Ese es el término que recuerdo de aquella celebración, en el viejo pueblo del cantón de Santiago Apóstol de Alanje. Vivíamos en una casa, al lado del señor Genaro Samaniego, en la calle donde se corrían las carreras de caballos para las fiestas del Santiago.
Ese es el término que recuerdo de aquella celebración, en el viejo pueblo del cantón de Santiago Apóstol de Alanje.
Vivíamos en una casa, al lado del señor Genaro Samaniego, en la calle donde se corrían las carreras de caballos para las fiestas del Santiago.
Mi papá compró un arbolito de navidad, color blanco. Sobre sus bordes colgaban unas campanitas verdes, rojas y azules. Brillaban a la luz de la luna.
La emoción de acostarnos con la ilusión de los presentes que nos traería el Niño Dios era insuperable.
A la mañana siguiente, el primero que despertaba llamaba a los otros, para abrir cada uno su propio regalo. Para mis hermanas muñecas, juegos de té, juegos de jaks. Para mí, guitarra, armónica.
Para ese tiempo, la luz eléctrica no había llegado al pueblo. Era la época de la guaricha, los mechones y la lámpara de tubo, que operaban con querosín.
Poco después, Empresas Eléctricas de Chiriquí instaló un tendido, desde el Cruce de Tijeras, que salía de la línea de transmisión que había entre David y La Concepción.
A partir de 1954, nos trasladamos a vivir en la casa de la Plaza de Sucre. Allí comencé a ver los arreglos navideños adornados con luces de colores. Don Alberto Troncoso y doña Mary Ferrari de Troncoso nos habían regalado un nacimiento con un mecanismo que, al accionarlo, giraba sobre su eje, y permitía la llegada de los reyes magos para adorar al Niño Dios, mientras sonaban las notas de Noche de Paz.
Íbamos a la Iglesia de la Sagrada Familia para admirar el gran nacimiento que había, desde la balaustrada interior hasta el borde del altar del ala izquierda.
Recorríamos el Parque Cervantes y calle cuarta, con las mesas en las aceras, donde ofrecían dulces caseros.
La visita incluía contemplar las vitrinas de los almacenes de Romero y Horna Hermanos, que eran los principales de David.
El primer coro en el que participé lo organizó un sacerdote de la Sagrada Familia. Yo estaba como en quinto grado en el Centro Escolar Antonio José de Sucre. Esa fue la primera vez que recuerdo haber cantado villancicos.
Para ese tiempo, las campanas de las iglesias tocaban tres veces, cada quince minutos, para llamar a los fieles.
Creo que ahora lo que se escucha son grabaciones de campanas.
Muchas cosas han cambiado. Pero, a pesar de todo, permanece el espíritu de la Navidad.