En esta obra icónica, Velázquez, que se pinta a sí mismo retratando a las meninas, “pretende recordarnos que el arte y la pintura son mucho más que una imagen: una obra de arte es tridimensional”, argumenta el director del Museo del Prado, Miguel Falomir.
El reverso de un cuadro descubre detalles ocultos de su creación como bocetos de la obra final, la exigua economía del pintor que utiliza los dos lados de la tela como Ernst L. Kirchner o descubre dedicatorias y hasta cesión testamentaria, como puede observarse en una exposición del Museo del Prado de Madrid.
La muestra, con el título de “Reversos”, puede visitarse del 7 de noviembre al 3 de marzo de 2024, y comienza con un facsímil inédito del brasileño Vik Muniz, idéntico en medidas (320,5×281,5 cm.), materiales y tejidos a las “Meninas” de Velázquez.
En esta obra icónica, Velázquez, que se pinta a sí mismo retratando a las meninas, “pretende recordarnos que el arte y la pintura son mucho más que una imagen: una obra de arte es tridimensional”, argumenta el director del Museo del Prado, Miguel Falomir.
El director compara la visión de una pintura, su marco y la parte de atrás con situarse frente a un “yacimiento arqueológico, cada detalle nos da información”.
Miguel Ángel Blanco, comisario de la exposición, advierte de que la exposición “va más allá de la anécdota, es más que darle la vuelta a un cuadro”; entre otras cosas, tiene que ver con los autorretratos de muchos pintores que muestran el caballete mientras aparece su rostro, casi siempre por el lado derecho de la tela; es el caso, por ejemplo de Goya (1795).
Lienzos que dan información sobre el taller del autor, en lo que el comisario llama “El artista tras el lienzo”. En el apartado “Esto no es una trasera”, sitúa a algunos cuadros con trampantojos que representan reversos de pintura como “La máscara vacía”, de Magritte.
Un recorrido que descubre que las pinturas también tiene una cara B, como los vinilos, obras con dos caras como “El Maestro de la leyenda de la Magdalena” y “El Maestro de la leyenda de Santa Catalina”.
“Las traseras descubren el método y la personalidad del artista”, subraya Blanco, que desvela que el bastidor en cruz interpreta una “especie de vía crucis que simboliza el esfuerzo del trabajo artístico”.
Es el caso de las obras de Georgia O’Keeffe o Mark Rothko y que queda enfatizada en “Asssemblage i graffiti” de Antoni Tàpies, un hecho que se manifiesta en obras protegidas en circunstancias bélicas.
Precisamente, uno de los bastidores más castigados es el que sostenía el “Guernica” de Picasso, del que se exhibe parte del original, que apareció por casualidad en el Museo de San Francisco (EE.UU.), donde se desprendió tras un traslado, que más tarde recuperó el Museo Reina Sofía de Madrid.
Hay artistas que confiaron a esa cara oculta del lienzo un lugar para la narración en la que trasmitir datos, identificar temas o personajes e incluso comentarios sobre la realización de la obra e incluso bocetos de la misma.
Testimonios de amistad como los de Antón Rafael Mengs a Nicolás de Azara, o etiquetas y sellos de inventario o de incautación de la Guerra Civil española (1936-1939).
Remiendos, recortes y dobleces producto de restauraciones o modificaciones para una nueva ubicación, dicen mucho de dónde estuvieron colgadas.
Más de 105 obras, muchas pertenecientes al Prado, y otras que hasta ahora no se habían mostrado en la pinacoteca madrileña como un Van Gogh, Lucio Fontana, Sophie Calle o Pablo Palazuelo, entre otros.
Una circunstancia de la que se muestra especialmente orgulloso el comisario: “Nos permite ver que el uso del reverso no está limitado al siglo XV, si no que abarca hasta el XXI”.
Blanco propone “una manera de espiar lo que hay detrás de las obras, un privilegio destinado a conservadores, artistas y transportistas”.