un momento.
La noticia que nos quebró
Todo comenzó dos días antes, un domingo 19 de julio. Llegué puntual a mi turno en la redacción, en el edificio Chesterfield. Como era costumbre, revisé la prensa del día. Fue una pequeña nota en El Universal la que me hizo saltar de la silla: “Victorio Vergara sufre un derrame cerebral”. Aquello me heló la sangre.
No había seguimiento en la emisora. No podía permitir que la noticia del año -y quizás de la década- nos pasara por alto. Actué con el instinto periodistico de quien ama la verdad y respeta la historia. Llamé a Álvaro Alvarado, quien ya sabía de la noticia y estaba en el Hospital Paitilla junto al doctor Francisco Sánchez Cárdenas. En minutos, Panamá entera supo lo que estaba pasando. El Tigre estaba entre la vida y la muerte.
Más que una noticia
Lo que vino después fue una cobertura que no se olvidará jamás. Las emisoras típicas se llenaron de lágrimas y peticiones de oración. Las estaciones de televisión interrumpieron su programación para actualizar el parte médico. Los fanáticos acudieron en masa a los alrededores del hospital, con esperanza, con fe… con dolor.
Pero nada de eso detuvo lo inevitable. Y ese martes, el país perdió al más grande. El acordeón se quedó sin dueño. La Candelaria, sin rugido. La gente, sin consuelo.
Periodismo con alma
Ese día confirmé que el periodismo también tiene alma. Que a veces no basta con informar, porque hay noticias que se sienten, que se sufren, que duelen como propias. Victorio no era solo un artista: Era el reflejo del pueblo humilde, del esfuerzo, de la identidad. Su partida fue una herida colectiva.
Hoy, casi tres décadas después, su legado sigue intacto. Cada vez que suena “Desde que llegaste Ami” , “Esa Mujer ”, o “Nuestro Romance” lo escuchamos
vivo. Cada vez que alguien baila un tamborito en la campiña, Victorio vuelve a tocar.
Porque hay hombres que no mueren, solo se transforman en leyenda.
