SEVILLA, España — Monchi tiene media hora libre, justo después de las ocho de la noche, después de que termina una reunión y antes de que empiece la siguiente. El plan original había sido ir a cenar pero es verano, y los planes de Monchi cambian mucho en esta temporada.
Resulta que incluso esos treinta minutos no son libres. Esta es la época más ocupada del año para Monchi, el director deportivo del Sevilla, quien supervisa todas las transferencias de jugadores del club. La razón por la que no puede ir a cenar es que, en ese momento, estaba cerrando un acuerdo para vender al delantero colombiano Luis Muriel al club italiano Atalanta.
Monchi, cuyo nombre completo es Ramón Rodríguez Verdejo, puso su teléfono en el escritorio frente a él: un acto de cortesía común, una prueba de que no es una distracción, aunque también facilita la lectura de la pantalla. El aparato vibra todo el tiempo.
Hay un flujo regular de llamadas pero un torrente de mensajes, principalmente de WhatsApp. Esta es la forma cada vez más frecuente de negociar las transacciones —el primer vistazo a un contrato o a una oferta por un jugador será por WhatsApp— y es el método de comunicación preferido de Monchi. Pero sus exigencias son enormes.
En junio, julio y agosto, cuando se abre el mercado de transferencias, Monchi no puede lidiar con el volumen de mensajes que recibe. Para cuando escribe una respuesta, ya llegó otra decena de mensajes. Responde en rachas, pero solo los mensajes más apremiantes. La mayoría se queda sin leer, anegada por la llegada de los más urgentes.
Monchi se siente culpable por eso: no solo a nivel profesional, sino también en lo personal. Unos días antes de nuestra reunión, habló con el presidente del club. Conversaron sobre el frenesí de toda la situación, estos meses cuando el mundo del fútbol se reinventa, sobre cómo nunca termina, cómo nunca hay tiempo para nada más, cómo debes ignorar a todas las demás personas en tu vida.
Nadie se desenvuelve tan bien en ese ambiente como Monchi. Durante las últimas dos décadas ha ganado la reputación de ser uno de los cazatalentos más rápidos y uno de los negociadores más astutos en el fútbol. No obstante, el presidente del club dijo algo que se le quedó marcado: “El mercado de transferencias es un buen momento para perder amigos”, le comentó.
Líderes del mercado
Ningún equipo de Europa ha jugado el mercado de transferencias tan bien, ni durante tanto tiempo, como el Sevilla. Durante los últimos veinte años, el club se ha forjado un nombre —y ha transformado su suerte— gracias a su capacidad para saber no solo a quién comprar, sino cuándo vender.
A finales del siglo XX, el Sevilla estaba ahogado en deudas, marchitado en la segunda división de España y frente a una posibilidad muy real de tener que vender su estadio, el célebre Ramón Sánchez Pizjuán, para convertirse en arrendatario del Estadio Olímpico de la ciudad con el fin de sobrevivir. El siglo XXI ha sido más amable. El Sevilla ha ganado la Copa del Rey, la Supercopa de Europa, la Supercopa española, y se ha adueñado de la Liga Europa, al ganarla cinco veces desde 2007.
Cuando José Castro —el actual presidente del club— se unió por primera vez al consejo a inicios de la década de 2000, el presupuesto anual del club era de 18 millones de euros (unos 20 millones de dólares). Sentado en su oficina, con una pared forrada de trofeos inmensos y relucientes a su espalda, asegura que este año cuenta con 212 millones de euros (unos 235 millones de dólares). Se asegura de dar el crédito del resurgimiento al “buen manejo, no solo en el campo, sino en cada uno de los departamentos”.
No obstante, hay un departamento que ha tenido más responsabilidades. Se trata de la dirección deportiva que, desde hace veinte años, es liderada por Monchi. El Sevilla actual es un club que se basa en el reclutamiento.
Hay decenas de historias de éxito y gente que se ha vuelto famosa. Algunos jugadores, como Ivan Rakitić, Júlio Baptista y Clément Lenglet, fueron comprados a un precio barato y vendidos por una suma más cara; el Sevilla fue un peldaño en su carrera hacia las superpotencias de Europa. Otros, como Luís Fabiano, Carlos Bacca y Frédéric Kanouté, vivieron su mejor época aquí como contrataciones imprevistas que ayudaron al Sevilla no solo a pelear por trofeos, sino también a ganarlos.
Sin embargo, hay tres transacciones de las que la gente del club habla con un orgullo particular.
La primera es en la que comenzó todo: la venta de José Antonio Reyes, una promesa canterana, al Arsenal en 2004. Los aficionados recibieron con furia la partida de Reyes, pero era inevitable para que el club tuviera un cimiento económico sólido. “No canceló nuestra deuda por completo, pero hizo una gran diferencia”, mencionó José María Cruz, el director ejecutivo del club.
La segunda fue la que le dio renombre a Monchi. En el verano de 2003, el Sevilla designó a un enviado especial para que que observara un campeonato sub-20 en Suramérica. Fue el único club europeo que asistió, y Monchi recibió puros elogios sobre la actuación de un lateral derecho brasileño de 18 años. Dani Alves jugaría para el Barcelona, la Juventus y el Paris Saint-Germain, equipos con los que ganó hasta cuarenta trofeos.
No obstante, la tercera transacción tal vez sea la más significativa, la que tuvo el mayor impacto sobre la manera en que el Sevilla trabaja en el mercado de transferencias actualmente.
El 31 de agosto de 2005, a las 22:30, sonó el teléfono de Monchi. Le dijeron que el Real Madrid había pagado la cláusula de rescisión del contrato de Sergio Ramos, un joven defensa central del Sevilla.
Monchi pensaba que era imposible que Ramos se fuera, por lo cual ni él ni su equipo habían buscado defensores centrales. “Solo trabajábamos para encontrar nuevos jugadores en las posiciones que creíamos que debíamos fortalecer”, comentó. A falta de unos pocos minutos para encontrar un remplazo antes de que cerrara el mercado de transferencias, “no tenía nada en mi lista, así que lo dejé a la suerte”.
Llamó a algunos contactos. Una persona en Bélgica, alguien de su confianza, le recomendó a un serbio llamado Ivica Dragutinović. Monchi nunca lo había visto jugar. “Sabía que era blanco, eso era todo”, mencionó. No tenía nada que perder. El Sevilla lo compró.
Dragutinović estuvo siete años en el Sevilla, donde ganó seis títulos. “Pudimos haber tomado la decisión de solamente llamar a la misma persona y pedir sus recomendaciones”, dijo Monchi. “O podíamos aprender que debíamos trabajar más, buscar en todas las posiciones, para que nunca más nos volviera a pasar”.
El trabajo de Monchi
Ha sido un verano ajetreado, incluso para los estándares de Monchi. Regresó al Sevilla en marzo, tras pasar dos años en la Roma. Con bastante rapidez, se percató de que se requería de una renovación importante.
El primer paso era encontrar un nuevo director técnico: tras empezar con una lista de veinticinco nombres, redujo el número de candidatos hasta identificar a Julen Lopetegui, exentrenador de España y el Real Madrid. Ese debía ser el punto de arranque: Lopetegui no contrata a los jugadores, pero se le pide que dé su opinión en cada etapa. “Si dice que quiere un defensa duro, entonces voy a la lista y le digo que, de estos diez, seis tienen esa característica”, señaló Monchi.
Solo bastaba tener a Lopetegui para comenzar la reconstrucción. Para mediados de julio, ya era evidente la escala de los cambios de Monchi. El Sevilla había firmado a doce futbolistas, en los que invirtió casi 100 millones de euros (unos 111 millones de dólares).
Las adquisiciones tenían todos sus sellos distintivos: tres provenían de Francia, una liga del gusto de Monchi por su equilibrio competitivo. Otro, Óliver Torres, un español que en algún momento fue considerado un talento sobresaliente del Atlético de Madrid, había estado a la deriva en Portugal los últimos años. Joan Jordán pasó del Eibar, un diminuto club español, mientras que Sergio Reguilón llegó a préstamo del Real Madrid. A Monchi le gustan los jugadores con hambre de lanzarse al ruedo o los que están dispuestos a hacerse a un lado para demostrar un punto.
Varios habían presionado a sus clubes anteriores para que accedieran a venderlos. Esa es una ventaja que ha encontrado el Sevilla en sus negociaciones, una que le ha otorgado su reputación: su interés es un sello de aprobación. “La palabra ‘Sevilla’ abre puertas con los agentes y las familias”, comentó Emilio de Dios, el secretario técnico del club. Y agregó: “Cuando les muestras nuestro sistema interno con veinticinco informes sobre ellos, cada uno con la máxima calificación, saben que hablamos en serio”.
Monchi también ha visto cómo se han ido casi todos los jugadores que han firmado con el Sevilla. La manera en que se van es lo que le confirma por qué ha sido tan exitoso. “¿Cuántos se han ido criticando al club?”, cuestionó. “Ninguno. Pregúntale a Rakitić, Dragutinović, Daniel y a todos los demás si siguen siendo sevillistas. Todos te dirán que sí”.