Su salida abre una feroz lucha por el liderazgo del PLD, mientras el auge del ultranacionalismo juvenil desafía el orden político tradicional en Japón
El primer ministro de Japón, Shigeru Ishiba, ha anunciado este domingo su dimisión tanto al frente del Gobierno como del Partido Liberal Democrático (PLD), tras encadenar una serie de derrotas electorales que han puesto fin a su efímero mandato de menos de un año, informó el diario español La Razón.
Su retirada se produce en un contexto de descontento social, crisis económica y una creciente amenaza desde la derecha populista, que ha comenzado a desmantelar la hegemonía conservadora del PLD, vigente desde 1955.
Ishiba, de 68 años y apodado el “lobo solitario” por su independencia dentro del partido, llegó al poder en septiembre con promesas de renovación y recuperación social, pero su gestión se vio lastrada por una inflación descontrolada, el estancamiento de los salarios y un escándalo de donaciones heredado.

Su liderazgo sufrió un duro golpe cuando la coalición PLD-Komeito perdió la mayoría en la Cámara Alta en julio, sellando un ciclo de tres derrotas clave.
Con su dimisión, se abre ahora una encarnizada carrera por el liderazgo del PLD, en la que figuras como la ultraconservadora Sanae Takaichi, el carismático Shinjiro Koizumi y el tecnócrata Takayuki Kobayashi compiten por tomar las riendas de un partido fracturado y sin mayoría parlamentaria.
Los pesos pesados en liza son Sanae Takaichi, la halcona exministra del Interior que rozó el liderazgo en el 2024; Shinjiro Koizumi, el mediático vástago de Junichiro Koizumi con aura de renovador; y Takayuki Kobayashi, exministro de Seguridad Económica con perfil tecnocrático.
Yoshimasa Hayashi, leal secretario del gabinete, y Katsunobu Kato, titular de Finanzas, también podrían irrumpir en la contienda.

El próximo líder deberá enfrentarse no solo al reto de reconstruir la confianza en el gobierno, sino también al auge del partido ultranacionalista Sanseitō, liderado por el mediático Sōhei Kamiya, que ha capitalizado el descontento popular y ha irrumpido con fuerza entre el electorado joven.
La salida de Ishiba marca no solo el fin de una etapa personal, sino un momento de inflexión para la política japonesa, por primera vez en siete décadas, el PLD ya no controla con comodidad el conservadurismo nacional, que ahora se ve desafiado desde dentro por fuerzas revisionistas, populistas y hábiles en el uso de las redes sociales para movilizar a una nueva generación de votantes desencantados.
El líder declaró que creía que era el momento adecuado para retirarse, tras haber cerrado con Washington un acuerdo comercial que prevé $550,000 millones de inversiones niponas en Estados Unidos a cambio de una reducción de los aranceles impuestos por Trump, en particular a su industria automovilística.
