El tema se refiere a lo sucedido en los comicios para elegir al nuevo decano de la Facultad de Comunicación Social, de la Universidad de Panamá, realizadas la semana pasada.
“Es una cloaca esa Facultad”, afirmó uno de los candidatos al decanato de la Facultad de Comunicación Social, de la Universidad de Panamá, luego de perder las elecciones la semana pasada.
Si la Facultad es una cloaca, ¿qué hace él allí? Además, señaló que todos lo habían traicionado. Las autoridades superiores de ese centro de estudios deberán intervenir en este asunto, porque ningún profesor universitario tiene la autoridad moral para expresarse de esa forma del lugar donde percibe el sustento diario de su familia.
Señor rector, llame a ese profesor a capítulo y repréndalo, que sus expresiones no son parte de la libertad de expresión, pues así se lo hará saber. La actuación de él no es más que una copia de los politiqueros que no saben perder unas contiendas y, en este caso, despotricó contra todos los estudiantes y los administrativos con sus procacidades como si él hubiera comprado a todos los electores.
“No confío en nadie. Todo el mundo me traicionó. Yo no pierdo nada, pierde la Facultad. Es una cloaca esa Facultad. Yo no pierdo nada. Yo no estoy molesto. Ni lloré como Murgas la vez pasada. Ya no confío en nadie.”, fueron sus expresiones completas.
Imagínense si no estuviera molesto, ¿qué diría entonces, el honesto profesor? No hay excusas, él ha insultado no solo a la Facultad de Comunicación, sino a toda la Universidad de Panamá y todos los que se graduaron allí después de varios años de estudios honestos y se merece un castigo ejemplar por incapaz y soberbio.
¿Y qué pierde la Facultad? Con un profesor como ese, ¿qué se puede perder? Sería mejor que le enseñen un poco de comedimiento y respeto hacia su prójimo, porque él no es el dueño de la verdad.
Todos los que forman la Facultad de Comunicación deben repudiar la actitud de este profesor y hacerle saber que ellos no están acostumbrados a pasar ocho horas del día en cloacas como el profesor de marras.
Y el profesor a quien él llama “llorón”, debe desenmascararlo para que se arrepienta de haber insultado a un centro de estudios superiores donde aún resuenan las palabras de insignes profesores como Mélida Sepúlveda, Indalecio Rodríguez y otros, que supieron enseñar con amabilidad.