LONDRES — La idea de que la integración económica global equivale al progreso humano tuvo una buena racha, pues dominó el pensamiento de los poderes establecidos durante más de siete décadas. Sin embargo, empieza una nueva era en la que los intereses nacionales tienen prioridad por encima de las preocupaciones colectivas, con acuerdos comerciales negociados entre países individuales.
Los electores británicos lo dejaron claro el 12 de diciembre al entregarle una gran mayoría al primer ministro Boris Johnson y su Partido Conservador, casi asegurando que la quinta economía más grande del mundo —y el miembro fundador del sistema comercial internacional— proceda con su salida de la Unión Europea.
Un acuerdo preliminar proclamado el 13 de diciembre por las dos economías más grandes, Estados Unidos y China, planteó la posibilidad de arreglar sus animosidades comerciales. Sin embargo, la naturaleza de su compromiso —de país a país y no mediado por la Organización Mundial del Comercio (OMC) ni ninguna otra autoridad internacional— enfatizó los principios de la nueva era.
Ahora el Reino Unido enfrenta otra fase compleja de sus complicados procedimientos de divorcio de la Unión Europea, negociaciones respecto de los términos de su futura relación económica con el continente. Sin embargo, de una forma u otra, “llevar a cabo el ‘brexit’”, el mantra que Johnson prometió y que ahora puede cumplir, determina un cambio profundo en el sistema comercial mundial.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los aliados victoriosos construyeron un orden internacional bajo la idea de que cuando los países intercambian productos se vuelven menos propensos a intercambiar ráfagas de artillería.
La salida del Reino Unido de la Unión Europea es la manifestación más evidente de que esa idea ya no tiene una influencia decisiva. No es la única.
El árbitro tradicional de las disputas comerciales internacionales, la OMC, se está volviendo irrelevante conforme los países evaden sus canales con el fin de imponer aranceles. Su órgano de apelación, que adjudica disputas, se ha vuelto inoperante debido al bloqueo de nuevos jueces por parte del gobierno de Trump. El panel necesita que por lo menos tres jueces emitan veredictos, pero ahora solo tiene uno.
“La idea de que las políticas se mueven en una sola dirección, hacia más liberalización y más integración, se ha remplazado por el reconocimiento de que las políticas pueden retroceder y progresar”, dijo Brad Setser, académico sénior del Consejo de Relaciones Exteriores en Nueva York.
Estados Unidos y China conforman más de un tercio de la economía global, por lo que su ola de aranceles cada vez más grandes se ha convertido en un motivo de alarma por el declive de la suerte en casi todos los países expuestos al comercio internacional, desde Alemania hasta Corea del Sur o México.
El presidente Donald Trump ha puesto su confianza en la gran escala de la economía estadounidense al buscar acuerdos comerciales favorables. Según su cálculo, Estados Unidos tiene ventaja en cualquier negociación comercial bilateral y puede influenciar las reglas para favorecer los intereses estadounidenses.
Esa fue la lógica que provocó que Trump renunciara a la participación de Estados Unidos en el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, un bloque comercial que incluye a decenas de países. Fue un proyecto emprendido por su predecesor inmediato, el presidente Barack Obama, en parte para presionar a China con el fin de abordar quejas arraigadas de que subsidió industrias clave, entregó créditos a compañías favorecidas y manipuló el valor de su moneda para obtener ventajas en los mercados mundiales.
Al atacar a China, el gobierno de Obama empleó la mentalidad multilateralista que rigió a la política estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El bloque comercial del Pacífico establecería reglas en torno a la inversión, el trabajo y los estándares medioambientales. Sus miembros se beneficiarían del comercio creciente, y China querría participar. Para obtener acceso, China se vería obligada a adoptar las reglas del bloque.
Sin embargo, según la lógica trumpiana, el multilateralismo es para los perdedores. Poco después de que juró el cargo, declarando que “Estados Unidos primero” era su credo, Trump se deshizo del bloque del Pacífico y usó el mercado estadounidense como arma: si China quería tener acceso a los 327 millones de consumidores del país más rico del mundo, tendría que comprar más productos estadounidenses y jugar limpio.
Ahora, al salir del bloque europeo, el Reino Unido emprende una estrategia que tiene como propósito asegurar acuerdos comerciales bilaterales con las grandes economías, desde Estados Unidos y China hasta Australia e India.
Los acuerdos son complejos y difíciles. Implican abrir nuevos mercados de exportaciones a cambio de exponer a las compañías nacionales a nuevos competidores. Los poderosos grupos de interés se quejan. Los acuerdos toman años.
La aritmética revela que no es probable que ninguna combinación de acuerdos compense al Reino Unido totalmente por lo que podría perder si se aleja del mercado europeo unificado, un territorio que va desde Grecia hasta Irlanda.
El Reino Unido envía casi la mitad de sus exportaciones a Estados Unidos, un flujo de productos puesto en riesgo por el ‘brexit’. El atractivo del Reino Unido como sede de las compañías multinacionales se verá afectado conforme se separe del Continente por una frontera resucitada.
La deterioración de acuerdos comerciales internacionales y al ascenso de imperativos nacionalistas se han visto impulsados por la furia pública cada vez más grande en muchos países causada por la desigualdad económica en aumento, así como la percepción de que el comercio ha sido generoso para la clase ejecutiva mientras deja rezagada a la gente ordinaria.
En el Reino Unido, las comunidades en problemas utilizaron el referendo de 2016 que desató el ‘brexit’ como una votación de protesta en contra de los banqueros en Londres que habían ideado una crisis financiera catastrófica, y que entonces obligaron a las personas normales a absorber los costos a través de la austeridad fiscal desgarradora.
En Estados Unidos, la base política de Trump se ha movilizado con su guerra comercial. En Italia, Francia y Alemania, los movimientos populares furiosos se han concentrado en el comercio como una amenaza al sustento de los trabajadores, mientras adoptan respuestas nacionalistas y nativistas que prometen frenar la globalización.
“La era de los mercados libres y el liberalismo está terminando”, dijo Meredith Crowley, experta en comercio internacional de la Universidad de Cambridge en Inglaterra. “La gente no está satisfecha con la complejidad de las políticas y el sentimiento de que quienes tienen el control de esas mismas políticas de alguna manera se quedan cortos”.
Desde que el Reino Unido impactó al mundo con su votación para abandonar la Unión Europea, sus instituciones políticas se han quebrado la cabeza tratando de decidir qué hacer con su misión confusa de abandonar el bloque. Los negocios han dejado de contratar y de hacer inversiones mientras esperan entender mejor los términos comerciales del futuro.
La incertidumbre ya ha impuesto grandes costos, y mucho más allá de Europa, de acuerdo con un nuevo artículo de Tarek Hassan, economista de la Universidad de Boston, y tres expertos europeos en contabilidad: Stephan Hollander, Laurence van Lent y Ahmed Tahoun.
Todos los años desde el referendo, la compañía promedio en Irlanda —que comercia de manera importante con el Reino Unido— ha visto que su crecimiento de inversiones reduce un 4,2 por ciento, y hay un quince por ciento menos contrataciones de lo que habría si no fuera por la incertidumbre, concluye el artículo. Sin embargo, incluso por todo el Atlántico, la empresa estadounidense promedio ha visto que el crecimiento de las inversiones se limita en un 0,5 por ciento y las contrataciones se desaceleran un 1,7 por ciento.
“Ya hay una reducción importante del empleo como resultado de los riesgos del ‘brexit’”, dijo Hassan.
Algunos analistas dicen que las elecciones mejoraron la posibilidad de que Johnson buscara una forma menos contundente del ‘brexit’, manteniendo al Reino Unido más cerca del mercado europeo. Su mayoría está tan cómoda que no necesita preocuparse de alejar a los simpatizantes de línea dura en su partido que prefieren una separación total de Europa.
Sin embargo, se acerca una transformación. Si la incertidumbre del ‘brexit’ ha sido dañina, lo que la remplazará es la certidumbre casi total de un crecimiento económico más débil y una menor calidad de vida.
“Tendrá implicaciones gigantescas”, dijo Hassan.
Una vista del puerto de Dover, Inglaterra, el 10 de octubre de 2019. Dover es un enclave crucial en el comercio del Reino Unido con Europa. (Andrew Testa/The New York Times)