TOKIO — A medida que las protestas se extendían por todo el mundo en respuesta al asesinato de George Floyd por parte de la policía, Sierra Todd, una estudiante universitaria afroestadounidense en Japón, organizó una marcha el mes pasado en Tokio para mostrar solidaridad con los manifestantes estadounidenses.
Dijo que esperaba que también llevase a los manifestantes japoneses a pensar en el racismo en su propio país. “Por supuesto, queremos hablar sobre asuntos estadounidenses, y Black Lives Matter es algo estadounidense”, dijo Todd, de 19 años, quien estudia en el campus en Tokio de la Universidad de Temple. “Pero también vivimos en Japón”.
Una reacción violenta siguió rápidamente. Los críticos en las redes sociales acusaron a los participantes de ignorar los riesgos de propagar el coronavirus. Una entrevista con Todd publicada en YouTube suscitó comentarios de que: “Eso es un problema estadounidense” y “Por favor, haga esto en su propio país”.
Con imágenes de la lucha racial de Estados Unidos en las pantallas de televisión, en Japón algunos han insistido en que el racismo institucional es un problema lejano. Eso, dicen activistas y académicos, evita que el público aproveche el momento para reconocer la arraigada discriminación contra los grupos marginados en Japón.
Una facción vocal de conservadores japoneses respalda las nociones racistas de pureza con base en la sangre. Y la población en gran medida homogénea a menudo se ha resistido a reconocer la diferencia o a participar en el tipo de introspección sobre el racismo y la desigualdad que está ocurriendo en Estados Unidos.
“En esencia, los japoneses no tienen mucha experiencia de ver otras razas”, dijo Yasumasa Fujinaga, profesor de estudios estadounidenses en la Universidad de Mujeres de Japón. “Así que no creen que el racismo exista”.
Pero Japón tiene una larga historia de discriminación contra las minorías, incluidos los descendientes de los coreanos traídos a Japón para hacer trabajos forzados antes y durante la Segunda Guerra Mundial; grupos indígenas como los ainu de la isla más septentrional, Hokkaido; aquellos cuyo linaje se remonta a una clase feudal de marginados conocidos como buraku, e individuos de raza mixta.
El maltrato a las personas de raza mixta a lo largo de sus años escolares y más allá ha llamado especialmente la atención a medida que un número creciente de celebridades birraciales se han pronunciado.
En un emotivo testimonio publicado en Twitter el mes pasado, Louis Okoye, un jugador de béisbol de origen japonés y nigeriano, describió cómo a menudo había sido acosado cuando era niño en Japón debido al color de su piel.
“Yo miraba desde el balcón de nuestra casa y pensaba que si saltaba y nacía de nuevo, quizás podía volver como una persona japonesa normal”, escribió en la publicación, que ha sido retuiteada 52.000 veces. La mayoría de los comentarios fueron abrumadoramente de apoyo.
Aún así, la conversación está cambiando solo gradualmente en Japón, y la resistencia puede ser férrea. Cuando Bako Nguasong y V. Athena Lisane, profesoras de inglés en Fukuoka —la ciudad más grande de la isla sureña de Kyushu— organizaron una marcha ahí el mes pasado, una persona escribió en Twitter que “no sentiría ninguna piedad si se dice que estas personas sean deportadas por los japoneses locales”.
Nguasong, de 36 años, dejó atrás una casa y una carrera en Washington y se mudó a Japón hace dos años porque estaba cansada de temer por su seguridad como mujer negra en Estados Unidos. “Sabía que no iba a ser diverso, pero también sabía que no iba a temer por mi vida”, dijo Nguasong, quien anteriormente trabajó como coordinadora de salud mental para exreclusos.
Encontró seguridad física en Japón, donde las tasas de criminalidad son bajas y los asesinatos policiales, raros. Pero no pudo escapar del racismo, incluso si en Japón toma una forma menos violenta.
Nguasong dice que ha notado miradas y susurros de los japoneses y que los pasajeros han evitado sentarse junto a ella en los trenes. Dos mujeres mayores, dijo, una vez manosearon sus senos en un elevador, con aparente sorpresa por su figura.
“No es la misma naturaleza insidiosa”, dijo Nguasong. “Pero el racismo existe en Japón”.
Un recordatorio evidente de eso llegó el mes pasado cuando NHK, la emisora pública, transmitió un segmento sobre las protestas de Black Lives Matter en Estados Unidos.
Un clip mostraba a los afroestadounidenses como caricaturas excesivamente musculosas, que tocaban música y saqueaban, y presentó las protestas como el producto de la frustración con la disparidad económica y el coronavirus, sin mencionar a la brutalidad policial. Después del rechazo en Twitter, NHK se disculpó y retiró el video.
La insularidad del país ha generado no solo prejuicios abiertos e inconscientes contra las personas en el extranjero, sino también una desconfianza hacia los extranjeros que vienen a Japón.
A medida que el país abre lentamente sus puertas a los trabajadores externos para ayudar a enfrentar una crisis demográfica, mejorar su trato a los extranjeros puede ser crucial para el futuro de Japón. Pero según una encuesta de 2017 del Ministerio de Justicia, el 30 por ciento de los extranjeros en Japón dijeron que habían sido objeto de discriminación, y muchos mencionaron problemas para conseguir trabajo o vivienda.
Un candidato a la gubernatura de Tokio, Makoto Sakurai, hace campaña con una plataforma que incluye el eslogan “abolir la seguridad social para extranjeros”.
Al mismo tiempo, sin embargo, algunos japoneses muestran una fascinación por los extranjeros, incluida la cultura pop negra. Eso ha llevado a acusaciones de apropiación cultural, y dejó a algunos afroestadounidenses disgustados porque más personas en Japón no reflexionen sobre su propio racismo.
“A los japoneses que les gusta la cultura negra les gusta todo lo que es estereotípicamente negro, como los dientes de oro”, dijo Farah Albritton, de 28 años, una profesora de inglés en Fukuoka quien es de Brooklyn. “O cambiarán su cabello para que tenga una textura afro o para peinarlo con trenzas africanas”
Albritton ha experimentado incidentes de racismo en Japón, como cuando un hombre en la calle le gritó “eres tan asquerosa”, o cuando un agente de casting para un trabajo de modelo le pidió que demostrara un “apretón de manos negro” en una audición.
Dijo que se ofendió porque sus conocidos japoneses que emulan a las estrellas pop negras han mostrado poco o ningún apoyo público a Black Lives Matter. “Estás participando de nuestra cultura, y te hemos aceptado en nuestra cultura”, dijo Albritton. “Y ni siquiera puedes publicar sobre nuestros amigos que están muriendo, la gente que te está inspirando”.
En comparación con las marchas de Black Lives Matter en Francia o Gran Bretaña, que han atraído a decenas de miles de personas, las manifestaciones en Japón han sido de tamaño modesto. La más grande, en Tokio, atrajo a unas 3500 personas, y muchos participantes tenían raíces extranjeras.
Algunos académicos temen que el público japonés solo vea el racismo en el extranjero sin reflexionar sobre él más cerca de casa.
“Si solo dicen: ‘Oh, vaya, los negros en Estados Unidos enfrentan cosas horribles y tenemos que ayudarlos’, eso es casi como caridad”, dijo Haeng-ja Chung, profesora de antropología en la Universidad de Okayama y quien pertenece al grupo étnico coreano y nació en Japón. “Antes de acusar a otras sociedades, debemos parar y pensar: ‘¿Y nosotros?’”.
La campeona de tenis Naomi Osaka, hija de un padre haitiano-estadounidense y una madre japonesa cuyo estatus de superestrella ha inspirado una reevaluación de la identidad tradicional japonesa, ha criticado a aquellos en las redes sociales que afirman que no hay racismo en Japón.
En una publicación en Twitter, recordó a sus seguidores de un incidente cuando unos comediantes japoneses dijeron que ella necesitaba “usar cloro” porque estaba “demasiado quemada por el sol”.
Hiromi Okamura, de 57 años, quien asistió a la marcha de Black Lives Matter en Tokio el mes pasado, dijo que le había ayudado a pensar en cómo “las acciones inconscientes son las que a menudo conducen a los prejuicios”.
“Creo que hay potencialmente un racismo muy arraigado” en Japón, dijo Okamura. “Lo importante es comprenderlo y comunicarlo cuidadosamente”.
Algunos japoneses están trabajando para llamar más la atención sobre los prejuicios contra los extranjeros. Después de que apareciera un video en las redes sociales que mostraba a unos agentes de policía de Tokio maltratando a un inmigrante turco, Ramazan Celik, durante un control de tránsito, Kento Suzuki, voluntario en un centro de detención donde se encuentran solicitantes de asilo y otros extranjeros, organizó dos protestas.
“Desde hace mucho tiempo he pensado que Japón es una sociedad racista”, dijo Suzuki, de 28 años. “Hay muchas personas que se involucran cada vez más en el movimiento para ayudar a los inmigrantes en Japón”.
Aún así, a Suzuki le preocupan los casos en los que los solicitantes de asilo y los inmigrantes han dicho que fueron abusados o descuidados durante su detención.
“Siento esperanza y también temor”, dijo. “Es una batalla constante entre estas dos emociones”.