LONDRES — Durante gran parte de su vida, Mevan Babakar ha vivido con el recuerdo de una bicicleta completamente nueva y del hombre misterioso que se la regaló cuando ella tenía 5 años y vivía en un centro para refugiados en los Países Bajos.
Babakar, ahora de 29 años, dijo que aquel regalo de un hombre cuyo nombre no podía recordar había moldeado su niñez. El 12 de agosto pasado, de pronto se encontró de nuevo al lado de ese hombre, cuyo rostro había sido un destello rondando en su memoria durante más de dos décadas.
Todo comenzó en Twitter.
“Fui refugiada durante cinco años en los años noventa y este hombre, que trabajaba en un campamento para refugiados cerca de Zwolle en los Países Bajos, me compró una bicicleta por la pura bondad de su corazón. Mi corazón de niña de 5 años explotó de alegría”, escribió Babakar en un tuit, antes de rogarle a la comunidad del internet que le ayudara a encontrarlo.
La fotografía que compartió en su publicación —una imagen decolorada que su madre había guardado— estaba entre el puñado de pertenencias que habían conservado de aquella época. Babakar dijo que haber recibido esa bicicleta tuvo un impacto duradero.
“Recuerdo que me sentí tan especial. Recuerdo que pensé que era un obsequio demasiado valioso, ¿acaso merecía un regalo tan grande?”, narró Babakar. “Ese sentimiento en cierta forma se convirtió en la base de mi autoestima al crecer”.
Babakar huyó con sus padres de Irak luego de la brutal represión de Sadam Husein a la población kurda a principios de la década de 1990, la cual incluyó un ataque con gas en un poblado cercano a su hogar.
Su travesía los llevó a Turquía, Azerbaiyán y Rusia —donde su padre se quedó a trabajar los siguientes cuatro años—, y finalmente a los Países Bajos, donde Babakar y su madre vivieron un año antes de establecerse en Londres.
“Durante mucho tiempo tuve la sensación de que esto fue solo algo que me sucedió y no algo que fuera parte de mí en realidad”, comentó sobre aquel calvario en una entrevista. “Cuando me hice adulta, empecé a querer entender de verdad de dónde venía con más detalle”.
Este verano, Babakar tomó un sabático de su trabajo en una empresa tecnológica en Londres para revisitar su pasado, y viajó a Zwolle para quedarse unos cuantos días intentando unir los recuerdos dispersos del tiempo que estuvo allí.
“Es como un cosquilleo en tu subconsciente”, dijo, refiriéndose a los recuerdos que empezaron a reaparecer. “Es una sensación muy extraña”.
Durante su estadía allí, escribió un mensaje en Twitter que describió como un “último intento desesperado” por saber más acerca del hombre que había entablado una amistad con su madre y con ella, y que le había regalado la bicicleta.
En cuestión de horas, Arjen van der Zee, quien trabaja como voluntario en un sitio de noticias sin fines de lucro en Zwolle, vio la foto y reconoció al hombre.
“Vi la fotografía y de inmediato supe que era ese hombre con el que había trabajado cuando tenía veintitantos años”, afirmó Van der Zee. “Lo recordaba como un hombre muy generoso y amable, tierno y cálido”.
El único problema era que solo se acordaba de su apodo. Así que se puso en contacto con sus antiguos colegas por Facebook, quienes recordaron el nombre del sujeto. Van der Zee se comunicó con los familiares del hombre por medio de las redes sociales, y se encargaron de ponerlos en contacto.
“Me empezó a decir que se acordaba de Mevan y su madre”, relató Van der Zee. “Me dijo que siempre le decía a su esposa que, de todas las personas que había conocido en su vida, a las que le encantaría volver a ver eran Mevan y su madre”.
Se movilizaron a toda prisa para organizar una reunión con Babakar, quien tenía planeado volver a Londres en los próximos días.
Al día siguiente por la tarde, Babakar se encontraba frente a frente con Egbert, quien pidió que no se revelara su apellido por motivos de privacidad. Afirmó que la bicicleta había sido solo un pequeño gesto, pero que le alegraba que hubiera traído a Babakar de vuelta a su vida.
“Me parece que él estaba igual de inundado de emociones”, comentó Babakar. “Fue como reunirte con un pariente a quien no habías visto en mucho tiempo. Fue realmente agradable”.
Miraron juntos viejas fotografías e intercambiaron historias sobre el centro donde ella y su madre habían vivido como refugiadas. Egbert le mostró a Babakar su colección de orquídeas.
“Digo, a estas alturas ver un arcoíris de camino a la reunión se siente como algo completamente ordinario. ¿Por qué no? Por cierto, unas palomas están llevando nuestro auto por el aire”, escribió en Twitter Mevan cuando iba a encontrarse con Egbert.
Cuatro horas más tarde, sus seguidores en Twitter leyeron este mensaje, que acompañaba a una foto de ambos:
“Él es Egbert. Ha estado ayudando a refugiados desde la década de los noventa. Estaba muy feliz de verme. Le enorgulleció ver que me había convertido en una mujer fuerte y valiente. Dijo que eso había deseado para mí cuando era niña. Cultiva orquídeas. Tiene una familia hermosa. Dijo que sentía como si nunca me hubiera ido”.
Van der Zee, quien estuvo presente en el reencuentro emotivo, afirmó que no le sorprendía la humildad de Egbert, pero dijo que el obsequio fue mucho más que solo una bicicleta.
“No podía entender que fuera algo tan importante porque lo único que hizo fue darle una bicicleta”, explicó Van der Zee. “Pero ese pequeño detalle la hizo sentirse como una persona de nuevo y eso es lo que ha conmovido a personas de todo el mundo”.
Ambos se despidieron con la promesa de mantenerse en contacto y Babakar dijo que su madre espera reunirse con Egbert algún día. En los días transcurridos desde que compartió su historia por primera vez y tras la noticia de su reunión, decenas de personas le han enviado mensajes de apoyo y compartido sus propias historias.
“¡Qué increíble historia! Muy conmovedora. Jamás olvidaré cuando llegué a Canadá como refugiada. En nuestra primera Navidad no tenía juguetes, solo una muñeca de tela andrajosa. No hablábamos inglés. Un hombre llamado Charlie me compró regalos”, escribió alguien.
Babakar se sintió “sumamente conmovida” de que su historia hubiera tenido un impacto en tantas personas en todo el mundo, tanto en otros refugiados como en las personas a quienes simplemente les enterneció la historia.
En una época en la que el diálogo en torno a los migrantes y el reasentamiento implica una carga política y a menudo es muy negativo, Babakar dijo que le alegraba ser un símbolo de una experiencia positiva como refugiada.
“Creo que para la gente es muy fácil olvidar o sentirse totalmente impotente ante estos problemas tan grandes y abstractos de los que escuchamos todo el tiempo”, dijo. “En verdad es un alivio recordar que todos somos muy poderosos en la manera en que tratamos a los demás. En especial en las pequeñas acciones, somos poderosos”