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Qué es el "Anillo de Fuego", donde se originó el gran terremoto en Rusia

Qué es el "Anillo de Fuego", donde se originó el gran terremoto en Rusia

El reciente sismo de magnitud 8.8 en la península de Kamchatka ha puesto de nuevo en el foco a esta gigantesca franja del planeta donde la Tierra nunca descansa

El pasado 29 de julio, un potente terremoto de magnitud 8.8 sacudió la costa de la península rusa de Kamchatka, al este del país.

El sismo, uno de los más intensos registrados en lo que va del siglo XXI, provocó una alerta de tsunami que se extendió por buena parte del océano Pacífico, afectando a países tan distantes como Japón, Estados Unidos, Chile o Indonesia. La sacudida no solo generó olas de hasta 4.5 metros, sino que coincidió con la erupción del volcán Klyuchevskoy, uno de los más activos de Eurasia, informó el diario La Razón.

La explicación de este fenómeno, como en muchos otros episodios sísmicos de gran magnitud, se encuentra en la ubicación de Kamchatka dentro del llamado Anillo de Fuego del Pacífico, una vasta zona de actividad sísmica y volcánica que se extiende a lo largo de más de 40,000 kilómetros y que bordea casi todo el perímetro del océano Pacífico.

El Anillo de Fuego se extiende desde el sur de América del Sur, sube por la costa occidental de América del Norte, cruza el estrecho de Bering y continúa hacia el sur por Asia Oriental y Oceanía, abarcando Japón, Filipinas, Indonesia, Papúa Nueva Guinea y hasta Nueva Zelanda.

En su recorrido, atraviesa más de 15 países y alberga 452 volcanes, lo que representa más del 75% de los volcanes activos del planeta, según la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA).

Esa intensa actividad tiene una causa geológica clara: La interacción de varias placas tectónicas. En esa región convergen grandes placas como la del Pacífico, la de Cocos, la de Nazca, la Norteamericana y otras más pequeñas, como la microplaca de Ojotsk, presente en la zona de Kamchatka.

Esas placas están en movimiento constante, colisionan, se separan o se deslizan unas bajo otras en un proceso conocido como subducción. Ese fenómeno es el principal desencadenante de terremotos, tsunamis y erupciones volcánicas.

La península de Kamchatka es uno de los puntos calientes del Anillo de Fuego. Su ubicación sobre el límite entre la placa del Pacífico y la microplaca de Ojotsk hace que los movimientos sísmicos sean frecuentes y, en ocasiones, extremadamente intensos.

La historia geológica de la región lo demuestra: En 1952, un terremoto de magnitud 9 generó un tsunami que llegó hasta Hawái; en 1923, otro sismo de magnitud 8.4 provocó olas de más de siete metros.

La sacudida de este miércoles 29 de julio figura ya entre los sismos más potentes de la historia reciente y es la segunda más intensa del siglo XXI, solo por detrás del terremoto de Tōhoku (Japón) en 2011, que alcanzó una magnitud de 9.1 y originó el desastre nuclear de Fukushima.

Según el Instituto Geográfico Nacional (IGN), ese tipo de terremotos requiere un tipo específico de falla geológica, denominada “falla inversa”, donde las placas se empujan verticalmente, acumulando una enorme cantidad de energía que, al liberarse, genera un impacto devastador.

A lo largo de la historia, algunos de los terremotos más destructivos han tenido lugar en esta zona del mundo. El más fuerte del que se tiene registro ocurrió en 1960, en Valdivia (Chile), con una magnitud de 9.5. Aquel sismo provocó más de 2.000 muertos y un tsunami que cruzó el Pacífico. En el 2004, otro terremoto de magnitud 9,1 frente a las costas de Sumatra provocó un tsunami en el océano Índico que dejó cerca de 230,000 víctimas.

El Anillo de Fuego no solo es responsable del 90% de los terremotos globales, sino también de gran parte de la actividad volcánica activa en el planeta. Y aunque vivir en esta región implica un riesgo constante, millones de personas habitan en sus cercanías debido a factores como la fertilidad del suelo volcánico, la abundancia de minerales o la cercanía a rutas comerciales marítimas.

La actividad sísmica y volcánica en el Anillo de Fuego es objeto de un monitoreo constante por parte de agencias como el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico o la Red Sismológica Global.

Gracias a la tecnología actual, es posible detectar con mayor antelación muchos de estos fenómenos y emitir alertas que pueden salvar vidas. No obstante, la capacidad de predecir terremotos con precisión aún escapa a la ciencia.

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