La extorsión o “vacuna” es una práctica anclada en el país y es una fuente de ingresos para pandillas, paramilitares y guerrillas.
Un día, unos hombres armados irrumpieron en la tienda de Vicky dispuestos a matar para llevarse el poco dinero producido. El miedo a la extorsión es cotidiano en Tumaco, feudo de narcotraficantes y una de las localidades más peligrosas de Colombia.
El confinamiento impuesto contra la pandemia de covid-19 llegó como un bálsamo contra ese delito, que se redujo por un tiempo aunque regresó con la reapertura progresiva de los comercios.
“Ningún ser humano quiere pasar por eso. Uno no sabe la hora o de qué manera llegan, o si se meten con los familiares. ¡Uno trabaja, y tiene (…) que sencillamente darles el ingreso!”, denuncia Vicky.
Por miedo a represalias, esta comerciante solo aceptó hablar con la AFP bajo un seudónimo. Los extorsionistas llegaron a amenazar a sus hijos en las calles luego de que se negó, una vez, a pagarles.
Cansada de vivir con miedo, expresa su angustia de espalda a la cámara, con los ojos clavados en el Pacífico, desde donde sale el 80% de la droga de Colombia, el primer productor mundial de cocaína.
La extorsión o “vacuna” es una práctica anclada en el país. Según autoridades, es una fuente de ingresos para pandillas, paramilitares y guerrillas, junto con la extracción ilegal de minerales, los secuestros y el narcotráfico.
– Pagar o irse –
Los raptos, uno de los crímenes más repudiados por los colombianos en casi seis décadas de conflicto, se han reducido drásticamente en medio de una ofensiva contra grupos rebeldes y la paz con la exguerrilla FARC. Pero “la extorsión se mantiene en niveles altos”, lamenta el ministerio de Defensa en su plan estratégico 2018-2022.
En 2018 se reportaron 7.047 denuncias, aunque hay más casos porque muchos no se atreven a quejarse de un “negocio” que genera un millón de euros por año a los bandidos. Más del 80% de las extorsiones son cometidas por pequeños delincuentes que viven en medio de la población a la que atemorizan, según cifras oficiales.
El crimen afecta por igual a vendedores ambulantes, transeúntes que quieren atravesar las fronteras impuestas por pandillas entre barrios, cultivadores de hoja de coca -materia prima de cocaína- o terratenientes.
“Psicológicamente lo deja a uno mal (…) Llega uno a no responder a las llamadas de desconocidos (…) Sale a la calle y, para uno, todos son enemigos”, lamenta Vicky.
Durante una década, vivió bajo el yugo de amenazas telefónicas y depositando dinero en cuentas bancarias de empresas fachadas. Un policía con el que se quejó le respondió que no tenía más opciones que “pagar o irse”.
Pero el año pasado cayó la gota que rebosó el vaso. Dos hombres hirieron a un familiar que cuidaba su tienda y entonces Vicky llamó a la línea telefónica gratuita de la unidad élite contra el secuestro y la extorsión (Gaula).
Los Gaula, dirigidos por el ejército o la policía según la región, fueron creados en 1996 para combatir esos delitos.
– Otras modalidades –
En el departamento de Nariño (suroeste), del que Tumaco es el principal puerto, la extorsión es sobre todo cometida por disidentes de las FARC que se apartaron del pacto de paz de 2016.
Ellos lideran “el fenómeno delictivo en el municipio de Tumaco y en todo el litoral nariñense”, precisa el mayor Miguel Tarazona, comandante del Gaula local.
En el empobrecido Tumaco, los extorsionistas operan a la “siciliana”, en alusión a la mafia italiana: en moto o en lancha. También existe la “extorsión carcelaria”, realizada por bandidos que llaman desde prisión.
Así, los grupos armados sufragan sus gastos corrientes entre dos envíos de cocaína, mucho más difíciles de organizar, precisa Tarazona, describiendo una estrecha “conexión” entre “vacuna” y narcotráfico.
Mientras sus hombres se alistan para patrullar, Tarazona explica que “el fenómeno de la extorsión ha sufrido un cambio por la atomización de diferentes grupos después del acuerdo de paz” con las FARC, que controlaban la región.
Con cascos, fusiles de asalto Galil ACE 21 en mano, revólver Beretta en el estuche y vestidos con prendas camufladas, los militares se adentran en San Felipe. Este barrio de casuchas montadas sobre pilares y enlazadas por pasarelas inestables de madera colinda con una zona de hoteles y comercios, los objetivos predilectos de los delincuentes.
En 2019 el Gaula de Tumaco arrestó a 12 presuntos extorsionistas y decomisó más de 89.000 dólares, una pequeña fortuna en un país donde el salario mínimo ronda los 260 dólares.
Este año ya realizó 28 capturas y privó a los supuestos delincuentes de más de 34.000 dólares “que han dejado de ingresar a sus finanzas criminales”, señala Tarazona.
El fenómeno “se redujo” durante la fase más estricta del confinamiento nacional, impuesto a partir del 25 de marzo. Pero ahora renace: 15 arrestos reportados desde que empezó el relajamiento del encierro a finales de abril.