Tras el asesinato del anterior dirigente el grupo chií ha elegido a este erudito religioso que estaba actuando de facto como líder
No era la primera opción. Ni tampoco la segunda. Pero Naim Qassem ha sido elegido este martes secretario general de Hezbulá. Después del asesinato del líder de los últimos 32 años, Hasán Nasrala, en un ataque masivo contra Beirut hace un mes, la milicia-partido político ha nombrado al erudito religioso que ha estado actuando como jefe de facto desde entonces, informó el diario español El Periódico.
Tras un mes y dos días de un vacío de liderazgo, los seguidores de Hezbulá vuelven a tener un faro al que aferrarse. En medio de una brutal guerra contra el Líbano, que ya ha matado a al menos 2.,000 personas en poco más de un mes, el nombramiento de Qassem trae un pequeño consuelo después de semanas de duros golpes.
A sus 71 años, Qassem se convierte en líder de Hizbulá por su “adherencia a los principios y objetivos” del grupo, tal y como han anunciado este martes en un comunicado.
Nacido en 1953 en Beirut en una familia del sur del Líbano, el jeque chií participó en aquellas reuniones que condujeron a la formación de Hizbulá tras la invasión israelí del país de los cedros en 1982. Nueve años después, en 1991, Qassem fue nombrado jefe adjunto por el entonces secretario general Abbas al Musawi.
Un año después, un ataque lanzado desde un helicóptero israelí mató a Musawi y Nasrala pasó a sustituirlo durante más de tres décadas. A lo largo de todo este tiempo, Qassem se ha mantenido en esa posición informal de número dos.
Después de los mazazos sufridos por Hezbulá en las últimas semanas, Qassem fue el primer miembro de la cúpula dirigente en hacer declaraciones televisadas tras la muerte de Nasrala.
Antes, ya había ejercido como principal portavoz del grupo durante entrevistas con medios extranjeros. No es el personaje más carismático del grupo, a diferencia de su predecedor.
Pero puso su cara al momento más bajo de Hizbulá en un primer discurso donde los nervios le jugaron alguna que otra mala pasada, obligándole a secarse el sudor de la frente con un pañuelo de papel. En los otros dos mensajes grabados posteriores, se le ha visto más confiado.