Mientras la mayoría de la gente se enfoca, como debe ser, en medidas como el distanciamiento social, cubrirse el rostro, lavarse las manos y el autoaislamiento para protegerse del virus letal que está devastando el país, muy pocos están considerando con seriedad otros dos factores que son de suma importancia para el riesgo de desarrollar una infección de COVID-19 y sus consecuencias posiblemente graves.
Esos factores son la inmunidad, que debe estimularse, y la inflamación, que debe inhibirse. He hablado de ambos temas en columnas previas, pero ahora que meses de restricciones relacionadas con la pandemia han afectado la vida de millones y tras ver quiénes son más propensos a contagiarse y morir, la inmunidad y la inflamación merecen más atención y debate por parte del público.
Un hecho es indiscutible: la gente mayor es más vulnerable a esta enfermedad y sus consecuencias posiblemente letales. Sin embargo, la palabra “mayor” no necesariamente significa “viejo”. Si bien las personas mayores de 80 años son 184 veces más propensas a morir de COVID-19 que las personas de veintitantos años, Nir Barzilai, director científico de la Federación Estadounidense de Investigación sobre el Envejecimiento, señala que la vulnerabilidad aumenta a partir de los 55 años más o menos.
Las defensas inmunitarias se debilitan con la edad. Ese es un hecho fundamental de la biología. Por ejemplo, en edades más avanzadas, las células aniquilantes naturales, un arma inmunitaria importante, se vuelven menos efectivas para la destrucción de células infectadas por virus. Sin embargo, eso no significa que no pueda hacerse nada para desacelerar o, en ocasiones, revertir el deterioro inmunitario, dijo Barzilai, que dirige el Instituto de Investigación sobre el Envejecimiento en la Escuela de Medicina Albert Einstein.
Al mismo tiempo, la inflamación de los tejidos del cuerpo aumenta con la edad, un hecho que facilita que el coronavirus pueda entrar a nuestro organismo, adherirse a moléculas en la nariz y los pulmones, y causar estragos, explicó este mes en un seminario web Janet Lord, directora del Instituto de Inflamación y Envejecimiento de la Universidad de Birmingham en Inglaterra.
El tejido adiposo, por ejemplo, aumenta la inflamación y hace que las personas con sobrepeso sean más vulnerables a una infección de COVID.
En este aspecto también hay maneras establecidas para disminuir la inflamación y, por tanto, mejorar la resistencia a esta enfermedad mortal. Armas básicas como la buena alimentación y el ejercicio están disponibles para muchas más personas de las que ahora están aprovechando sus beneficios. El estilo de vida puede tener un impacto significativo en el sistema inmunitario de una persona, para bien o para mal, afirmó Lord.
Ejercitarse de manera regular también puede mejorar los hábitos del sueño, que pueden inhibir la inflamación y evitar que el sistema inmunitario tenga que trabajar de más. Procura dormir de siete a ocho horas cada noche. Si la ansiedad relacionada con el virus te mantiene despierto, intenta practicar tai chi, meditación o relajación muscular progresiva (de pies a cabeza) a fin de reducir el estrés y tranquilizar tu mente y tu cuerpo. Evita comer algo muy pesado antes de acostarte o consumir cafeína después del mediodía. Podrías comer un plátano o beber un vaso de leche tibia una hora antes, más o menos, de irte a dormir.
Esto me remite a lo que muchos consideran el mayor desafío de salud durante la crisis del coronavirus: mantener una dieta variada, rica en nutrientes y controlar el consumo de calorías. Al parecer, la repostería se ha vuelto un pasatiempo popular para muchos de los que están refugiados en casa, y las consecuencias —aumento de peso e ingesta excesiva de azúcar y harina refinada— pueden aumentar la susceptibilidad al virus. El sobrepeso debilita el sistema inmunitario, y la grasa abdominal en particular intensifica la inflamación dañina.
La buena noticia, según Leonard Calabrese, inmunólogo clínico en la Clínica Cleveland, es que la pérdida de peso, incluso en pequeñas cantidades, puede contrarrestar la inflamación, un beneficio que puede aprovecharse al evitar el consumo de alimentos procesados y comer más frutas y vegetales frescos que tengan un contenido relativamente bajo en calorías y alto en nutrientes protectores.
Los alimentos ricos en vitamina C son particularmente benéficos —todo tipo de cítricos (naranja, toronja, clementina, etcétera), pimiento morrón rojo, espinacas, papaya y brócoli— y los ricos en zinc, como los moluscos (los ostiones son una fuente inmensa de zinc), las semillas, los productos lácteos, la carne roja, el frijol, las lentejas y las nueces.
Para quienes beben alcohol estos tensos momentos pueden tentarlos a consumir de más. Calabrese advierte que si bebes más de los dos copas al día recomendados para los hombres, y uno para las mujeres, puedes diezmar los nutrientes que fortalecen la inmunidad en el cuerpo y afectar la habilidad de los glóbulos blancos para combatir a los invasores microbianos. Para los que suelen beber, consumir unos 147 mililitros de vino tinto al día se considera un componente beneficioso de una dieta antiinflamatoria estilo mediterráneo.
Los informes que vinculan una deficiencia de vitamina D con un riesgo más elevado de desarrollar una infección grave de COVID-19 han hecho que algunas personas tomen medidas que, a la larga, podrían perjudicar su salud, como tomar el sol sin protección, lo cual puede causar cáncer de piel, e ingerir cantidades excesivas de un suplemento de vitamina D, lo que puede provocar malestares gastrointestinales.
Sin embargo, los niveles saludables de vitamina D en la sangre pueden ayudar a fortalecer el sistema inmunitario y es posible que ayuden a impedir que se salga de control, lo cual podría desatar la tormenta de citocinas que puede dañar gravemente los pulmones y otros tejidos y que ha derivado en muchas muertes por COVID-19. No obstante, para aquellos que ya tienen niveles saludables de vitamina D, no se ha establecido un beneficio inmunitario en relación con la ingesta de más de 2000 UI de vitamina D3 al día.