Lo cierto es que la principal preocupación de quienes controlan nuestra economía es el dinero, y ahora en estos tiempos se puede ganar dinero de formas que tienen poco que ver con la producción de bienes.
La economía panameña ha cambiado drásticamente en las últimas décadas: la población se ha expandido enormemente; la fuerza laboral favorece cada vez más las ocupaciones relacionadas a la banca y los servicios sobre el trabajo tradicional en fábricas y agricultura; la automatización ha hecho posible una mayor producción pero al mismo tiempo hay menos puestos de trabajo; y una sexta parte de nuestra sociedad apenas logra cubrir sus necesidades mínimas.
¿Por qué hemos llegado a esta situación? El problema proviene de la confusión entre producir bienes y ganar dinero. Como Thorstein Veblen demostró hace más de un siglo, no hay un acuerdo entre estos dos objetivos. Nuestro sistema económico tiene la capacidad de proporcionar los medios materiales para una buena vida, pero nuestra estructura económica nunca ha aprovechado al máximo esta capacidad. Actualmente en Panamá, la diferencia entre lo que podemos producir y lo que producimos es aproximadamente unos $8 mil por persona, o $35 mil millones al año.
Lo cierto es que la principal preocupación de quienes controlan nuestra economía es el dinero, y ahora en estos tiempos se puede ganar dinero de formas que tienen poco que ver con la producción de bienes. Además, el dinero está disponible para un grupo de personas que, luego de manosearlo y manipularlo, pueden, a su vez, amasar más dinero nuevo sin necesariamente producir un quintal de arroz o vender un litro de leche. Esto se llama la “economía del papel” y de ella vive gran parte de la élite de nuestra sociedad.
En esa economía del papel subsisten corporaciones, bancos, fondos de inversión, compañías de seguros, corredores de bolsa y empresas financieras. En ese mundo de la economía del papel, un aumento de dos puntos en los mercados crea la misma sensación de euforia que una droga en los adictos. Esos señores tienen hambre de dinero, pero no del dinero que compra un paquete de comida o construye una casa, sino el dinero de papel que compra otro dinero y que nunca se gastará en bienes ni servicios, sino en más papel. Así, el dinero en el sentido tradicional, como medio de intercambio, se vuelve menos importante que el papel, ya que éste es ahora más seguro para el grupo de privilegiados que siempre miran hacia mayores acumulaciones en papeles. Y a medida que logran ese objetivo, la economía del papel adquiere mayor vigencia.
Algunos podrán refutar que son pocas las personas que poseen sus cosas en algo distinto al papel. Acciones, derechos posesorios, contratos de renta, etc., todo está en papeles. Es decir, la fuerza y el propósito de un país están en manos de una veintena de personas que controlan y dominan la economía, mucho más que los políticos, tecnócratas y burócratas que laboran en las instituciones de gobierno.
Estas personas son los verdaderos administradores de este complejo sistema que llamamos economía. Y gran parte de los recursos del país se dedica a darle mayor valor al papel, y si estos incrementos no cumplen con las expectativas, los gobernantes son llamados por estos dueños de la economía para buscar mecanismos y garantizar que los precios y los valores de los papeles
sigan aumentando.
Sin embargo, las élites del papel exaltan el nombre de la libre empresa para cuando les vienen las crisis y hacen un lío ellos mismos de las cosas. Considere, por ejemplo, las políticas de antimonopolio y el mito de la competencia. Hasta ahora, la legislación antimonopolio ha sido una falacia que ni siquiera ha servido con carácter y solidez para desincentivar las colusiones y arreglos de precio de los dueños del país. Y en cuanto a la competencia, somos de la opinión que simplemente no existe, porque cuando estos señores, nuevamente dueños del país, quieren construir nuevas plantas, nuevas carreteras y nuevos aeropuertos, ya no usan sus propios recursos ni toman prestado el efectivo, sino que simplemente obligan al gobierno a pagarlo. Esta forma de tributación privada es una elegante maniobra fiscal que algunas de estas personas han usado para facilitar su participación en el mercado o incluso eliminar a sus rivales comerciales.
Los temas centrales de una economía de verdad son la organización de los factores de producción, los sistemas de intercambio de bienes y servicios, y la política para crear leyes y normas. La organización es cuestión de armonía y eficiencia en el mercado; los sistemas son para de aplicar la tecnología y cumplir los procedimientos; y la política es asunto de garantizar un Estado de Derecho para asegurar el buen funcionamiento del mercado y que los sistemas sean transparentes. Pero el problema es que hemos sido incapaces de relacionar estos tres aspectos uno con otro para convertirlos en fuerzas viables para la construcción de un país decente. Y hemos dejado que el papel sea el instrumento que mueve nuestra realidad económica y social. Y por eso estamos como estamos.