Cuando México esperaba un plan, tuvo un púlpito. Cuando necesitaba un estadista, llegó un mesías con un decálogo.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, parece cada vez más empeñado en crearse un mundo a medida sin relación dialéctica con los dramas nacionales. El país no deja de sumar enfermos y muertos mientras el presidente publica como mensaje oficial de salida del coronavirus diez puntos de generalidades, moralina, pseudoecologismo banal y desopilante cantinela new age. O en el gobierno de México no hay estrategias claras o el cinismo es rampante. Ninguna de las dos opciones es buena.
¿Qué está mal con el decálogo presidencial? Todo. ¿Qué sería correcto hacer? Sin agotar opciones, acá vamos:
1. Mantengámonos informados de las disposiciones sanitarias. Mantener bien informada a la sociedad es responsabilidad de las autoridades, no de la gente. Y cuanto mejor es esa información, más fácil es convencer a los ciudadanos. Pero el gobierno de México no ha tenido ni coherencia ni consistencia en sus mensajes y sus actos. La contradicción ha sido norma y su máxima figura simbólica —AMLO— ha pasado del desdén a la burla, el desafío, el sarcasmo y una desubicada propaganda.
¿Qué debiera hacer México? Claridad y brevedad, en lugar de las Mañaneras y las conferencias de Hugo López-Gatell, el vocero en la crisis, donde abundan monólogos, retórica y poca información creíble. No hay que inventar el hilo negro: pueden aprender de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern: mensajes precisos y enfocados y mucho tiempo abierto a preguntas específicas de la prensa profesional, sin propagandistas ni aduladores.
2. Actuemos con optimismo. Optimista es quien confía, pues sabe a qué atenerse. Pero la confianza se obtiene con un plan claro. México no tiene ese plan. No hay razón para el optimismo: nadie sabe bien cómo aparecerán los dos millones de empleos que ha prometido AMLO ni cómo reactivará la economía sin un programa de estímulos profundo y prolongado.
En lugar de apostar por el optimismo vago, puede hacer algo que ya está probado: la canciller de Alemania, Angela Merkel, se dirigió a los ciudadanos para decirles que no hay solución mágica y trazar una hoja de ruta formal y creíble. La confianza ganada permite un cauto optimismo.
3. Demos la espalda al egoísmo y al individualismo y seamos solidarios y humanos. “Si me cuido, te cuido” es el acuerdo social tácito que mejor ha funcionado en las cuarentenas en el mundo: no tomar riesgos ni provocarlos. Pero cuando un gobierno anuncia la apertura de la economía mientras el país sigue en alerta roja, no hay solidaridad: decide la voluntad presidencial más allá del consejo especializado.
¿Qué hacer? Los ciudadanos acatan y aceptan restricciones si entienden que es para el bien común; su confianza crece si perciben que las autoridades saben qué hacer. No ayuda, como ha pasado en México, cuando los políticos menosprecian el esfuerzo solidario y contradicen a los especialistas.
4. No nos dejemos envolver por lo material. Alejémonos del consumismo. El regreso a la vida en sociedad tiene una razón económica que contradice el deseo presidencial: reactivar requiere consumo. Una economía genera bienes y servicios, no vive de un ommmm santurrón ajeno al presidente de la segunda nación más poblada de América Latina.
Más bien, el gobierno de México debe perseguir la equidad tributaria y la inclusión y hallar el modo de exigir a las empresas que paguen mejores salarios. Hay decenas de ejemplos en proceso. Entre sus vecinos, Estados Unidos y hasta la inestable Argentina han lanzado ayudas directas a las familias. La Unión Europea dispuso incentivos multimillonarios para gobiernos y empresas. México, en cambio, mantiene su plan de ajuste y lanzó un programa fiscal “tímido”.
5. La mejor medicina es la prevención. Ya la Organización Mundial de la Salud hizo saber que el gobierno de México no actúa bien. Realiza pocas pruebas, confinó tarde, desescala temprano y López-Gatell diezmó su credibilidad inicial con reiterados anuncios fallidos de picos de contagio.
¿Qué hacer? Las naciones que más pronto y más tests realizan controlan mejor la pandemia; la reapertura no debe anticiparse sin planes de contingencia; un mensaje consistente ayuda a transmitir la urgencia. No hay que inventar nada: Taiwán y Corea del Sur son ejemplos exitosos, y también una exhibición de los nuevos riesgos.
6. Defendamos el derecho a gozar del cielo, del sol, del aire puro, de la flora y la fauna. En la fantástica película Desde el jardín, un limitado jardinero, Chauncey Gardiner, confunde a los poderosos con sus referencias al crecimiento: todos ven metáforas de la economía cuando solo habla de plantas. En México, el presidente se convierte en el jardinero nacional: el decálogo de AMLO es falso ambientalismo. No cree lo que pide.
Señor presidente, si llama a disfrutar de la naturaleza, no desprecie las energías renovables ni profundice la explotación de petróleo, no monte un fastuoso tren a través de reservas ecológicas ni construya una refinería y un mega aeropuerto sin considerar su impacto ambiental.
7. Alimentémonos bien. Optemos por lo natural, fresco y nutritivo. México es la segunda nación del mundo en obesidad de adultos y tiene uno de los mayores índices de obesidad infantil. Una gran porción de esas personas —con elevado perfil de riesgo para el coronavirus— no tiene recursos para pagar por productos frescos y naturales, más caros y menos accesibles.
Si el presidente quiere buena alimentación, ¿qué tal implementar mecanismos de reconversión productiva y ayudar a la economía informal? O campañas de educación y seguimiento intensivas y prolongadas cercanas a las familias. O incrementar los impuestos sobre productos nocivos para la salud y subsidiar el consumo de agua o alimentos más nutritivos. Pero estos cambios toman tiempo; reclamarlos ahora suena a culpar a la mitad del país por no alimentarse como un vegano noruego.
8. Hagamos ejercicio. De acuerdo, una vida sana es necesaria, pero primero es necesario tener una vida. Ergo, no es razonable tentar a la población a volver a las calles con un virus activo y agresivo en ciudades superpobladas.
¿Qué hacer, si sigue el plan? Serán necesarios espacios seguros, pero nadie en el Palacio Nacional ha de haber notado la crisis de seguridad, los riesgos para las mujeres, los niveles de contaminación de sus principales ciudades. Si quiere que los mexicanos se ejerciten en público en un país en pintado de rojo, señor presidente, se debe invertir mejor en seguridad ciudadana y en salud.
9. Eliminemos las actitudes racistas, clasistas, sexistas y discriminatorias en general. Cuando las mujeres protestaron por los feminicidios, el gobierno mexicano respondió con desinterés. Cuando el organismo oficial para combatir la discriminación programó un debate sobre racismo con un humorista controversial, la reunión acabó cancelada tras las críticas de la esposa del presidente. Cuando AMLO debió respaldar al organismo, dijo que no sabía de su existencia y dejó caer a la directora que él mismo nombró.
Señor presidente: la doble moral es peligrosa. No se combate la discriminación negando entidad al organismo responsable. Peor, usted es hoy el poder, parte de una élite: discrimina —privilegia— cuando desoye la crítica social.
10. Busca un camino de espiritualidad, un ideal, una utopía, un sueño, un propósito en la vida. Sí, es necesario trabajar por un anhelo. Aquí uno: los ciudadanos de México —y muchos países— pueden elegir un ideal, una utopía, un sueño y un propósito: tener buenos gobiernos, serios, capaces, ocupados y profesionales.
Esta es la receta del médico para una democracia: organizar una sociedad civil capaz de producir liderazgos que reemplacen a la decadente clase política de un país. Namasté.