Hemos llegado al final de una jornada. Larga y tediosa con ocho candidatos, el mayor número de nuestra historia. Con independientes que no lo eran y con alianzas que no vimos venir. Con candidatos de última hora que jamás se imaginaron algún día lo serían.
Una campaña plagada de promesas extravagantes, imposibles de cumplir, de compromisos que jamás serán honrados. De insultos y diatribas que creíamos superados entre gente civilizada. De tantas mentiras que han pretendido, sin éxito, engañar a un fatigado y desesperanzado ciudadano. De una inusitada falta de humildad en algunos.
Quien termine ganando encontrará un país en muy malas condiciones. No solo en sus finanzas y su reputación internacional, sino en el aumento de la desigualdad de los panameños, sobre todo en materia de educación y salud, en oportunidades de empleo digno y de superación personal y profesional. La confianza en los gobernantes se ha erosionado hasta llegar a niveles alarmantes.
Quien gane la presidencia encontrará a Panamá con la institucionalidad por el piso. Un país en el que la narcopolítica cada vez extiende más sus tentáculos, donde seguimos siendo vistos como uno de los países en el que más se lava dinero. Donde la Contraloría General de la República es una institución inoperante. Donde la Asamblea Nacional se ha vuelto una cueva de mercaderes. Donde el Tribunal Electoral, por los nombramientos políticos allí hechos, pone en duda el manejo transparente del proceso electoral.
Las opciones, si bien negativas, deben llevarnos a tratar de encontrar lo positivo del próximo gobernante de Panamá que, controlando lo tanto que se roban y despilfarran, podría ser un país rico capaz de satisfacer las más ingentes necesidades de la población. ¿Estarán todos comprometidos en este ineludible propósito?
El primer objetivo del nuevo presidente debe ser el dirigir la nave del Estado hacia el fin de la impunidad que ha reinado en el manejo de los fondos públicos. Con algunos aspirantes, esto pareciera imposible siquiera pensarlo, porque de seguro intentan hacer pactos para comenzar de cero, como si nada hubiese pasado en los cinco años que pronto terminarán. Sin qué decir de los anteriores. Eso lo debemos impedir y el electorado debe repudiar, de la forma más enérgica, esos planes de total impunidad.
Con otros, difícilmente podremos encontrar el equilibrio que requiere el país en estos momentos tan difíciles, por lo turbio que se presenta el horizonte.
Mediante la permanente confrontación y la descalificación del que no piense igual, jamás se podrá llegar al escenario de tranquilidad y paz que requeriremos para enfrentar tantos problemas existentes, partiendo con el gran endeudamiento que dejarán y la cantidad de problemas sociales acumulados por tanta ineficacia.
No es fácil, entre tantas opciones, encontrar la que sea perfecta, capaz de enderezar la nave del Estado en medio de la terrible tempestad que atravesamos. Resulta utópico encontrarla.
Panamá, en este momento, requiere de un estadista, con el suficiente balance capaz de unirnos porque seguramente que su triunfo lo obtendrá con porcentajes que no representarán la mayoría del electorado.
Requiere de alguien que tenga la suficiente humildad, experiencia y capacidad para poder llevarnos hacia la unidad nacional que demanda atender problemas tan puntuales como la crisis del Seguro Social, la reputación internacional del país, la excesiva deuda acumulada y los tantos problemas sociales que se han amontonado.
Soy de opinión que, sin ser perfecto y nada parecido, estas cualidades las podemos encontrar con Martín Torrijos Espino.
Le dio 20 años adicionales de vida a la Caja de Seguro Social con las reformas que en su gobierno se impulsaron. Saneó las finanzas públicas, siendo su gobierno el que menos deuda pública contrajo, desarrollando grandes proyectos sociales.
Con la ampliación del Canal logró darle un inusitado movimiento económico el país que a su sucesor Ricardo Martinelli le dio la oportunidad de realizar tantas grandes obras, muchas objeto del mayor robo de los recursos públicos de nuestra historia.
El panorama cada vez se ha ido aclarando. Los que quieren mantener sus privilegios a través de pactos de impunidad a nivel de la Presidencia y la Asamblea y los que nos dan la posibilidad de que el país avance, no solo en la búsqueda de la justicia frente a los que han delinquido con fondos públicos sino en el encuentro de una nación que cada día se encuentra más dividida.
Con el respeto y consideración que siempre he dispensado a todos los que me leen y escuchan, pienso que, con todos sus defectos y la imperfección de todo ser humano, nuestra mejor alternativa es Martín Torrijos. Dios Bendiga a Panamá.