“¡Cierren la ventana, entra el humo!”, grita un policía. Viacheslav vive con su madre en la novena planta de un edificio de Járkov, la segunda ciudad de Ucrania, al noreste del país. El apartamento del vecino está en llamas, impactado por un misil ruso.
La ciudad está en la mira del ejército ruso. No son bombardeos masivos, pero a diario recibe ataques puntuales, aleatorios, espaciados, de día o de noche, a veces mortíferos.
Los más castigados son los barrios del este y el noreste de la ciudad, donde viven Tamara Pavlovna, de 86 años, y su hijo Viacheslav, en la calle Héroes del trabajo.
Una veintena de bloques de once plantas bordean la calle, amenizada por jardines arbolados, con columpios y toboganes para los niños.
En este aparentemente anodino rincón de Járkov, tres cohetes cayeron en apenas unos segundos el viernes, poco antes de las 16H00.
Uno destruyó un sex-shop al otro lado de la calle. El segundo impactó en su edificio. El último dejó un gran boquete en la acera. Nadie resultó herido.
– “La puerta nos ha salvado” –
Invitada a dejar el apartamento por la policía, la anciana dispone del tiempo justo para poner algunos enseres en un pequeño bolso.
El ascensor está averiado y la señora Pavlovna debe bajar las nueve plantas a pie.
Con un pañuelo blanco cubriendo su cabeza, la mujer espera estresada, algo perdida, en un banco en la parte trasera del inmueble.
“Hace ocho años que mi hijo se ocupa de mí. Él no quiere marchar y yo no puedo decidir sola”, explica. “Desde hace mes y medio, los rusos bombardean aquí, sin descanso, en este barrio”, añade.
La frontera rusa está a 30 kilómetros. Al comienzo de la invasión, las tropas del Kremlin quisieron tomar esta ciudad, en vano. Las fuerzas defensivas resistieron y rechazaron al asaltante a algunos kilómetros, a costa de duros combates.
Desde entonces, los ucranianos han recuperado algunas pequeñas localidades al sureste. Pero Járkov sigue estando dentro del alcance de los disparos de la artillería rusa.
En la calle Héroes del trabajo, los bomberos han desplegado sus mangueras hasta el apartamento impactado por el misil, de donde salen enormes volutas de humo negro.
En el apartamento vecino, Viacheslav cerró la ventana del balcón y fuma un cigarrillo en el rellano.
“Nos escondemos habitualmente en el pasillo, entre las paredes. Cuando el segundo disparo ha dado en el apartamento vecino, la puerta nos ha salvado, bloqueó todos los trozos de cristal. El gato se escondió”, cuenta.
– “Una noche espantosa” –
Según él, “casi todos los apartamentos del inmueble están vacíos ahora”.
En el exterior, el estrépito de otros ataques resuena en el barrio. Los habitantes que salieron a evaluar los daños del bombardeo previo corren a refugiarse de nuevo.
En la calle de la Paz, en otro barrio en el este de Járkov, un cohete alcanzó la noche anterior un hotel-restaurante. ¿Hora exacta? Las 22H02, según las cámaras de videovigilancia de una empresa de procesamiento de cuero situada justo enfrente.
La imagen en blanco y negro queda tapada de repente por una neblina blanca, con trozos de madera como empujados por un huracán. Las luces de dos vehículos empiezan a parpadear.
El restaurante quedó en gran parte destruido. En la tienda de cuero, Ivan ha llegado a colocar planchas de madera en el lugar de las ventanas, que saltaron por los aires.
“Todos los escaparates están destruidos, todo está dañado, la puerta arrancada. Vamos a intentar soldarla hoy para proteger la tienda. Las explosiones de obús han roto el metal como si fuera papel, todo el techo está abombado. Es el +mundo ruso+”, dice sin querer dar su apellido.
En el estacionamiento detrás de la tienda, dos representantes de una iglesia protestante han traído bolsas de comida a una familia con un niño de siete años, a quienes piden rezar cada día.
“Mi niño se acostó a las 20 horas. A las 22h, todo comenzó, todo tembló”, dice la madre Yelena. La familia vive en un edificio justo detrás del hotel-restaurante.
“Ha habido dos disparos, más tarde hubo otros, no pudimos dormir, nos hemos pasado toda la noche en el pasillo”, añade.
“Esta noche ha sido espantosa”, suspira con los ojos irritados, enrojecidos por las lágrimas.