Zelenski no se fía de las promesas de Putin y necesita un mecanismo que impida que las tropas rusas no seguirán avanzando en el campo de batalla
La frenética actividad diplomática con la que Trump parece querer disimular la falta de progresos reales en el tortuoso camino hacia la paz en Ucrania nos ha dejado un único fruto. Putin no va a decretar un alto al fuego, Zelenski no entregará el Donbás, pero se ha abierto la posibilidad de que Rusia acepte las garantías de seguridad que Ucrania exige para negociar un improbable acuerdo, informó el diario El Mundo.
¿Por qué son tan importantes las garantías de seguridad? Imagine el lector que Zelenski entrega el Donbás como condición para que se produzca un alto el fuego. Más al sur, supongamos que se ve obligado a ceder también la ciudad de Jersón, capital de una de las cuatro regiones que ahora exige Putin y que, por desgracia, se encuentra al otro lado del río Dniéper.
Ucrania habrá perdido las fortificaciones que le permiten contener al ejército ruso y las barreras naturales que la defenderían de una nueva invasión. ¿A cambio de qué? Lo que Putin se aviene a ofrecer como compensación es sólo la promesa de que, una vez que tenga en la mano la llave de lo que queda de Ucrania, renunciará a entrar en ella.

Como Zelenski no se fía de las promesas de Putin -y hace muy bien- necesita un mecanismo que le garantice que las tropas rusas no aprovecharán cualquier pretexto para seguir avanzando. Y no bastan las sanciones económicas.
Conociendo al dictador, ese mecanismo sólo puede ser de naturaleza militar; pero, como de lo que se trata es de disuadir a una gran potencia nuclear que tiene al frente un líder agresivo, no valdría cualquiera. Al contrario que en otros escenarios, no bastaría el despliegue de cascos azules, controlados por un
Consejo de Seguridad de la ONU en el que Rusia tiene derecho de veto.
Tampoco parece suficiente la firma de un tratado de defensa inspirado en el artículo 5 de la Alianza Atlántica como el que proponen Estados Unidos, basado en el principio de que un ataque a Ucrania sería considerado como un ataque a todas las naciones que se abran a garantizar su seguridad.
Las palabras se las lleva el viento, un viento particularmente intenso cuando el infractor tiene 6,000 ojivas nucleares. Zelenski no puede olvidar que en el Memorándum de Budapest, firmado en 1994, las potencias occidentales ya habían dado garantías a Kiev sobre su integridad territorial que se convirtieron en papel mojado en cuanto los tanques de Putin atravesaron la frontera.

Para Kiev, la única garantía creíble es el despliegue de verdaderas fuerzas de combate de los países que se muestren dispuestos a garantizar la paz con la vida de sus soldados, con el Reino Unido, Francia y Alemania a la cabeza.
¿Cuántas brigadas harían falta? Al menos media docena -unos 20,000 soldados, apoyados por un potente componente aéreo- siempre que entre ellas se encuentren fuerzas de Estados Unidos, el único país que puede disuadir a Rusia de amenazar al mundo con el empleo de su mejor baza estratégica: Las armas nucleares tácticas.
Pero importa menos el número que la voluntad de enfrentarse al ejército de Putin Y no es necesario que puedan derrotar a los rusos sobre el terreno.
En casos como este, las tropas desplegadas hacen el efecto de tripwire disuasorio: la sangre de los caídos sería el cable disparador de una guerra con Occidente que, con Washington del lado de Europa, ni siquiera Putin se atrevería a provocar.
¿Aceptaría el dictador unas garantías de seguridad como esas? Desde luego que no. Él ya ha ofrecido considerar la presencia de tropas neutrales, como las de China -que estarían a su servicio y tendrían derecho de veto sobre lo que haga todo el despliegue- y ha rechazado las de la OTAN. En realidad, lo que Putin ofrece como garantías de seguridad sólo sería una trampa más para Kiev.
Pero imaginemos que, por una vez, el dictador diera su brazo a torcer. ¿Serviría de algo? Para responder a esta pregunta casi sería mejor remontarse al pasado.
Imagine el lector que, tan pronto como los medios de Inteligencia estadunidenses alertaron al presidente Biden de lo que iba a ocurrir en Ucrania, hubiera ordenado el despliegue de una sola de sus brigadas en el aeropuerto de Kiev, objetivo crítico para los planes del dictador.
Si lo hubiera hecho, es muy probable -y ahí tengo que darle la razón a Donald Trump cuando culpa de la guerra a su predecesor- que la invasión nunca se hubiera producido.
Lo que ahora se espera de Trump es que se aplique a sí mismo esa lección de la historia y se muestre dispuesto a desplegar sus tropas para garantizar un acuerdo de paz. Quizá lo haga y quizá no. Pero no nos dejemos llevar por el optimismo.
Solo estamos hablando de un caso hipotético que no parece muy probable a estas alturas, el de que Putin de verdad quiera llegar a un pacto con Zelenski y el que acepte unas garantías de seguridad como las que propone la UE. Y ambas posibilidades se me antojan remotas sin el peso de las sanciones secundarias que ingenuamente -o no- Trump acaba de retirar de los hombros del dictador.
