El escritor y documentalista David Marín García reconstruye en Perdida en el fuego las 28 horas del asalto del M-19
Cuarenta años después de la toma del Palacio de Justicia de Bogotá, el 6 y 7 de noviembre de 1985, la tragedia que estremeció a Colombia sigue arrojando nuevas miradas y preguntas sin resolver, informó la agencia EFE.
El escritor, documentalista y antropólogo David Marín García afirma que la operación del M-19 estaba condenada al fracaso por su deficiente planificación y por la desmedida respuesta militar que convirtió el centro de la capital en un campo de batalla.
En su nuevo libro, Perdida en el fuego (Planeta), Marín reconstruye las 28 horas de horror mediante un modelo digital tridimensional del edificio y la revisión de más de 1,200 testimonios judiciales, el resultado es una radiografía minuciosa de uno de los episodios más violentos y controversiales de la historia reciente de Colombia.
“Creo que sí, que estaba condenada, si no al fracaso, al menos a ser mucho más difícil de lo que ellos (los guerrilleros) creían”, dijo Marín.

El autor detalla que el M-19 planeó la operación con 41 guerrilleros, aunque finalmente solo ingresaron 35, seis vestidos de civil infiltrados entre el público y 29 que entraron por el estacionamiento.
La resistencia de los escoltas de los magistrados y del personal de seguridad del edificio frustró el control total del Palacio.
“Era un edificio descomunal, enredado, sin retirada posible. La única retaguardia era una negociación política”, explica Marín.
El objetivo del grupo insurgente era denunciar el incumplimiento de los acuerdos de paz firmados con el presidente Belisario Betancur en 1984, pero la demanda armada ante la Corte Suprema y el Consejo de Estado terminó en una catástrofe.
“El asalto fracasa desde el primer momento. Les toma más de una hora subir cuatro pisos, cuando el edificio estaba defendido por guardaespaldas con armas cortas”, relata el investigador.
A los pocos minutos del ataque, las fuerzas de seguridad respondieron desde la Plaza de Bolívar, convirtiendo el centro histórico de Bogotá en un campo de guerra. Francotiradores, tanques y explosivos fueron desplegados para recuperar el control del edificio, en una ofensiva que no dio tregua.
“El ambiente era un barril de pólvora”, recuerda Marín, aludiendo al malestar del Ejército por los acuerdos de paz de Betancur y por el reciente atentado contra el general Rafael Samudio Molina, ocurrido dos semanas antes.
El Palacio fue finalmente devorado por un incendio en la noche del 6 de noviembre. Según el autor, cuando los militares descubrieron que aún había sobrevivientes en un ala del edificio, dispararon los cañones de los tanques, reduciendo a escombros lo que quedaba del recinto judicial.
“Ese debió haber sido el final, porque ya lo habían aniquilado todo”, afirma Marín.
La operación concluyó en la tarde del 7 de noviembre con la muerte de todos los guerrilleros, once magistrados de la Corte Suprema y del Consejo de Estado, y decenas de funcionarios, empleados y visitantes. Más de una decena de personas desaparecieron, muchas de ellas vistas con vida al salir del edificio bajo custodia militar.
“El hallazgo más importante de mi investigación es que los guerrilleros finalmente se rinden. Lo hacen porque el presidente de la Corte, Alfonso Reyes Echandía, ha sido herido, y poco después muere”, concluye el autor.
Cuarenta años después, las llamas que devoraron el Palacio de Justicia siguen ardiendo en la memoria del país: un recordatorio de cómo la violencia, la falta de diálogo y los excesos del poder dejaron una herida que Colombia aún no ha logrado cerrar.
