Considera que su compañera de fórmula electoral es ahora parte de la “casta” política, aunque el portavoz del Ejecutivo descarta que vaya a pedírsele su dimisión
Después de recibir el módico reconocimiento de Donald Trump y Elon Musk, el ultraderechista argentino, Javier Milei, parece dar por terminada su alianza política con Victoria Villarruel, una vicepresidente relacionada con exparticipantes de la última dictadura militar, cuya reivindicación tomó antes y después de llegar al gobierno como una causa personal, informó el diario español El Periódico.
Al cumplirse un año de las elecciones, Milei formalizó en público su ruptura. Y lo hizo con el peor insulto que podría partir del anarcocapitalista. Villarruel, dijo, es una figura cercana a la “casta”, la descalificación en la que puede caber un tímido adversario o excompañero de ruta.
La descalificación de la vicepresidenta llegó intempestivamente a través de una entrevista televisiva. “No tiene ningún tipo de injerencia en la toma de decisiones”. Villarruel tampoco “participa de las reuniones de gabinete” de ministros desde “hace mucho tiempo”. Tras el impacto mediático de sus dichos, el portavoz presidencial, Manuel Adorni, evitó mayores comentarios y descartó que se le pida la dimisión.
Fuentes del gobierno citadas por el diario ‘Clarín’ consignan que el Ejecutivo solo “visibilizó una realidad”. No dijo “nada distinto de lo que está ocurriendo desde hace meses”.
Hace un año comenzaron a aflorar las desavenencias. Villarruel aspiraba, por ser parte de la familia militar -su padre había sido oficial contrainsurgente en los setenta, y su tío represor-a manejar los ministerios de Defensa o Seguridad.
Milei los ofrendó a la derecha tradicional como moneda de cambio al respaldo electoral. Intentó luego tener vuelo propio y fue mirada con malos ojos, especialmente por Karina Milei, la hermana del extertuliano televisivo y, a estas alturas, la mujer más poderosa del país.
“Pobre jamoncito”, había dicho Villarruel para definir la situación del presidente: Tironeado entre ella y la hermana. La imagen de un presidente convertido en el fiambre aplastado por dos panes no hizo más que enervar a los Milei, que esperaron el momento de entrar en acción: la mejora en las encuestas y la sintonía con la era Trump que se avecina y a la cual consideran vital para extender el proyecto familiar más allá del 2026.
De acuerdo con el diario ‘La Nación’, Villarruel quedó “atónita” por el momento en que el presidente “salió a renovar los cuestionamientos hacia su figura”. Esa impugnación la obliga a meditar “con cautela sus próximos pasos”.
En el entorno de Villarruel sostienen que, a pesar de la tirantez, disimulada para que nunca pasara más allá de las conjeturas, no esperaba quedar expuesta en las pantallas de la televisión y los teléfonos de los argentinos. El mensaje que ha intentado dar a través de asesores y aliados es que “todavía” se siente parte del Gobierno y que encontrará los canales necesarios para reencauzar la relación.
Más allá del desenlace, la gestión de Milei no hace más que reproducir una escena permanente de la institucionalidad argentina: Las peleas entre presidentes y vicepresidentes son algo común, con distintos niveles de intensidad, desde 1983.
Sus antecesores, Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, terminaron en medio de la más profunda aversión mutua. Lo que aparece como un rasgo de este gobierno son las purgas permanentes de secretarios de Estado y funcionarios de alto nivel que se enteran por la misma televisión que han sido echados por la ira del anarcocapitalista o su hermana.