Las bases de los partidos políticos deben velar por que los miembros de las cúpulas respeten las normas y no caigan en los delitos de corrupción, cualquier forma de peculado, enriquecimiento injustificado, violación de los derechos humanos, etc., cuando formen parte del engranaje estatal.
¿Cómo se les puede devolver la decencia a los partidos políticos? Solo manteniendo en sus filas a aquellas personas conscientes de la dignidad humana y no a las que han sido condenadas por delitos y otros comportamientos vergonzosos y que han demostrado comportamientos dudosos contra los cánones establecidos.
No puede devolverse esta virtud señalando que solo se podrá lograr cuando un candidato gane determinada posición en las elecciones y entonces él así lo hará, como si fuera un dios. Nadie puede decir que podrá devolver el recato, la honestidad y modestia a todas las personas que forman parte de una organización política como si estuviera repartiendo confetis para las elecciones políticas de un país.
La dignidad en los actos y en las palabras solo son dignas de quienes han tenido una infancia en la cual se les han inculcado los conceptos indispensables para lograr una adultez sana, en la que primen la decencia, actitudes de justicia, la compasión y el respeto a la libertad de todos y, sobre todo, a la cosa pública.
No puede devolverse la decencia a aquellas personas que nunca han tenido recato ni por ellos mismos y que ahora piensan obtener dignidad mediante los partidos políticos. Solo queda depurarlos para evitar de raíz que se sigan llenando de aquellas personas deshonestas, cuya sola misión es llegar al poder para saciarse con los dineros de los impuestos de todos los ciudadanos. Solo quieren tener la oportunidad de llegar a puestos gubernamentales para obtener su anhelado botín político.
Se necesita, por tanto, contar con personas que sigan las normas y los consensos sociales sobre el comportamiento y la conducta; es decir, que mantengan ese valor humano vinculado a lo digno y correcto. Y no a las que están acostumbradas a actos de corrupción.
La corrupción aumenta la burocracia y genera servicios públicos deficientes, una cultura inmoral y aprovechamiento de los recursos públicos. Debe imperar la modestia y el respeto a las normas sociales establecidas en la comunidad. La decencia es una virtud individual y no colectiva que debe reinar en cada individuo de un partido político desde el presidente hasta el último miembro.
En este sentido, las bases de los partidos políticos deben velar por que los miembros de las cúpulas respeten las normas y no caigan en los delitos de corrupción, cualquier forma de peculado, enriquecimiento injustificado, violación de los derechos humanos, etc., cuando formen parte del emgranaje estatal.
Es decir, los políticos, una vez convertidos en funcionarios, deben cuidarse de no apropiarse de los bienes que pertenecen a todos los panameños como si fueran parte de un botìn piratesco.