Los expertos sostienen que no solo es una cuestión de denominación, sino de las diferencias en cómo Estados Unidos opera su “guerra contra las drogas”
Con el uniforme carcelario azul y naranja, y caminando con un paso lento y tambaleante, Ismael Zambada García ingresó a la sala de un tribunal federal de Nueva York en agosto pasado, informó la cadena BBC Mundo.
El que fuera el todopoderoso líder del Cartel de Sinaloa, conocido como el “jefe de jefes”, se sentó en el banquillo de los acusados y leyó una declaración en la que reconoció haber encabezado durante décadas esa organización criminal que traficó drogas a Estados Unidos.
“Desde 1980 hasta el año pasado, 2024, transporté y vendí al menos un millón y medio de kilogramos de cocaína, la mayoría de los cuales fueron a Estados Unidos”, dijo con voz pausada ante el juez.
Para la fiscal general de Estados Unidos, Pam Bondi, esta declaración de culpabilidad de Zambada García era una “victoria histórica” de la justicia de su país.

Pero, según sostiene el periodista e investigador mexicano Jesús Esquivel, en el país norteamericano, uno de los mayores consumidores de estupefacientes del mundo, “las drogas no se venden solas”.
Esquivel, un experimentado corresponsal en Estados Unidos, publicó recientemente una investigación de varios años titulada “Los carteles gringos”, que toca un tema controversial: La existencia de organizaciones de tráfico de drogas estadunidenses que, asegura, están a la par de las mexicanas, colombianas y de otras partes de América Latina y el mundo.
“Estos carteles compran a granel la droga al crimen organizado mexicano que se encarga solamente de llevarla a la frontera sur de Estados Unidos”, dice Esquivel en entrevista con BBC Mundo.
“A partir de ahí ya son los carteles gringos los que se encargan de toda la logística: El transporte, la distribución, la venta, ponerle el precio y recuperar el dinero a través del lavado de dinero, tanto en instituciones financieras como en bruto, llevándolo por la frontera a México”, afirma.

Otros expertos del tema, sin embargo, consideran que no se pueden comparar las organizaciones que trafican droga en Estados Unidos con los carteles latinoamericanos.
“No hay carteles como los de América Latina en Estados Unidos, solo hay muchas pandillas de blancos, afroamericanos e hispanos. En México y en otros lugares, los carteles funcionan como paramilitares, cosa que no sucede en Estados Unidos”, señala Mike Vigil, exjefe de operaciones de la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA), en conversación con BBC Mundo.
Steven Dudley, codirector del centro de investigación y análisis Insight Crime, considera que existen “algunas similitudes” de “control coercitivo” en la venta de drogas en Estados Unidos, pero que las bandas estadunidenses no controlan gobiernos ni policías como las latinoamericanas.
En el fondo, según los expertos, no solo es una cuestión de denominación, (llamarles carteles o pandillas) sino de las diferencias en cómo Estados Unidos opera su “guerra contra las drogas” dentro y fuera de sus fronteras.
A lo largo de décadas, en Estados Unidos se ha ido extendiendo el consumo de drogas, desde la cocaína, la heroína y la marihuana, hasta los opioides y las sustancias sintéticas como el fentanilo.

Las organizaciones criminales de América Latina se convirtieron en las principales proveedoras de estupefacientes a partir de la segunda mitad del Siglo XX, que es cuando surge la primera referencia a los “carteles” de las drogas.
Steven Dudley advierte que “cartel” es una “designación inventada” que hizo Estados Unidos para referirse a los grandes grupos criminales transnacionales.
“Pero no tiene validez académica, se utiliza tan ampliamente que ha dejado de significar algo”, sostiene.
Carteles como el de Medellín y el del Cali, en Colombia, o el cartel de Guadalajara (luego llamado del Pacífico o de Sinaloa), el de Juárez, el de Tijuana o el del Golfo, en México, se convirtieron desde los años 80 en lucrativas organizaciones criminales que obtenían miles de millones de dólares en el mayor mercado de drogas del mundo.

El consumo de drogas en Estados Unidos lejos de detenerse se ha ido incrementando en las últimas décadas y los carteles de América Latina, Asia y otras partes del mundo han sido los principales proveedores.
En su investigación, Esquivel identifica a una serie de pandillas y clubes de motociclistas como las organizaciones criminales que venden las drogas en las calles de Estados Unidos y que serían los “carteles gringos”.
Algunos de ellos, según el periodista, son Arizona Mexican Mafia, Barrio Azteca, Border Brothers, Hells Angels, Latin Kings, Los Bandidos, Los Carnales, Los Hermanos Pistoleros Latinos, Los Mongols, Los Negros, Mexican Mafia, Mexikanemi, MS-13 o Mara Salvatrucha, New Mexican Syndicate, New Mexico Syndicate, Partido Revolucionario Mexicano, Raza Unida, Sinaloa Cowboys, Sureños, Texas Chicano Brotherhood, West Texas Tangos, West Texas Tangos, y Wet Back Power.
Según Esquivel, esas pandillas con miles de miembros no tienen un trato exclusivo con los carteles mexicanos o colombianos, sino que usan la lógica del “mejor postor” para hacerse con los cargamentos de droga en la frontera.
El grueso de la droga, según Mike Vigil, atraviesa los pasos fronterizos transportada por personas que entran legalmente a Estados Unidos. El enorme flujo de comercio con México hace imposible a las autoridades de revisar todos los cargamentos que pasan por ahí.
Esos grupos han tenido presencia en todo Estados Unidos durante décadas. Debido a la extensión del país y a lo pobladas que están las principales ciudades estadunidenses, sus “territorios” están mucho muy fragmentados que las grandes extensiones que manejan los carteles de América Latina.

El Departamento de Justicia también identifica a una decena de estas bandas como “traficantes de drogas” y una “seria amenaza nacional”, pero no las considera carteles.
Según Esquivel, su estructura es diferente a la de los carteles latinoamericanos: pueden tener la membresía típica de una pandilla o club de motociclistas y funcionan como células locales bajo un líder (muchas veces llamado “presidente”), un sublíder (vicepresidente) y otros cargos de rango menor. De ahí el grueso son miles de distribuidores y vendedores callejeros.
“Aunque pueden trabajar o pertenecer al mismo grupo, no reciben órdenes del mismo presidente”, explica Esquivel, quien revisó miles de documentos de investigaciones de la DEA y juicios criminales contra miembros de estas pandillas y clubes.
“Eso las hace más sofisticadas que las organizaciones criminales de México. Los Hells Angels, por ejemplo, en cada estado pueden tener hasta 20 jefes, porque no dominan territorios como en México; dominan calles, cuadras, donde se da el trasiego de drogas en Estados Unidos”, añade.
El periodista explica que no le tienen “lealtad” a ningún cartel de México, Colombia u otro país, sino que pactan el envío a las fronteras de cargamentos de drogas y a partir de ahí se encargan de la logística de transportarla, distribuirla y venderla para después repartir las ganancias y pagar a los carteles a través del lavado de dinero en el sistema financiero de Estados Unidos y el transporte oculto de efectivo por la frontera sur de Estados Unidos.
Para el exagente de la DEA Mike Vigil, las pandillas y clubes de motociclistas estadunidenses no pueden ser considerados como carteles porque no tienen el poder paramilitar ni ejercen la violencia y el control territorial como los mexicanos, colombianos o de otros países.
“Se les llama carteles a los latinoamericanos porque tienen una infraestructura enorme. El cartel de Sinaloa y otros usan ametralladoras de calibre 50 que tienen montadas en camiones, como si fueran vehículos de algún ejército del mundo. Tiene tentáculos en seis de los siete contendientes”.
“Los miembros del Cartel Jalisco Nueva Generación se visten como militares, tienen chalecos antibalas, camuflaje, cascos de guerra. Andan con camiones que blindan de manera rústica, como si fueran tanques”, hace notar el experto.
Al igual que Vigil, Steven Dudley, de Insight Crime, señala que las pandillas en Estados Unidos no tienen capacidad trasnacional ni poder de corromper a autoridades como ocurre en América Latina: “Sus conexiones con las fuerzas del orden, así como con las élites políticas y económicas, son mínimas. Su capacidad para trastocar el orden democrático local es ínfima. Y no desafían el monopolio del poder del Estado”.
“Lo que diferencia a los grupos mexicanos de los estadunidenses es el tamaño y la escala de sus ganancias, en relación con la economía local, así como su capacidad para desafiar al Estado”, sostiene.
