Desde que Donald Trump asumió la presidencia y cerró la aplicación CBP One, más de 14,000 migrantes han emprendido un peligroso regreso
En un rincón remoto del Caribe colombiano, entre una selva densa y aguas turquesa de postal, pequeñas lanchas desembarcan cada día con grupos de migrantes que retroceden en su ruta hacia el sueño americano, informó la agencia EFE.
Josué Vargas, un joven venezolano de 18 años, es uno de los más de 14,000 migrantes que, tras el cierre de la aplicación CBP One y el endurecimiento de la política migratoria bajo el nuevo gobierno de Donald Trump, se ha visto forzado a regresar al sur.
“Hace un año y cuatro meses salí de Venezuela con la ilusión de llegar a Estados Unidos. Ahora vuelvo con lo puesto”, dice Vargas, quien atravesó siete países hasta llegar a Ciudad de México, donde esperaba una respuesta a su solicitud de asilo.

Pero todo se derrumbó en enero, cuando Trump asumió la presidencia, desmanteló la plataforma digital que facilitaba las citas migratorias y lanzó su ofensiva contra la migración irregular.
Sin documentos y con sus ahorros agotados, Josué, su esposa y su padrastro tomaron una decisión difícil, regresar a Bogotá, donde su familia tiene un pequeño negocio.
Lejos de los caminos que una vez tomaron a pie hacia el norte, hoy muchos migrantes bordean el Tapón del Darién por mar, pagando cientos de dólares por un puesto en lanchas que cruzan el Caribe desde Panamá hasta Colombia.
El grupo de Vargas desembarcó en La Miel, último punto panameño antes de cruzar a Colombia. Desde allí, caminaron por un sendero de escaleras resbaladizas hasta Sapzurro, un caserío colombiano que hasta hace poco vivía del turismo y que ahora recibe entre 50 y 150 migrantes cada día.

Para Enio Zúñiga, presidente de la junta comunal y lanchero, proteger la bahía y a los migrantes no es una contradicción. “No podemos rechazarlos. Son nuestros vecinos, la mayoría venezolanos”, dice.
En abril, un conflicto con la Armada casi termina en tragedia cuando los militares intentaron decomisar una lancha utilizada para transportar migrantes. “Nos hicieron unos tiros”, recuerda Zúñiga, quien convocó entonces a una reunión con toda la comunidad.
El acuerdo, apoyar el tránsito de migrantes siempre que se respeten medidas de seguridad y no se cobre más que lo justo por el combustible.
Desde Sapzurro, Vargas y los suyos fueron trasladados a Capurganá y luego, por $25 cada uno, cruzaron en lancha el golfo de Urabá hasta Necoclí, uno de los puntos donde muchos iniciaron su viaje al norte, cargados de esperanza.
“Fue una tortura. No se lo recomiendo a nadie”, recuerda Vargas sobre su paso original por el Darién. Su madre, que lo acompañó en la ida, prefirió quedarse en México hasta conseguir un pasaporte y volar a Bogotá.
Pese a todo, Vargas no pierde la fe: “No nos fue tan mal allá. Si en unos años se puede pasar normal, quizás volvamos a intentarlo”.
