El lujoso estilo de los talibanes tras dos años de poder, dista de la sociedad afgana que lucha por sobrevivir a una crisis humanitaria y económica que se agravó tras la llegada al poder de los fundamentalistas.
Los talibanes han pasado de ser un grupo insurgente que se escondía en las montañas para planear ataques contra la invasión estadounidense, a llevar una vida acomodada, con trabajos de oficina y en casas de lujo con sus esposas en los mejores barrios de Afganistán.
Con la toma del poder en Afganistán, el 15 de agosto de 2021, los talibanes afrontaron el desafío de adaptarse a las exigencias de una vida de oficina, y adquirieron habilidades administrativas tras casi dos décadas de insurgencia.
LOS TALIBANES SE ABURREN
Pero, acostumbrados a una vida de combate, muchos miembros del movimiento ahora se aburren en sus puestos de trabajo, regidos por la burocracia mundana y las reglas oficiales.
El guerrillero Haji Akhtar pasó parte de su juventud luchando en el terreno contra las fuerzas estadounidenses, pero ahora su vida se ve limitada por las tareas de la gobernabilidad.
“En el momento de la yihad, la vida era muy simple. Todo lo que teníamos que hacer era planear emboscadas”, dijo a EFE Akhtar, ahora funcionario del Ministerio del Interior.
Ahora, en cambio, “es muy agotadora: venir todas las mañanas y quedarse más de nueve horas por un poco de trabajo, en realidad no hay trabajo”, reconoció.
La vida de civil también expuso a los talibanes a una sociedad más compleja de lo que imaginaban.
“Nos habían dicho que todas las actividades están en contra de la sharia (la ley islámica), especialmente en las ciudades, pero hasta ahora hemos visto que hay seminarios, mezquitas, escuelas y personas que viven de acuerdo con la sharia”, dijo a EFE el excombatiente Qari Zahid, de 28 años, ahora empleado del Gobierno.
Otros lamentan la devastación que causaron durante sus batallas contra el depuesto gobierno tras casi dos décadas de guerra, como la carretera que conecta la ciudad de Kabul con Kandahar, vulnerable a explosivos que colocaron los fundamentalistas en tiempos de guerra.
La transformación de la insurgencia a la gobernabilidad también supuso un desafío para los encargados de mantener a los antiguos emboscadores y francotiradores, encargados ahora de mantener la seguridad de la ciudadanía.
“Solíamos estar libres la mayor parte del tiempo (en nuestro puesto anterior), pero ahora paso todo el día bajo el sol en las calles revisando autos y manejando el tráfico seis días a la semana”, dijo a EFE resignado el oficial Sarubiwal.
Aunque hay algunos asuntos que han planteado dificultades a las fuerzas de seguridad talibanes, como las protestas de mujeres y niñas, una experiencia hasta ahora desconocida.
“Si los golpeamos, no es bueno, pero si no, los manifestantes crearán problemas”, dijo a EFE Raza Khan, miembro de la seguridad talibán.
En una ocasión “tuvimos que desalojar una protesta cuando usamos agua para apagar incendios, y una mujer se mojó y se cayó. En ese momento deseé poder regresar a nuestro tiempo de yihad para no ver una acción tan dura contra las mujeres”, admitió.
UNA VIDA A TODO TREN, PERO NO PARA TODOS
Sin embargo, esta transición se produjo con notorios contrastes: mientras los talibanes de alto rango disfrutan de estilos de vida lujosos con casas, automóviles y múltiples esposas, los de bajo rango deben asumir responsabilidades familiares y burocráticas a las que no han estado acostumbrados.
El movimiento insurgente cubría antes las necesidades de las familias de los miembros del grupo, pero la nueva realidad demanda de un apoyo económico que en ocasiones no disponen.
Dentro del movimiento se generaron debates en torno a esta nueva vida con ciertos temas, como permitir la poligamia, una práctica a la que muchos se opusieron pese a que otros justificaron como la necesidad de un cambio positivo tras casi dos décadas de privaciones.
“Se nos prohíben otras formas y la sharia nos ha dado esta opción (de tener varias esposas)”, dijo a EFE el oficial Mawlawi Ahmad Ikhlas.
El lujoso estilo de los talibanes tras dos años de poder, dista de la sociedad afgana que lucha por sobrevivir a una crisis humanitaria y económica que se agravó tras la llegada al poder de los fundamentalistas.
Los críticos inducen a que tal estilo de vida evidencia la corrupción del sistema, dadas las terribles circunstancias económicas que enfrenta la mayoría de la población en un país devastado por décadas de conflicto.
El 95 por ciento de la población afgana no dispone de suficientes alimentos para comer y un estilo de vida tan lujoso en un período tan corto es “una prueba de corrupción”, declaró a EFE el activista social Habibullah Taqwa.