El supertifón ha provocado 17 muertos en Taiwán y ha paralizado Hong Kong, con un nivel de alerta máximo de 10. Ahora se dirige al sur de China
En una operación masiva para proteger vidas, las autoridades chinas han evacuado a casi dos millones de personas en Guangdong, el núcleo industrial del sur, ante la llegada del supertifón Ragasa, el ciclón tropical más potente del 2025, informó el diario La Razón.
La tormenta, con vientos sostenidos de 185 km/h y ráfagas que superan los 230 km/h -equivalentes a un huracán categoría 5-, ha paralizado ciudades, cerrando escuelas, fábricas y sistemas de transporte en una docena de municipios.
Los pronósticos alertan de inundaciones masivas y deslizamientos en una región densamente poblada.

En Taiwán, ya dejó una estela de destrucción, con 17 fallecidos tras el colapso de un lago en Hualien que desató una avalancha de agua, arrasando comunidades como un tsunami y forzando la evacuación de más de 7,600 personas, respaldadas por miles de militares.
Hong Kong, bajo alerta nivel 10, quedó también inmovilizado este miércoles: calles vacías, 700 vuelos cancelados y residentes atrincherados frente a vientos que derriban vegetación y estructuras. Este fenómeno meteorológico de escala colosal, pone a prueba la resiliencia de estas regiones frente a la creciente intensidad de los ciclones en el Pacífico.
Ese monstruo atmosférico, alimentado por las cálidas aguas del Pacífico Occidental -con temperaturas superficiales del mar superiores a los 28°C, ideales para la intensificación ciclónica-, representa un paradigma de los eventos extremos que los meteorólogos asocian al cambio climático antropogénico.

Su ojo bien definido, rodeado por un muro nuboso que genera tormentas eléctricas intensas y precipitaciones torrenciales de hasta 500 mm en 24 horas, ha barrido ya Filipinas y Taiwán, dejando un rastro de destrucción que hace replantear las estrategias de resiliencia en la región del Mar de China Meridional.
Pero es en Taiwán donde la catástrofe ha cobrado un rostro humano más desgarrador. El premier Cho Jung-tai ordenó una investigación inmediata sobre las fallas en las órdenes de evacuación en el condado de Hualien, una zona escarpada y turística donde un lago de barrera -formado por acumulación de sedimentos y rocas tras deslizamientos inducidos por lluvias previas- reventó el martes por la tarde.
Este fenómeno hidrometeorológico, conocido como outburst flood o inundación por rotura de presa natural, liberó aproximadamente 60 millones de toneladas de agua en un torrente que arrasó Guangfu, un pueblo de apenas 9,000 habitantes. “El agua llegó como un tsunami”, relató un cartero local, quien se refugió en el segundo piso de su oficina postal sólo para encontrar su coche incrustado en el salón de su casa al regresar. Las autoridades taiwanesas reportan 14 fallecidos confirmados, 18 heridos y 124 desaparecidos, con equipos de rescate desplegados en vehículos blindados para sortear el lodo espeso que obstruye las calles.
Antes de azotar Taiwán, Ragasa (que en tagalo se traduce como revuelto), dejó otro rastro letal en Filipinas. Tres personas perecieron en el norte del archipiélago, sepultadas por deslizamientos e inundaciones que anegaron barrios enteros bajo metros de agua fétida.

Mientras rescatistas evacuaban a miles en la oscuridad, la ira estalló contra el presidente Ferdinand Bongbong Marcos Jr., acusado de saquear fondos destinados a salvar vidas. En ciudades del norte, cientos de desplazados tomaron las calles, gritando: “¡No hay diques, no hay refugios, solo mentiras!”.
En Cagayán, un líder comunitario denunció promesas vacías, mientras las protestas entorpecían los rescates, reflejando una desconfianza visceral hacia un gobierno manchado por la corrupción.
Mientras China se prepara para el impacto, “la isla rebelde” busca a sus desaparecidos y Filipinas enfrenta tanto el lodo como la ira social, el resto del mundo observa un recordatorio impactante de la fragilidad ante un clima sumamente alterado.
