“Niveles alarmantes de inacción”. Eso es lo que la Organización Mundial de la Salud afirmó el miércoles 11 de marzo acerca de la respuesta mundial ante el coronavirus.
Es un estribillo conocido por cualquiera que trabaje en el cambio climático y es la razón por la cual los esfuerzos globales por desacelerar el calentamiento ofrecen un ejemplo para el esfuerzo de desacelerar la pandemia.
“Ambas cosas exigen acciones anticipadas y agresivas para minimizar las pérdidas”, comentó Kim Cobb, climatóloga del Instituto de Tecnología de Georgia quien esta semana impartió clases a distancia. “Solo a posteriori podremos comprender de verdad lo que nos hemos jugado y lo que hemos perdido por no actuar con suficiente antelación”.
Durante años, científicos como Cobb han exhortado a los dirigentes mundiales a aplanar la curva de las emisiones que provocan el calentamiento global. En lugar de eso, las emisiones se han elevado. Ahora estamos sufriendo las consecuencias: una inundación de tres meses de duración en los Cayos de la Florida, incendios forestales en todo Australia, país que superó su récord de altas temperaturas y clima seco, y olas de calor mortales en Europa.
Gernot Wagner, especialista en economía del clima de la Universidad de Nueva York, llamó al virus “el cambio climático a la velocidad del rayo”.
¿Por qué no nos hemos tomado los riesgos en serio? La política y la psicología desempeñan un papel en esto.
El cambio es difícil cuando hay una industria poderosa bloqueándolo. La industria de los combustibles fósiles ha transmitido la negación de la climatología a la conciencia pública. Ha ejercido presión en contra de las políticas que podrían frenar las emisiones de gases que provocan el calentamiento del planeta, y ha tenido éxito: Estados Unidos, el mayor emisor de gases de efecto invernadero de la historia, es el único país del mundo que se ha retirado del Acuerdo de París, diseñado para evitar los efectos más catastróficos del cambio climático.
Esta semana se reveló una parte de ese mismo desprecio por la evidencia científica con respecto al coronavirus, lo que motivó la publicación de un artículo inusualmente contundente en la revista Science. El artículo increpó al presidente Donald Trump por exigir una vacuna contra el coronavirus cuando su administración había destrozado los fondos para la investigación científica y cuestionado repetidamente los fundamentos de la ciencia, y afirmó: “No puedes insultar a la ciencia cuando no te agrada e insistir de pronto en algo que la ciencia no puede proporcionar bajo demanda”.
Luego está la psicología humana. Al igual que con el cambio climático, nuestra capacidad colectiva para hacer frente a la pandemia está moldeada por nuestro cerebro. No servimos para pensar en el mañana.
Elke Weber, una científica del comportamiento de la Universidad de Princeton, aseguró que eso hace que la climatología, que se ocupa de las probabilidades futuras, “sea difícil de procesar y de temer”.
“Estamos programados evolutivamente para ocuparnos del aquí y el ahora”, dijo Weber. “No servimos para tomar decisiones que requieren planificación para el futuro”.
Al parecer es cierto aun cuando el futuro no esté tan lejano. La región ártica está en camino para dentro de 20 años perder todo el hielo durante los veranos, afirmaron los investigadores, mientras que la selva amazónica podría convertirse en una sabana dentro de 50.
Aquí también hay lecciones para nuestra capacidad de enfrentar al virus. Precisamente porque como individuos no servimos para pensar en el mañana, los economistas y psicólogos afirman que es aún más importante que los líderes promulguen políticas que nos permitan protegernos de los riesgos futuros.
En el caso del coronavirus, estas políticas pueden tener un costo elevado en este momento, señaló Wagner en una entrevista telefónica, pero producen enormes beneficios en un futuro no muy lejano.
“Son costos que hay que afrontar hoy, y beneficios que se ven al cabo de días y semanas”, dijo Wagner acerca de las medidas necesarias para enfrentar el coronavirus. “Aunque el periodo está condensado, aparentemente todavía no determinamos qué hacer”.
Los científicos han dicho en repetidas ocasiones que las emisiones globales deben reducirse a la mitad durante la próxima década con el fin de evitar que las temperaturas promedio se eleven por debajo de 1,5 grados Celsius, o 2,7 grados Fahrenheit, de los niveles preindustriales. En caso de no lograrlo, es probable que se produzcan catástrofes ya en el año 2040, como la inundación de las costas, la exacerbación de los incendios forestales y las sequías.
Esas advertencias no provocan muchos cambios en las políticas. No se nos dice que hagamos el equivalente climático a toser en la flexura del codo. No se nos disuade de viajar en avión. En cambio, las ventas de los autos todoterreno se disparan y se quema el Amazonas para que se pueda producir más soya y ganado.
No obstante, ya se están percibiendo los peligros para la vida humana. El cambio climático se relacionó con una sequía paralizante alrededor de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 2018. Las olas de calor en Europa Occidental el verano pasado provocaron cientos de muertes adicionales, de acuerdo con los organismos gubernamentales. Solo en Inglaterra, en el transcurso de dos meses, hubo 892 fallecimientos más, en su mayoría de personas de edad avanzada, mientras que en Francia esa cifra fue de 1.435.
Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Chicago pronosticó que, para el año 2100, el cambio climático habrá matado más o menos a tantas personas como las que actualmente mueren de cáncer y enfermedades infecciosas. Como sucede con las olas de calor europeas, la población más vulnerable de la sociedad será la más afectada. “Los pobres de hoy en día están exageradamente más propensos a los riesgos de mortalidad mundial por el cambio climático”, concluyó el ensayo.
Pero esta es la gran incógnita: ¿El esfuerzo por reavivar la economía mundial después de la pandemia acelerará las emisiones de gases que calientan el planeta en lugar de evitar el cambio climático? Eso depende de si las grandes economías del mundo, como la de China y Estados Unidos, aprovechan este momento para promulgar políticas de crecimiento ecológico o continúan apoyando las industrias de combustibles fósiles.
Este iba a ser un año decisivo para los objetivos climáticos mundiales, en el que los presidentes y primeros ministros estarían bajo presión para mostrarse más ambiciosos en cuanto al control de las emisiones de gases de efecto invernadero cuando se reunieran para las conversaciones sobre el clima dirigidas por las Naciones Unidas en Glasgow, Escocia, en noviembre. El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, se ha apoyado en los líderes mundiales para anunciar objetivos más ambiciosos y para poner fin a lo que él denominó “grandes subsidios derrochadores para los combustibles fósiles”.
En un discurso de esta semana, Guterres insinuó otro déficit que enfrenta tanto la crisis sanitaria como la climática.
“En los próximos meses, necesitamos recuperar la confianza”, dijo. “Necesitamos demostrar que la cooperación internacional es la única manera de obtener resultados significativos”.