El verano está cerca y ya han cancelado muchos campamentos de verano en todo el noreste (y otras partes del país). Todos sabemos lo que esto significa: ¡tres meses más de unión familiar! ¡Doscientas setenta comidas más! ¡Quinientas cuarenta si tienes adolescentes! ¡Todo sin la estructura nominal de la escuela en línea! ¿Quién está emocionado?
Ya sé. Es la fórmula perfecta para que los berrinches te hagan perder los estribos.
Dado que soy madre, y porque una vez escribí un libro acerca de la paternidad moderna, estos días he pasado mucho tiempo tratando de hacer un diagnóstico de por qué, exactamente, la cordura de muchos padres ha quedado hecha jirones en la época de cuarentena. Hablo de los afortunados, los que aún tienen trabajo y lo hacen desde casa. A continuación, mi mejor intento:
— 1. La crianza en la cuarentena está caracterizada por una necesidad extrema de fluir, que en este momento es más importante que nunca para nuestro bienestar, y
— 2. Vivimos con los quehaceres necesarios de la década de 1960, pero con el trabajo y las expectativas de crianza de 2020, lo cual es una pésima combinación, en especial para las madres, y
— 3. Es probable que las dos anteriores estén relacionadas.
Expliquemos en orden: “El flujo” es ese estado celestial de ensimismamiento total en un proyecto. Tu sentido del tiempo se desvanece; solo estás tú y la tarea del momento, que puede consistir en pintar o meter canastas en un aro de basquetbol.
Resulta que el flujo es fundamental para nuestro bienestar durante este extraño periodo de exilio autoimpuesto. Hace unas semanas, conversé con Kate Sweeny, profesora de Psicología de la Universidad de California, campus Riverside, quien hace poco colaboró en una encuesta realizada a 5115 personas en cuarentena en China. Para su sorpresa, las personas que toleraron mejor su confinamiento no fueron las más conscientes u optimistas; fueron las personas que fluyeron mejor. Sweeny sospechó que esa era la razón por la que los estadounidenses han pasado estos dos meses horneando pan y haciendo rompecabezas. “Buscan, de manera intuitiva, actividades para fluir”, señaló.
Por desgracia, fluir es poco frecuente en la vida familiar. El padre de la investigación de la teoría del flujo, Mihaly Csikszentmihalyi, me lo dijo a bocajarro cuando escribí mi libro. Cuando los niños son pequeños, su cerebro en desarrollo en realidad conspira en contra del flujo, porque están programados para responder a todos los estímulos posibles, en lugar de concentrarse; incluso cuando son mayores, siguen trabajando los molinos de viento de la necesidad.
Y eso ocurre durante los mejores momentos. Ahora, no solo estamos cuidando a nuestros hijos, una actividad que por naturaleza no favorece el flujo, y no solo estamos supervisando su trabajo escolar y sus actividades recreativas (dos cosas que solíamos delegar), sino que además estamos trabajando.
Para hacer un buen trabajo, necesitas un periodo continuo sin interrupciones. En cambio, tu día es un torrente de interrupciones, dividido y subdividido sin fin, una paradoja de Zenón de tareas infinitas. No hay flujo en absoluto.
Ahora, a esta mezcla, agrégale la otra mitad de mi teoría: somos padres de la década de 1960 y padres del 2020 a la vez, una pesadilla en el continuo espacio-temporal, ocasionada por un agujero de gusano del infierno.
Sin los almuerzos escolares y las cajas de comida para llevar en la cena, la mayoría de nosotros, tanto hombres como mujeres, estamos cocinando con mayor frecuencia (y, en consecuencia, limpiando más) que nunca en nuestra vida. El hogar se ha convertido en el centro de atención renovado, como lo fue cuando Betty Friedan escribió “La mística de la feminidad” en 1963.
El problema es que estamos en el año 2020. Ahora, más del 70 por ciento de todas las madres son parte de la fuerza laboral, y tan pronto como las mujeres se incorporaron a la fuerza de trabajo, lo primero que resultó afectado fueron sus hogares. En lugar de eso, compensamos nuestra negligencia doméstica con la crianza activa e intensiva de nuestros hijos, pasando más tiempo con ellos ahora que en 1965.
No obstante, en la cuarentena, lo hacemos todo. Somos amas de casa. Somos padres que se quedan en casa. Somos trabajadores asalariados. Todo al mismo maldito tiempo, pero no hay tiempo para las tres cosas, solo queda tiempo para sentir que estamos fallando en las tres, a veces simultáneamente, cuando dedicamos una atención de baja calidad o insuficiente a cada papel. Todos estamos tomando decisiones sobre dónde hacer recortes.
Yo le quito tiempo a la limpieza, pero también, para ser sincera, a la maternidad intensiva. Básicamente es un regreso a la paternidad laissez-faire (dejar hacer) de la década de 1960 en mi casa. Fortnite se ha convertido en mi niñera favorita. Está bien, de verdad: mi hijo se está autorregulando, así que siempre puedo hacer que se detenga, y Fortnite le da la oportunidad de hablar con amigos que extraña mucho. Sin embargo, todavía no puedo sacudirme la leve sensación, exclusiva de nuestra era, de que esto está llanamente mal. Aunque sé que Betty Draper nunca hubiera albergado este tipo de culpa, simplemente habría echado a Sally de la cocina y disfrutado de un cigarrillo.
Recientemente, un trabajador agradecido publicó en Twitter un memorando del gobierno federal canadiense donde se les pedía a sus trabajadores que no se apegaran a los estándares previos a la pandemia en estos momentos. “No estás ‘trabajando desde casa’”, decía. “Estás ‘en tu casa, durante una crisis, tratando de trabajar’”.
Fue una atención sumamente generosa. Debería extenderse a la crianza de los hijos. En realidad, no estamos “criando”, en el sentido que tiene para nosotros por lo general. Estamos lidiando con la paternidad durante una pandemia. No es lo mismo y, sea lo que sea que estemos haciendo, es aceptable.