En Venezuela se gesta una pelea por la institucionalidad: el gobierno chavista avanza con descaro para limitar a la oposición mientras la ciudadanía, preocupada por sobrevivir, se despolitiza. ¿Es el fin de la política en el país?
CIUDAD DE MÉXICO — Un video en las redes, esta semana, muestra a Pedro Carreño, dirigente histórico del chavismo, señalando un retrato de Qasem Soleimani y pronunciando la vieja consigna de la izquierda de los sesenta: “Tu muerte será vengada, camarada”. Lo más interesante de la secuencia, sin embargo, viene justo después, en el momento en que el militar retirado y antiguo compañero de Hugo Chávez se levanta de la silla y gira su cuerpo para salir de la escena. Justo en ese instante se puede apreciar brevemente el inicio de una mueca socarrona, el comienzo de una sonrisa que define a la perfección una actitud, un modo. Es la culminación de un gesto que deshace de golpe la supuesta honestidad fúnebre y guerrera del acto, que desinfla la solemnidad y deja al aire la naturaleza del espectáculo.
Diosdado Cabello, el hombre más poderoso del régimen después de Nicolás Maduro, y el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, también hicieron el mismo performance: se presentaron en la embajada iraní a rendir honores al general difunto y a solidarizarse en la batalla contra el imperio norteamericano. Sus actuaciones se ajustaron más al libreto pero, tal vez por eso mismo, fueron menos convincentes. La sorna de Pedro Carreño es mucho más honesta. Tiene algo de burla, de ese desdén que el chavismo siempre ha mostrado por las formas, por la legalidad, por la política. Carreño no disfraza lo que sabe: no hay que tomarse demasiado en serio ese espectáculo. En realidad, todo ese acto forma parte, más bien, de un espectáculo mayor.
La dictadura de Nicolás Maduro ha comenzado el año tratando de liquidar lo queda de institucionalidad en Venezuela. Y lo ha hecho a su modo, con su más experimentada arma: el cinismo. El 5 de enero, en una maniobra tan insólita como burda, los militares tomaron la Asamblea Nacional (AN), el parlamento elegido democráticamente de Venezuela, e impidieron el ingreso de los diputados opositores, para —de forma improvisada e inconstitucional— elegir una nueva directiva conformada por diputados cercanos al régimen, algunos acusados de corrupción y expulsados anteriormente de los partidos opositores. De esta manera, el régimen chavista ha intentado imponer a Luis Parra, un político acusado de recibir sobornos y de estar ligado a la red de corrupción que presuntamente manejan Nicolás Maduro y el empresario colombiano Alex Saab, como un sustituto de Juan Guaidó como presidente de la AN.
Muy rápidamente, todo el oficialismo salió a defender a Parra y a tratar de legitimar el golpe de Estado en el parlamento. Primero trataron de presentarlo como una diatriba entre grupos opositores y, luego, para cerrar el ciclo de cinismo, el canciller Jorge Arreaza acusó a Estados Unidos de pretender intervenir en la Asamblea Nacional venezolana.
El chavismo lleva años tratando de crear su propia oposición. Pero jamás, en sus intentos, había llegado a este nivel de descaro. La jugada ha sido tan evidente y vulgar que incluso países aliados como Argentina o México no han validado el asalto ilegal al parlamento. Sin embargo, el régimen oficial en Venezuela no se da por aludido, insiste en defender el golpe, en sostener su espectáculo. En el fondo, ponen en práctica uno de los legados principales de Hugo Chávez: el cinismo. Ese es su modo. La mentira como praxis política. La certeza de que el delito puede convertirse en algo legítimo, legal. La conciencia de que se puede ejercer la impunidad y el engaño sin ningún pudor.
El nombramiento de Luis Parra es la sonrisita de Carreño. Es el modo. Es el cinismo de quienes mantienen secuestrados por tres semanas al diputado Gilber Caro y al periodista Víctor Ugas pero, sin ninguna vergüenza, denuncian las violaciones a los derechos humanos en otros países. El mismo cinismo de quienes se llenan la boca hablando de paz y de amor mientras, al mismo tiempo, mantienen un plan de exterminio extrajudicial en los barrios populares de Caracas. El cinismo crudo de quienes disfrutan de la riqueza dolarizada, mientras las grandes mayorías están cada vez más hundidas en la pobreza… La ceremonia de solidaridad con Irán es otra cínica provocación para enfriar los problemas internos y situar el conflicto en el ámbito internacional. Esa sonrisita. Es la manera de mostrar que nada les importa. La forma de liquidar a la disidencia y de mirar hacia otro lado, preguntando con sorna: “¿Y qué? ¿Acaso me vas a mandar drones? ¿A qué no te atreves?”.
Podría pensarse que este 2020 ha empezado con otro de esos ejercicios donde la inteligencia cubana y el chavismo usan a Venezuela como si fuera su videojuego. Pero en realidad se trata de un episodio importante en la escalada del totalitarismo.
La Asamblea Nacional es la única institución, legítimamente elegida por el pueblo, que existe en el país. No controlarla le ha impedido al régimen de Maduro cerrar parte de las negociaciones internacionales que tiene con Rusia. No es casual que Rusia sea el único país que haya reconocido a Luis Parra como presidente de la AN. Todo es parte del mismo entramado. El chavismo pasó el año pasado apostando al desgaste de la oposición y ahora, apenas inició 2020, contraatacó, aprovechando además que la mayoría de la población —sometida a tratar de sobrevivir en medio de la crisis— se encuentra despolitizada.
La dirigencia de la oposición democrática está obligada a redefinirse, a desligarse de los tránsfugas y de los oportunistas, estableciendo una unidad que pelee por la defensa institucional y el establecimiento de las nuevas condiciones electorales. La acción internacional debe ir en la misma dirección: aumentar las presiones, exigir elecciones justas y libres. Es necesario rechazar de forma contundente esta cínica farsa que pretende acabar con la política en Venezuela.
Alberto Barrera Tyszka es escritor. Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan.