Al rededor del mundo hay cerca de 2000 jugadores de fútbol profesional argentinos, entre ellos el considerado mejor futbolilsta del planeta, pero en la Argentina no hay fútbol, la federeación está intervenida y hay huelga de jugadores
Los aficionados argentinos se deslumbraron el sábado con una nueva formidable actuación de Lionel Messi en la goleada 5-0 de Barcelona ante Celta. Al día siguiente, celebraron goles de Mauro Icardi y Ever Banega para Inter en una liga italiana que lidera la Juventus de Gonzalo Higuaín y Paulo Dybala. Ese domingo también anotó un gol otra vez Sergio “Kun” Aguero para Manchester City en la Premier League inglesa. Carlos Tevez debutó con un gol y dos asistencias en la Super Liga china. Y Diego Valeri marcó dos goles en el debut de Portland Timbers en la MLS de Estados Unidos. Hubo goles de argentinos hasta en Chipre y Nueva Zelanda.
Son casi dos mil los jugadores argentinos en el exterior. Además de decenas de entrenadores en ligas y selecciones extranjeras (Diego Simeone, Jorge Sampaoli y Mauricio Pochettino, entre otros). Pero el país de Messi, Diego Maradona y Alfredo Di Stéfano, el país que ganó las Copas Mundiales de 1978 y 1986 y cuya selección nacional es actual número uno en el ranking mundial, no pudo comenzar este fin de semana su propia Liga Profesional. Argentina lleva casi ochenta días sin fútbol. Su federación nacional (la Asociación de Fútbol Argentino, AFA) está intervenida por la FIFA. Y sus jugadores hacen huelga.
El caos, dice la mitología griega, era un abismo desordenado y tenebroso que existía antes de la creación del mundo. En el fútbol argentino, el caos estalló tras la muerte en 2014 de Julio Grondona, poderoso vicepresidente de la FIFA y omnipotente presidente de la AFA durante 35 años. Ganó nueve elecciones seguidas, con apenas un rival en una de ellas, que recibió solo un voto. Murió poco después de que la selección de Messi cayera en tiempo extra 1-0 ante Alemania en la final del Mundial de Brasil. Si siguiera vivo, tal vez estaría preso, como “co-conspirador número 10” en la denuncia del Departamento de Estado de Estados Unidos que destapó en 2015 la corrupción del fútbol, el llamado FIFAGate.
La votación para sucederlo en la AFA, en diciembre de 2015, fue televisada a todo el país. Terminó 38-38, inexplicable porque votaban 75 asambleístas. Fue un escándalo. Pareció una de las tantas trampas del propio Grondona, ya fallecido. Sucedió en el predio de la AFA que lleva su nombre.
Siempre acomodado al poder de turno, Grondona, sobre el final de su mandato, rompió un polémico contrato que tenía con el grupo mediático más poderoso del país, el Grupo Clarín, y se asoció al gobierno de la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Fútbol y política llevan un siglo de convivencia en Argentina. Nunca antes, en democracia, habían estado tan cerca.
El nuevo gobierno de Mauricio Macri decidió retirar al Estado del negocio de la transmisión del fútbol. No más TV pública. La AFA, manejada por una comisión normalizadora designada por la FIFA y muy afín a Macri, negocia en estos días si venderá los derechos a una sociedad Fox-Turner, a ESPN o a la española Mediapro. El ganador deberá pagar unos 3.200 millones de pesos anuales (207 millones de dólares). Trasmitirá los partidos por TV de pago, lo que era considerado una afrenta por el gobierno anterior, que proclamaba “el derecho del pueblo a ver fútbol”.
La economía más abierta impulsada por el nuevo gobierno facilitó también el arribo de balones fabricados en China a un costo tres veces menor. Bell Ville, una ciudad de la provincia de Córdoba declarada por el Congreso argentino como “Capital nacional de la pelota”, ya comenzó a despedir empleados. El cambio de rumbo económico no está dando los resultados esperados.
Y esta semana, que debían comenzar las clases, los docentes marcharon en huelga multitudinaria el lunes. El martes lo hace la Confederación General del Trabajo (CGT), el sindicato más poderoso del país. Y el miércoles, 8 de marzo, se suma una dura protesta de las mujeres, también con tintes críticos al oficialismo. El gobierno de Macri, que durante meses bloqueó el inicio del fútbol para impulsar una reforma en la AFA, cambió entonces de rumbo: ordenó “que vuelva la pelota”.
El problema fue que, en medio de tanta batalla política y económica, todos se olvidaron de los jugadores. Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA) recordó que muchos de sus afiliados llevaban hasta cinco meses sin cobrar sus sueldos y paró el inicio del campeonato. La AFA anunció sanciones. Los clubes amagaron salir a la cancha con futbolistas juveniles. Hasta el gobierno intimó al gremio. Nada frenó la huelga. Los jugadores de los clubes más poderosos, que sí están al día, fueron solidarios con los de las categorías menores. Los torneos del Ascenso fueron suspendidos el mismo sábado, cuando ya muchos equipos estaban a punto de partir a la cancha con sus planteles juveniles. Fue un nuevo papelón.
Solo pudo comenzar el torneo de la Primera D, que es amateur. Salió a la cancha, entre otros, Yupanqui, un club que años atrás se prestó a una campaña de publicidad con Coca Cola como “el equipo de menos hinchas del país”. El sábado lo fueron a ver cerca de cien aficionados. Yupanqui, en idioma quechua, significa: “La posteridad hablará de ti”.