Eve Wiley descubrió a sus 16 años, durante su crianza en Nacogdoches, Texas, que su concepción fue vía inseminación artificial con el esperma de un donador.
Su madre, Margo Williams, había acudido al médico Kim McMorries, a quien le dijo que su marido era infértil. Le pidió al doctor encontrarle un donador y el médico le dijo a Williams que había encontrado uno en un banco de esperma de California.
Así nació Eve, quien ahora tiene 32 años y vive en Dallas. En 2017 y en 2018, como muchos estadounidenses, decidió hacerse una prueba de ADN casera.
Los resultados: el padre biológico no era un donador de esperma en California, como le habían dicho, sino el doctor McMorries. Wiley quedó atónita.
“Construyes toda tu vida a partir de tu identidad genética y esos son los cimientos”, dijo Wiley. “Puede ser devastador que te quiten esas piedras angulares o que sean alteradas”.
Se contactó al abogado de McMorries y al personal de su oficina; no quisieron hacer declaraciones para este artículo.
Con la creciente disponibilidad de pruebas genéticas de uso casero directo, han empezado a surgir casos en los que se descubre que especialistas en fertilidad usaron durante décadas su propio esperma en secreto. En Estados Unidos, tres gobiernos locales ya aprobaron leyes para penalizar la conducta; en Texas incluso fue definida como una forma de abuso sexual.
Jody Madeira, profesora de Derecho en la Universidad de Indiana, monitorea más de veinte casos en Estados Unidos y en otros países. Dijo que hay registros en doce estados estadounidenses —incluyendo Connecticut, Vermont, Idaho, Utah y Nevada—, así como en Inglaterra, Sudáfrica, Alemania y los Países Bajos.
De acuerdo con la Fundación Holandesa de Reproducción por Donación, apenas este año se confirmó con pruebas genéticas que un especialista en fertilidad, Jan Karbaat, usó su propio esperma y es el padre biológico de 56 niños de mujeres que visitaron su clínica en las afueras de Róterdam. Las autoridades neerlandesas clausuraron su clínica en 2009 y Karbaat murió en abril de 2017 a los 89 años.
Al ser contactado, un abogado de la familia Karbaat dijo que los familiares no iban a hacer comentarios, aunque él hizo hincapié en que los casos son de hace décadas. “Hace treinta años, la gente veía las cosas de manera distinta”, dijo J. P. Vandervoodt. “Karbaat podría haber sido donante anónimo, no hay manera de saber. No había un sistema de base de datos en ese entonces”.
En junio, la asociación reguladora College of Physicians and Surgeons de Ontario revocó la licencia médica a un especialista en fertilidad de Ottawa, Norman Barwin, de 80 años, y lo reprendió por haber usado durante décadas el esperma equivocado —incluido el suyo— en varios procesos de inseminación artificial.
El grupo colegiado encontró que había inseminado al menos a once mujeres con su propio esperma. Además, decenas de niños nacidos de donantes afirman que fueron concebidos con el esperma equivocado en la clínica de Barwin, aunque no el suyo.
Antes no había una razón por la cual las pacientes tuvieran que sospechar de inicio de doctores especializados en fertilidad, a quienes les habían confiado una de las tareas más íntimas de la medicina, dijo Dov Fox, académico en Bioética de la Universidad de San Diego y autor de Birth Rights and Wrongs, libro sobre la tecnología y la legislación en materia reproductiva.
“Sencillamente: qué asco”, dijo sobre los casos. “Y también qué impactante y vergonzoso. La cantidad de médicos involucrados hace parecer que no se trata de algunas manzanas podridas, sino de una práctica más generalizada de engaño que se mantuvo escondida hasta hace poco porque había una combinación de baja tecnología y alto estigma”.
Castigar un fraude de fertilidad
Donald Cline, especialista en fertilidad de Indianápolis, usó su propio esperma para la inseminación de por lo menos 36 mujeres en las décadas de 1970 y 1980, de acuerdo con procuradores del estado de Indiana; 61 personas afirman que es su padre biológico, con base en pruebas de ADN.
Cline, que se jubiló en 2009, se declaró culpable de dos cargos delincuenciales de obstrucción de la justicia y admitió que les había mentido a investigadores estatales. Entregó su licencia para practicar y le dieron una sentencia de un año de prisión, cuya aplicación fue suspendida. El abogado de Cline no respondió a las llamadas de The New York Times.
Los fiscales dijeron que no fue posible pedir una condena más severa por una razón: en Indiana, como en casi todo Estados Unidos, no hay leyes que prohíban explícitamente esta conducta en materia de fertilidad.
Fue hasta mayo que Indiana aprobó una ley que establece como delito el uso del esperma equivocado y que les permite a las víctimas demandar a los médicos que lo hagan. Los pacientes de estos casos no están restringidos por la prescripción del delito, pues ahora tienen hasta cinco años después de que se descubre el fraude para presentar acciones legales, en vez de cinco años después de que sucedió el delito.
Esa provisión es de importancia porque la mayoría de quienes descubren la identidad del donador de esperma usado suelen ser adultos.
Los casos del llamado fraude de fertilidad han llevado a otras entidades estadounidenses a aprobar leyes similares que les permitan a pacientes de las clínicas y a sus hijos a buscar compensación de los ahora llamados “padres-doctores”.
Wiley, de Texas, urgió a que se estableciera una legislación similar en su estado después de descubrir la identidad detrás del esperma con el que su madre fue inseminada. Se reunió con los legisladores estatales para que haya una mayor rendición de cuentas de lo que ella considera es una industria peligrosamente poco regulada.
En junio pasado, Texas aprobó su ley sobre fraude de fertilidad que va mucho más allá de los otros dos estados que ya tenían medidas, Indiana y California. Si un proveedor de cuidados médicos en Texas usa esperma, óvulos o embriones humanos de un donador que no fue autorizado, incurre en abuso sexual, según la legislación. Los que sean declarados culpables tendrán que registrarse como delincuentes sexuales.
“Es una historia muy desgarradora de engaño y estamos viendo cada vez más y más casos de usos impropios de la reproducción asistida”, dijo Stephanie Klick, congresista estatal texana y una de las impulsoras de la legislación, sobre la experiencia de Wiley. “Necesitamos asegurarnos de que eso no vuelva a suceder”.
Algunos especialistas consideran que la medida de Texas es extrema.
La ley texana está pensada para casos en los que un médico usa el esperma propio o el de alguien distinto a quien fue seleccionado por el paciente, pero si doctores o el equipo de enfermería clínica tienen alguna equivocación, ¿eso significa que deben ser condenados por abuso sexual?
“Si un especialista médico está siendo apurado o tiene un descuido y agarra el vial que no corresponde, un jurado podría deliberar y decidir que ese doctor o doctora sabía o debía haber sabido que el material no era el elegido por la paciente”, dijo Judith Daar, decana de la Facultad de Derecho Chase de la Universidad del Norte de Kentucky y la encargada del comité de ética de la Sociedad Estadounidense de Medicina Reproductiva (ASRM).
Daar dijo que si un especialista en fertilidad teme que un despiste resulte en que tenga que registrarse como delincuente o depredador sexual, podrían dejar de practicar medicina en Texas.
Klick, la congresista y quien también es enfermera, cree que es una decepción que definitivamente consiste en un abuso.
“Hay un aparato médico que se usa para penetrar a las mujeres para implantar material genético”, dijo. “Para mí sí tiene equivalencia con una violación porque no es un acto consentido”.
¿Confía en tu médico…?
Hace unos años, Marenda Tucker, de 36 años, se hizo una prueba de ADN para saber más sobre sus antecedentes genéticos.
Tucker, madre de cuatro hijos que vive en Óregon, sabía que nació gracias a la inseminación artificial. De acuerdo con su madre, el médico le dijo que se trató de un donador anónimo de esperma radicado en el sur estadounidense.
La prueba de ADN arrojó, en cambio, que tenía coincidencias genéticas con la familia del médico. “Ya que vi eso me di cuenta de que el esperma fue del doctor y pensé ‘qué asco’”, dijo Tucker. “Cuando hablé con mi madre del tema, ella se sintió violentada”.
“Hasta ahora he lidiado bien con lo que me ha tocado en la vida”, añadió. “Pero esto desató una crisis de identidad muy extraña”.
Cuando el médico respectivo, Gary Don Davis, fue contactado en su hogar de Little Rock, Arkansas, para hacerle preguntas sobre la concepción de Tucker, el doctor respondió: “Bueno, eso es sorprendente. Lo voy a revisar. Adiós”.
No se pudo volver a contactarlo y Don Davis murió en junio.
¿Por qué un doctor remplazaría en secreto el esperma de un donador anónimo o hasta del marido de la paciente?
Madeira, la profesora de Derecho en Indiana que está revisando estos casos, dijo que algunos especialistas tal vez hayan pensado que era más sencillo para la situación. La congelación del semen para uso posterior de los espermatozoides no fue el estándar médico recomendado, sino hasta finales de los años ochenta y muchos doctores quizá no tenían acceso rápido a esperma cuando las pacientes acudían a ellos.
“Puede que hayan pensado que estaban ayudando a sus pacientes al aumentar las probabilidades de que quedaran embarazadas con el uso de esperma fresco para tener tasas de fertilización más altas”, dijo Madeira.
Aunque recalcó que algunos de los médicos habrían tenido razones más perversas. “Sí te apuesto que muchos de estos doctores lo hicieron para sentirse poderosos —por temas de trastornos mentales o de narcicismo— o porque quizá se sentían atraídos por algunas de las pacientes”, dijo.
McMorries, el medico del caso Wiley, le reconoció en una carta que había mezclado su esperma con el de otros donadores para mejorar las oportunidades de concebir de su madre y escribió que las leyes sobre “mantener el anonimato de donadores” no permitieron que pudiera decirle.
“En ese entonces se pensaba que si la paciente quedaba embarazada no había manera de saber cuál esperma llevó a la concepción”, escribió.
Antes de la confesión del doctor y de las pruebas de ADN, Wiley pensó que ya había encontrado al padre biológico: Steve Scholl, escritor y editor en Los Ángeles que ahora tiene 65 años.
“Entablamos una relación hermosa de padre e hija y hasta presidió mi boda”, dijo Wiley. “Mis hijos lo llaman Abue”.
Wiley le dijo a Scholl después de enterarse de los resultados que no era realmente su hija biológica y él también se quedó sorprendido.
“Me tardé un tiempo en procesarlo”, comentó Scholl en entrevista. “Sentíamos mucho como que habíamos encontrado; no sabíamos cómo funcionaba la industria para la reproducción. Pero muy pronto decidimos que esto no cambiaba nada”.
Wiley todavía se refiere a él como papá.