Con los dos primeros disparos, lanzados a unos seis metros de ella, todos se miraron “congelados”.
Olivia Gilcher, de 18 años, estaba en el comedor de la Universidad de Míchigan cuando un hombre irrumpió allí esta semana y disparó contra los estudiantes. Al principio se quedó bloqueada, pero luego consiguió echar a correr y ponerse a salvo: “Fue una noche verdaderamente terrorífica”, cuenta a EFE.
Sucedió el lunes, murieron tres alumnos y otros cinco resultaron heridos. El agresor, Anthony McRae, de 43 años, falleció por una herida de bala “autoinfligida”, según la policía.
Pero desde que comenzó su ataque en ese campus estadounidense hacia las 20.30 hasta que las fuerzas del orden levantaron la alarma pasaron cerca de cuatro horas.
Gilcher se encontraba con una amiga en el Union, un centro social donde comer o estudiar. Oyeron sirenas de coches de policía afuera y antes de tener tiempo de darse cuenta de qué estaba sucediendo lo vivieron en primera persona.
Con los dos primeros disparos, lanzados a unos seis metros de ella, todos se miraron “congelados”. Con los dos siguientes la gente empezó a correr, volcando sillas y mesas en esa huida frenética. Ella no reaccionó hasta que, tras los siguientes disparos, una persona la agarró y fueron hacia la salida.
“Tuve suerte de que (el tirador) solo tenía una pistola de mano. No me puedo ni imaginar el daño que habría causado si hubiera sido un arma automática”, señala a EFE la estudiante, que escapó hacia la residencia universitaria más cercana. Para entonces McRae ya había atacado antes en el Berkey Hall, un edificio académico.
La Policía de la Universidad estatal de Míchigan (MSU) había recomendado a sus estudiantes “correr, esconderse, pelear”: ir hacia un lugar seguro en caso de poder hacerlo, refugiarse y luchar en defensa propia como última opción, según la alerta lanzada por ese centro.
“Me gustaría que la gente hubiera visto lo que vi. No quiero que nadie lo tenga que vivir, pero por alguna razón desearía que supieran lo que pasé”, apunta a EFE la joven, estudiante de Gestión Publicitaria, y cuyo hermano, que estudia allí Ingeniería, resultó igualmente ileso.
Los simulacros de ataques han sido una constante en su vida académica y cuando estaba en el instituto una vez la policía lo acordonó después de que un joven se hiciera una foto con un arma en los baños durante el recreo.
“¿Cuántos más tiroteos tiene que haber hasta que algo cambie? No deberían ser un tema ‘normal’ de conversación en las clases”, subraya Gilcher, que dice estar tras lo sucedido “tan bien como uno puede esperar”.
Para algunos universitarios de MSU no era su primer tiroteo masivo.
Emma Riddle contó en Twitter que 14 meses antes, el 30 de noviembre de 2021, tuvo que ser evacuada de su instituto, el Oxford High School, también de Míchigan, cuando un estudiante de 15 años abrió fuego y mató a cuatro compañeros e hirió a otros siete, además de a una profesora.
“Esta noche estoy debajo de mi mesa en la Universidad Estatal de Míchigan mandando de nuevo mensajes a todo el mundo con un ‘Te quiero'”, dijo en sus redes, mientras que en la protesta que hubo un día después admitió estar “exhausta” de tener que volver a pedir a los legisladores que protejan sus vidas.
En lo que va de año, según el recuento de la web Gun Violence Archive, que documenta la violencia con armas de fuego, ha habido más de 2.300 fallecidos por ese tipo de armas y 73 tiroteos masivos en todo el país. El concepto de tiroteo masivo incluye sucesos en los que hubo al menos cuatro víctimas, ya sea muertos o heridos.
El de Míchigan del lunes tuvo lugar la víspera del quinto aniversario de la matanza en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas de Parkland (Florida), donde un joven de 19 años mató a 17 personas e hirió a 14.
“Las escuelas públicas y los campus donde están nuestros niños, donde mandamos a nuestros hijos, deberían ser los lugares más seguros en nuestra comunidad”, señala a EFE Noel Candelaria, tesorero de la Asociación Nacional de Educadores (NEA, en inglés), el mayor sindicato del país, con unos tres millones de miembros.
Los discursos bienintencionados, según destaca desde la sede de su organismo en Washington, no son suficientes: “Seguimos diciendo ‘Vamos a ofrecer más oraciones’. Ya basta. Debemos hacer algo mejor y unirnos como país para parar estos tiroteos”.
La NEA ha reunido ya a sus distintos representantes para elaborar un protocolo de actuación estandarizado y asegurarse de que desde las escuelas primarias hasta las universidades cuentan con los recursos necesarios.
Pero la última palabra, resume, la tienen los políticos: “Hay demasiadas armas en este país. Los legisladores son los responsables de asegurar que tengamos las leyes para poder darle fin a los tiroteos”.