El profesor de periodismo René Hernández plasma en una sencilla prosa lo que vivió en las horas de lo que terminó con el asesinato de soldados en hangares de Albrook y el cuartel de Tinajitas.
Cuando era tarde en la noche del dos de octubre de 1989 recibo una alerta de que algo grande se fraguaba. El mensaje no era muy preciso, pero, a juzgar por algunos elementos todo indicaba que habría, en las próximas horas, movimientos inusuales en la sede de las Fuerzas de Defensa.
Se corrían rumores de que a Noriega le iban a dar otro golpe, igual como el ocurrido el 16 de marzo de 1988. Todo pertenecía al mundo del bochinche. A las cinco de la mañana una fuente de entero crédito me informa que dentro de poco tiempo se darían movimientos inusuales de soldados. Temprano me dirigí a la universidad de Panamá con la intención de conversar con periodistas y profesores de la Facultad de Comunicación Social. Ya en camino fui informado a través de un radio troncal que a Noriega le darían un golpe. El veterano periodista y profesor, Luis González, conocido como el doctor, Chapatín, me recibió en la universidad.
Al verme agitado me preguntó sobre mi estado de ánimo. Le expresé lo que ya sabía. Con ese apostolado en las venas dijo que me acompañaría. No lo consideré prudente, dada la edad avanzada del docente. Al ver su alto grado de decisión no me quedó otra que llevarlo. “Espero que no tengamos que abandonar el auto y salir corriendo porque allí sí que pelaremos el bollo”, le dije. Abordamos mi camioneta blanca, Nissan Blue Bird.
Tomamos por la avenida de Los Mártires y cuando ya nos acercábamos a la desembocadura que da al cuartel, observamos a una gran cantidad de soldados en arreos de combate. Fuimos obligados a internarnos hacia las áreas revertidas; como pude di una vuelta peligrosa que me llevó hasta el puente de Las Américas; antes de subir giré en u. De nuevo de regreso al teatro de los acontecimientos. Delante de nosotros vimos a un vehículo color celeste de la marca Hyundai. De él se bajó una persona conocida. Era el periodista Toti Urriola de los diarios al servicio de la dictadura. Lo obligaron a bajar y con casi las rodillas topando el suelo se le pidió que pusiera las manos sobre su cabeza.
Desde ese momento comprendí que los soldados representaban al movimiento en contra de Noriega. De ser leales a la dictadura no tratarían a Toti Urriola como lo hicieron. Mientras revisaban al colega, el profesor, Luis González me pidió que no mostrara el carné de La Voz de los Estados Unidos de América. “Puede ser una revolución comunista, así que nada de identificación. Una vez soltaron a Toti Urriola nos tocó el turno. Bastó conque los soldados vieran nuestras caras, para que, con sonrisa a flor de piel, expresaran, “pueden seguir”. Allí pude comprobar que eran alzados contra Noriega.
El resto de la historia es conocida. Aquel soldado que abortó el primer golpe que encabezó el coronel, Leonidas Macías, era quien dirigía la segunda intentona. El mayor Moisés Giroldi tuvo a Noriega en sus manos. Cuenta uno de los participantes que ellos sabían que Noriega estaba en su oficina. Le mandaron toda clase de proyectiles que nunca pensaron que saldría vivo. El hombre se las ingenió para salir ileso.
A los pocos minutos llegaron a eso conocido como búnker, donde estaba el general. Al toparse con Noriega le expresaron que desde ese momento estaba arrestado. Los camiones estaban listos para llevarse al general hacia la sede del comando Sur, en la zona del canal. Ante la insistencia de los otros oficiales, Giroldi manifestó que quien daba las órdenes era él.
Mientras todo ocurría los grupos leales a Noriega fueron llegando. En ese momento en que Giroldi tuvo a Noriega rendido, la suerte de los dos estaba echada. O lo trasladaban a manos de los gringos o con la llegada de las fuerzas leales al general, se frustraba otro golpe y se ponía en entredicho la vida de los golpistas.
En el primero del 16 de marzo e 1988, Noriega dijo que, a futuro, los que se atrevan a imitar a Leonidas Macías y sus secuaces, sus familiares solo tendrán oportunidad de llevarles flores al cementerio. Noriega era un experto maniobrando y convenciendo. Logró ganar tiempo; a través de la sicología pudo sortear el peligro.
En la tarde de ese día los principales dirigentes de la intentona fueron asesinados en lo que se conoce como la masacre de Albrook. A Giroldi lo mataron en el cuartel de Tinajitas al día siguiente. El coronel, Carlos Arosemena King leyó un parte donde explicaba que los compañeros de armas murieron en combate, cuando en realidad fueron torturados y fusilados. Así lo viví, así lo cuento.
En esa fecha, estaba en mi trabajo , Juzgado Noveno de Circuito de Panamá, Ramo Penal: ubicado en avenida Mexico y calle 25. Supe del acto de los soldados alzados contra el dictador Noriega a través de La Radio cadena Exitosa. todo inició en la mañana y finalizó después del medio día. Al día siguiente en el ‘Diario Critica’ publicaban un “parte de guerra” , anunciando que hubo un enfrentamiento en donde murieron nue4ve uniformados.
Ya en ese entonces mi sentido de la razón y la verdad (de politica criolla y situación en Panamá) se aunó al don de DI-S en mi, El Entendimiento: Lo que hubo fué una masacre de militares rendidos y desarmados, tanto en el antiguo aeropuerto de Albrok, como allá en el cuartel de Tinajitas. Dicho sea.
en en el 5to renglón escribí mal :”nue4ve”, y es nueve