JERUSALÉN — El resentimiento se ha estado acumulando durante años.
En Israel, las mujeres y los hombres judíos son convocados a realizar el servicio militar, pero los ultraortodoxos están en su mayor parte exentos. A diferencia de otros israelíes, muchos ultraortodoxos reciben subsidios del Estado para estudiar la Torá y criar familias grandes.
Además, en un país que dice ser hogar de todos los judíos, los rabinos ultraortodoxos tienen un monopolio autorizado por el Estado en asuntos como los matrimonios, los divorcios y las conversiones religiosas.
Una serie de giros políticos de pronto han vuelto evidentes estos problemas, y la división entre religiosos y seculares que ha estado formándose en el país desde hace mucho se ha convertido en un asunto central para las elecciones nacionales de este 17 de septiembre.
En un país afectado por un conflicto virulento con los palestinos, una guerra cada vez más declarada contra Irán y un primer ministro que enfrenta una posible destitución por cargos de corrupción, las elecciones han estado sorprendentemente dominadas por la pregunta de qué tan judío debe ser el Estado judío, y qué corriente del judaísmo se consideraría.
“No tengo nada en contra de los ultraortodoxos, pero deben recibir lo que merecen según su tamaño”, dijo Lior Amiel, un empresario de 49 años que estaba de compras en Ramat Hasharon. “Actualmente soy yo quien financia su estilo de vida”.
Estas elecciones debían ser una repetición sencilla, una segunda ronda veloz para darle al primer ministro Benjamin Netanyahu otra oportunidad de formar un gobierno y ofrecerles a sus oponentes la posibilidad de sacarlo del poder.
En cambio, se ha convertido en lo que Yohanan Plesner, presidente del Instituto de Democracia de Israel, un organismo no partidista, llama “una campaña crucial para la trayectoria del país”.
Pueden culpar a Avigdor Lieberman, el político secular de derecha que provocó que se llevaran a cabo las nuevas elecciones, debido a que se rehusó a unirse a la coalición de Netanyahu con los ultraortodoxos. El campo de batalla en el que eligió combatir fue una nueva ley que eliminaría las exenciones generales de prestar servicio en las fuerzas armadas para los hombres ultraortodoxos.
Los legisladores ultraortodoxos querían moderarla. Lieberman se rehusó a hacer concesiones.
Quizá haya sido un ardid para llamar la atención, pero tocó una fibra. Casi de la noche a la mañana, el apoyo a Lieberman se duplicó, y se convirtió en el inesperado héroe de los liberales.
Durante años, dice Jason Pearlman, un veterano operador político de derecha, los dos ejes principales de la política israelí —la religión y los palestinos—, se habían “fusionado”. La antigua coalición de Netanyahu era el punto de unificación: electores de derecha, que estaban a favor de una línea dura en el tema palestino, y los ultraortodoxos, que prometían el voto en bloque a cambio de concesiones en asuntos religiosos.
“Lo que hizo Lieberman fue romper los puntos de unión, y los ejes se separaron de nuevo”, explicó Pearlman.
Los líderes seculares y liberales de la izquierda y el centro respondieron uniéndose de manera efectiva con Lieberman, de derecha, en contra de los aliados ultraortodoxos y nacionalistas-religiosos del primer ministro.
Esos rebeldes dicen que la proliferación de la población ultraortodoxa, con sus estudiantes de religión desempleados y sus grandes familias subsidiadas por el Estado, impone una carga fiscal y social excesiva a los demás israelíes. También están exigiendo opciones más pluralistas para los matrimonios y las conversiones.
Quedaron consternados ante el hecho de que los partidos ultrarreligiosos estuvieran dispuestos a darle inmunidad a Netanyahu para que no fuera procesado, con el argumento de que permitir que Israel se convierta en una teocracia era suficiente pago del primer ministro para no ir a la cárcel.
Además, están furiosos por la influencia creciente de un grupo cuasievangelista de judíos nacionalistas-religiosos que expresan opiniones antifeministas y homofóbicas, y tienen una ideología mesiánica de extrema derecha.
“Se está volviendo cada vez más alarmante”, dijo Nitzan Horowitz, dirigente del partido Unión Democrática, de izquierda. “La gente está comenzando a sentirse amenazada”.
Los partidos ultraortodoxos insisten en que simplemente están defendiendo un statu quo que data de la fundación de Israel y tiene como propósito que sean los más fieles devotos quienes preserven el estudio de la Torá. Un acuerdo con la comunidad religiosa de Israel, entonces en ciernes, les dio a los rabinos ortodoxos el control de las leyes alimentarias y familiares, entre otras cosas, a cambio de su apoyo al nuevo Estado.
Los ultraortodoxos ahora conforman tan solo el 10 por ciento de los electores judíos admisibles, señalan los encuestadores israelíes —en comparación con el 44 por ciento que se considera secular—, pero han mantenido y logrado aumentar las concesiones gracias a su habilidad para conseguir promesas a cambio de su apoyo político.
“No nos estamos convirtiendo en una minoría más pequeña, sino en una minoría más grande”, dijo Yitzhak Zeev Pindrus, legislador del partido ultraortodoxo Judaísmo Unido de la Torá. “Pero estamos tratando de que siga siendo igual”.
Los nacionalistas-religiosos tachan las críticas a sus intenciones de autoodio antisemita.
“Están llevando a cabo una campaña de odio en contra de todo lo relacionado con el judaísmo”, dijo Eytan Fuld, portavoz del partido de extrema derecha Yamina.
El equilibrio del Estado y la religión forma parte del núcleo de la identidad nacional de Israel.
“¿Es un Estado judío nacional y ya?”, dice Ariel Picard, académico del Instituto Shalom Hartman en Jerusalén. “¿O acaso es un Estado judío democrático con valores humanistas?”.
La pregunta tiene consecuencias reales: los ultrarreligiosos advierten a sus seguidores que el país podría perder su esencia y que podría dejar de ser socialmente aceptable o económicamente viable vivir como judíos temerosos de Dios que siguen la Torá. Además, sus opositores dicen que el Israel que aman se está convirtiendo en un lugar irreconocible e inhóspito.
El debate se ha atizado periódicamente alrededor de temas como la exención del servicio militar para los estudiantes de religión y la eliminación de reglas que prohíben que la mayoría de los autobuses, trenes y tiendas operen en el sabbat.
No obstante, esos asuntos tradicionalmente han puesto en conflicto a los ultraortodoxos y los seculares. Esta vez, la controversia divide a otro grupo: los judíos “nacionalistas-religiosos”, que usan kipá, que cumplen con la regla del sabbat y que, a diferencia de muchos ultraortodoxos, también son sionistas apasionados y apoyan un Israel más extenso que incorpore a Cisjordania.
La influencia creciente de una fracción de ese grupo que no duda en hacerse escuchar, los jaredíes nacionalistas-religiosos, socialmente conservadores y evangelizadores, ha alarmado a los israelíes seculares.
La mayoría de ellos apoya la anexión de Cisjordania, algo que prácticamente extinguiría la posibilidad de una solución de dos Estados al conflicto palestino, y muchos apoyan la construcción de un Tercer Templo en el sitio de la Cúpula de la Roca, una afrenta a un lugar musulmán sagrado que podría desatar una guerra santa catastrófica.
Conforme se ha debilitado el poder de Netanyahu, estos líderes de extrema derecha han ganado influencia, lo que culminó este verano en las designaciones de dos de ellos en su gabinete: Bezalel Smotrich como ministro de Transporte, y Rafi Peretz, ex gran rabino militar, como ministro de Educación.
Peretz ha presumido que está aprovechando su papel como ministro de Educación para iniciar a los jóvenes en el tema de los asentamientos y Smotrich ha prometido pavimentar las autopistas para que lleguen a Cisjordania “cientos de miles” de israelíes.
Sin embargo, los políticos religiosos de extrema derecha dicen que sus esfuerzos tienen un objetivo sencillo y benigno. “Se trata de ser más judíos”, dijo Fuld, el portavoz de Yamina.
Dijo que Smotrich y Peretz estaban siendo caricaturizados injustamente. “Nadie está exigiendo una teocracia”, comentó.
Aun así, el recelo hacia los ultrarreligiosos de extrema derecha acecha incluso a los electores judíos de derecha que normalmente han votado por Netanyahu. Y el debate respecto de qué valores judíos deben tener prioridad está dividiendo a familias religiosas y congregaciones por igual.
En la sinagoga Shtiblach, en el vecindario de Katamon en Jerusalén, Harry Grynberg, un abogado de 62 años, dijo que votó por el partido Likud de Netanyahu en abril, pero que esta vez no sería así. El enfoque de Smotrich y Peretz en cuanto a asuntos divisorios ha provocado que ahora apoye al Partido Azul y Blanco, encabezado por Benny Gantz, que promete unificar al país desde el centro, comentó.
“Tengo hijos y nietos”, comentó Grynberg. “Y cuando observamos a la sociedad israelí, nos gustaría que hubiera más unión en vez de divisiones”.
David M. Halbfinger es el jefe del buró en Jerusalén, cubre Israel, los territorios palestinos ocupados y el Medio Oriente. @halbfinger