NUEVA DELHI — Bajo un puente en una carretera de Nueva Delhi, donde una gran protesta había clausurado varios carriles de tránsito, un pequeño grupo de veteranos disidentes tomaban turnos para dar discursos: hombres con barbas abundantes, cantantes rasgueando guitarras y activistas sociales tan apasionados que la saliva volaba de sus labios mojados.
Sin embargo, a la multitud se le erizó la piel cuando una menuda mujer —más joven, más pequeña, y aparentemente más vulnerable que todos los demás— se acercó al micrófono.
No traía apuntes. Tenía una venda en la frente. Su brazo estaba enyesado.
“Muchas personas me preguntan si estoy asustada”, dijo. “Yo les contesto: ¿Cómo puedo estar asustada?”
La gente asentía, como siguiendo sus palabras cuidadosamente.
Ella afirmó no tenerle miedo a Amit Shah, el ministro del Interior, ni a Narendra Modi, el dominante primer ministro que ha encaminado a India por una ruta nacionalista hindú.
“Aunque nos golpeen, no retrocederemos”, sentenció. “¡Viva la revolución!”.
La multitud gritó enardecida.
Las protestas más grandes y enérgicas que India ha visto en una generación están proliferando por todo el país, y una joven mujer ha sido empujada al frente de ellas: Aishe Ghosh.
A principios de este mes, mientras encabezaba una manifestación pacífica en su universidad, Ghosh fue atacada por matones nacionalistas hindúes. Luego de que le quebraron la cabeza con una barra de hierro y golpearon su cuerpo, las imágenes de su rostro cubierto de sangre fueron instantáneamente compartidas por todo el país.
Sin embargo, sería la fotografía tomada dos días después la que la afianzaría en la psique india: Ghosh, de 25 años, con la mirada fija en la cámara, con la cabeza envuelta en cinta médica blanca, su cabello alborotado y sus ojos irradiando una determinación que parecía indestructible.
“Cada protesta tiene un rostro”, dijo Vidit Panchal, un joven médico que viajó por toda India esta semana para conocerla.
Ghosh es ese rostro.
Hija de padres políticamente activos de Bengala Occidental, Ghosh era una talentosa estudiante de pintura antes de entrar a la universidad a estudiar política. En otoño pasado, fue electa presidenta del cuerpo estudiantil en una de las academias más concurridas y prestigiosas de India, la Universidad Jawaharlal Nehru, un bastión de la disidencia anti-Modi.
Incluso en las semanas previas al ataque que sufrió en manos de la banda de simpatizantes de Modi, Ghosh marchaba en protestas, coordinaba huelgas y reclutaba seguidores: en esencia, impulsaba la resistencia. Ahora, Ghosh recibe invitaciones para hablar en todos lados.
Es un momento emocionante para ser una líder estudiantil en India.
“Algunos profesores han estado escribiéndonos correos que dicen que debemos ir a las protestas, porque estas te enseñan más de lo que ellos podrían enseñarte dentro de las cuatro paredes de un salón”, dijo Ghosh, claramente emocionada. “Hemos politizado a tantas personas. Eso me llena de orgullo”.
Desde que se empezó a contemplar a una India moderna, una de las preguntas fundamentales ha sido cuán hinduista debería ser la nación, dado que la población, de la cual cerca del 80 por ciento es hindú, ha representado históricamente a un amplio conjunto de culturas diferentes, incluyendo una minoría musulmana que hoy, con 200 millones de personas, podría ser en sí misma una de las naciones musulmanas más grandes del mundo. Modi ha tomado una postura clara, impulsando una serie de políticas divisionistas nacionalistas hindúes que calan muy bien en un amplio segmento de la sociedad, pero que han preocupado profundamente a las minorías y a los progresistas.
“Una Alemania en proceso”, la llama Ghosh.
Desde la reelección de Modi en mayo, su gobierno ha iniciado una polémica revisión de ciudadanías en el noreste de India, que ha sido ampliamente percibida como un simulacro para un esfuerzo a nivel nacional de identificar y marginar a las familias musulmanas. En agosto, Modi eliminó sumariamente la condición de estado de Cachemira, que era el único estado de India con mayoría musulmana.
Estas decisiones generaron algunas suspicacias, especialmente en la rival Pakistán, la cual también reclama el territorio de Cachemira.
Sin embargo, el tema que colmó la paciencia de millones de indios, fue la nueva ley de ciudadanía de Modi, la cual crea un camino especial a la ciudadanía india para los migrantes de todas las religiones principales de Asia del Sur, excepto una: el islam.
Modi ha insistido que la ley busca proteger a los migrantes perseguidos de países vecinos, pero muchos indios la consideran abiertamente antimusulmana y discriminatoria. Tan pronto fue aprobada en diciembre, las universidades de todo el país estallaron en protestas.
La Universidad Jawaharlal Nehru, en el centro de Nueva Delhi, donde Ghosh está realizando una maestría sobre el cambio climático, ha sido una de las incubadoras más confiables de disidencia en India. Es una ciudad universitaria grande y frondosa, conocida por sus programas de artes liberales. Hace poco, profesores y estudiantes se reunieron en un patio ligeramente soleado entre corpulentos edificios de ladrillo pintados con imágenes de Mandela, Gandhi y Guevara.
Estos días, a Ghosh se le dificulta atravesar la ciudad universitaria, porque a menudo la saludan y la detienen para charlar.
Ghosh parece poseer habilidades políticas naturales. Deja que las personas terminen de hablar antes de responder, es buena oradora y absorbe indirectas ofensivas de manera constante, como las burlas a su cuerpo.
“Algunas personas me dicen cosas como: ‘No luces como una presidenta, eres demasiado delgada’”, relató. “Entonces les pregunto: ‘¿Cuánto necesito pesar para lucir como una presidenta?’”.
Por mucho tiempo los extremistas hindúes han odiado esta universidad. Y el 5 de enero, los grupos de choque finalmente llegaron.
Esa tarde, Ghosh estaba dando un discurso en una manifestación contra el incremento de una tarifa en su universidad.
Algunos testigos afirmaron que los agresores eran una mezcla de estudiantes y agentes externos de grupos pro-Modi cuyos objetivos eran los líderes liberales de la universidad y aquellos que habían expresado abiertamente su oposición a las políticas nacionalistas hindúes de Modi. Un grupo extremista hindú luego admitiría su participación en la trifulca, afirmando que les facilitó armas a algunos seguidores en defensa propia.
Los agresores llevaban barras de hierro, tuberías y mazos. Tumbaron a Ghosh al piso y la golpearon repetidas veces.
“Creí que iba a morir”, dijo Ghosh.
Existe un nuevo chiste macabro en India: podrá haber libertad de opinión, pero no hay libertad después de la opinión.
Tras alzar la voz sobre la agresión, Ghosh fue víctima de una cruel campaña de desinformación. Extremistas hindúes difundieron fotos falsas, mostrando su yeso en el otro brazo y asegurando que estaba mintiendo. Llegaron a decir que ella misma se había golpeado en la cabeza con una barra de hierro.
Funcionarios de la policía la acusaron (y a otros estudiantes de izquierda) de instigar la violencia, lo cual ella niega.
“No me importa si me nombran en 70 casos”, afirmó. “No voy a renunciar”.
Aishe Ghosh, presidenta del cuerpo estudiantil de la Universidad Jawaharlal Nehru en Nueva Delhi, el miércoles 15 de enero de 2020. (Rebecca Conway/The New York Times).