Otro hombre ingresado en el mismo centro a la par que él, un turista estadounidense de 70 años, falleció días más tarde y estuvo más de una semana en la morgue esperando a ser repatriado.
Javier Lara tiene 29 años y ha superado el coronavirus después de diez días ingresado en un hospital de Ronda, en el sur de España. En el momento de enfermar, su hija tenía ocho semanas y asegura que sintió “pánico” de poder contagiarla.
Pese a no tener patologías previas y llevar un estilo de vida saludable, asegura que vivió “una situación dura” y que “no es fácil pasarlo”.
“Imagínate una persona de 29 años, deportista, sin fumar, que prácticamente no va al médico, y te ves en la UCI (cuidados intensivos), con oxígeno, no puede entrar ningún familiar a verte (…) es una situación un poco dramática”.
Javier es una de las más de 26.000 personas curadas al día de hoy en España, el segundo país del mundo con el mayor número de muertos por covid-19, más de 10.000.
Su caso es singular, ya que el grueso de pacientes que ingresan tienen más de 60 años.
Otro hombre ingresado en el mismo centro a la par que él, un turista estadounidense de 70 años, falleció días más tarde y estuvo más de una semana en la morgue esperando a ser repatriado, según corroboró un empleado.
Javier cuenta que mostró los primeros síntomas el 5 de marzo.
“Comencé a sentir malestar; no tenía mucha hambre, me empezaba a doler la cabeza, y dos días después me empezó a subir bastante la fiebre”.
Dos días más tarde acudió a un centro de salud en Sevilla, la ciudad donde trabaja como director financiero de su start-up Glamping Hub, dedicada a alojamientos de lujo en plena naturaleza. Dijo que no había estado en China ni Italia, y que ignoraba si había estado en contacto con alguien contaminado.
“Me dijeron que según el protocolo del ministerio de Sanidad, no procedía hacerme un test”, y que podía ser un simple virus gastrointestinal, recuerda.
La semana del 9 de marzo fue ocasionalmente a trabajar, y en casa “tomaba todas las precauciones para que ni mi mujer ni mi hija pillaran nada”, utilizando mascarilla, comiendo por separado y durmiendo en una habitación aparte.
“Yo tenía pánico de que se contagiara mi hija”, de ocho semanas. “Cuando empecé a tener síntomas me dije: ‘no cojo a la niña, no me acerco, no le cambio los pañales'”.
En vista de que la fiebre y los escalofríos no remitían, el viernes 13 de marzo acudió al hospital de su Ronda natal. El análisis dio que tenía “neumonía bilateral grave y rara, y las defensas bajísimas”. El test de coronavirus salió positivo.
Ese mismo día ingresó en la UCI: fue “el peor momento de mi vida porque hay mucha incertidumbre”.
“Les preguntaba, ¿pero me voy a morir? ¿me voy a recuperar? Y me decían ‘no, es que no sabemos, es que no sabemos, esto es nuevo'”. Y con “toda esa incertidumbre dices… ¿cómo? Es como un shock”.
– “No se cura de un día para otro” –
En la UCI le administraron lopinavir combinado con ritonavir, dos antirretrovirales utilizados contra el VIH que sirven para reducir la capacidad del virus de reproducirse y atacar el sistema inmunitario.
El tratamiento funcionó y 48 horas más tarde abandonó la unidad de cuidados intensivos. Su respiración siguió mejorando, la fiebre remitió y finalmente recibió el alta el 23 de marzo.
De vuelta en casa ha estado haciendo “vida normal”, aunque extremando la higiene, ya que según le dijeron, puede seguir siendo contagioso durante hasta 14 días por la orina y las heces.
En su entorno de conocidos algunos mostraron malestar, aunque ninguno precisó ingreso hospitalario ni está confirmado como positivo por coronavirus.
En su círculo más cercano, cuenta que ni su pareja, ni su hija ni sus padres, que a su vez tuvieron que guardar cuarentena, han mostrado síntomas. De modo que las precauciones sirvieron “para que nadie pille el virus aquí en casa”.
Ahora está de baja laboral y le han recomendado que pare entre 30 y 60 días, porque “me encuentro bien, pero no puedo hacer deporte, y si hablo mucho rato me ahogo un poco, porque la neumonía no se cura de un día para otro”.